martes, 13 abril 2010. Llego a una cabaña junto a un río. Unos niños juegan con pelotas deshinchadas. Yo también llevo una en la mano. Los niños me atacan y uso la mía para defenderme. Entro en la cabaña que es como decir "casa" y ya no pueden hacerme nada. Un hombrecillo cubierto de pelo hasta los pies, parece una fregona de hierba seca, me sigue. Según avanzo por la cabaña me voy defendiendo con lo que encuentro, una escoba, una maceta, una regadera de metal. Consigo que el hombre retroceda hasta el río. Al mojarse se convierte en un hombre normal. Lo ayudo a levantarse. Me sorprende ver que es Juano. ¿Quieres un té?, dice. ¿De qué? Es té de tomate, lo recolectamos nosotros mismos. Supongo que se refiere a otros hombres fregona. De repente ya no estoy con él, estoy en un salón de actos. Todo es blanco y con formas redondeadas. Parece un decorado de ciencia ficción. Todos los que están en el salón empiezan a salir. Oigo decir a alguien que hay hombres fregona a partir del piso tres, que es imposible irse a casa. Se forman largas filas para volver a entrar al salón de actos. Trato de organizarlos, de contarles que con una manguera, por ejemplo, convertiríamos a los hombres fregona en hombres normales. Algunas chicas me siguen, incluso me abrazan y me dan ánimos, pero nadie quiere acompañarme. Desde lo alto de la escalera se les oye roncar. Ahora duermen, sería el momento perfecto para mojarlos, les digo. Pero nadie me hace caso. Se han vestido de gala y están sentados en el salón de actos, como si esperaran un gran espectáculo. A un grupo de chicos con gafas que hay sentados en el suelo les pregunto si saben cuántos hombres y cuántas mujeres trabajan en esa empresa. Dos hombres por cada mujer, me dicen después de hacer unos cálculos. Si bajan mujeres las atacarán y si bajan hombres se convertirán en fregona, dice uno de ellos. Me tumbo, pongo la oreja en el suelo para oír si siguen durmiendo. Pero sólo escucho el ruido de la fiesta en el salón de actos que, parece, ya ha comenzado.