sábado, 3 abril 2010. Alberto quiere ir al teatro. Me extraña. Dice que al menos una vez en la vida hay que ver teatro español. Lo dice tan entusiasmado que voy con él. Han hecho reformas y ahora el edificio es moderno. No nos gusta y además los escalones están altísimos. Para bajar al patio de butacas han puesto, incluso, unas bandas elásticas para poder entrar. Unas azafatas me las enredan en las piernas y me empujan. Caigo en puenting y las bandas elásticas me hacen subir hasta el techo. Todos aplauden. Finalmente consigo llegar a mi asiento. Todo está sucio de palomitas, gusanitos y bolsas vacías. Cuando apagan las luces todos corren a cambiarse de sitio.
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Busco una calle, pero donde debería estar hay una tienda muy antigua con señoras muy rancias mirando rollos de tela. Oigo a una de ellas decir que hay una salida en la plata de abajo. La sigo, por si es la calle que busco. Cuando estoy a punto de salir, Alberto entra en la tienda con una sonrisa enorme. Mañana no tengo que ir a trabajar y podremos ir a comprarte rotuladores, dice.
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Busco una calle, pero donde debería estar hay una tienda muy antigua con señoras muy rancias mirando rollos de tela. Oigo a una de ellas decir que hay una salida en la plata de abajo. La sigo, por si es la calle que busco. Cuando estoy a punto de salir, Alberto entra en la tienda con una sonrisa enorme. Mañana no tengo que ir a trabajar y podremos ir a comprarte rotuladores, dice.