la casualidad es un bolso verde

viernes, 31 diciembre 2010. Alberto y yo subimos en bus por la calle Victoria. Nos bajamos frente a San Lázaro. Se supone que vamos al cine Zayla. Nos cruzamos con Camilo. Va del brazo de una chica muy guapa. Del hombro derecho cuelga el bolso de ella. Qué casualidad, pienso, el bolso verde que ayer mismo vi en Hakei. Pienso que debe de estar muy enamorado para llevarle al bolso a su novia. Cuando nos acercamos al cine, le digo a Alberto que se dé prisa, porque todos los que iban en el bus con nosotros se nos han adelantado y están formando una cola. Eso es imposible, sería mucha casualidad, dice.

las tinieblas y las mantas

jueves, 30 diciembre 2010. Juan está en la cama. Un librero le muestra varios libros como si fuesen camisas que debe elegir para vestirse. Los mira, los sopesa. No está el que le he pedido, dice. Es que ése ya lo tiene, responde el librero. Juan deja los libros sobre la cama y se echa a dormir. Quiero otro ejemplar de "El corazón de las tinieblas" para regalárselo cuando me vaya de casa, dice sacando la cabeza de entre las mantas.

baile de huesos

miércoles, 29 diciembre 2010. En una especie de stand hay números atrasados de "El maquinista de la generación". Ojeo las revistas, buscando un artículo del poeta Rafael Calero. Una chica se me acerca y me dice que puedo llevarme las que quiera porque van a tirarlas. Pesan demasiado, además no encuentro lo que busco, le digo. A lo lejos veo que se acerca Carlos. Corro hacia él, lo abrazo. Lleva un jersey de lana de muchos colores. A pesar del jersey he notado cómo te bailaban todos los huesos, le digo.

soledad

martes, 28 diciembre 2010. Mi abuela y mis tías hablan de mí como si yo no estuviera delante. Sé que lo hacen para provocarme. ¡Imbécil!, le grito a una de ellas. Me levanto, le doy un beso a mi abuela y me voy.
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Alberto conduce sin luces por calles sin iluminar. Pienso que vamos a matarnos. Al llegar a una escalera, temo que quiera subirla con el coche. Hemos llegado, dice. Nos bajamos y caminamos al borde de una carretera. El arcén está lleno de plantas secas que se me clavan en los dedos de los pies. Voy descalza.
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Mi madre señala con el dedo, descaradamente, a unos tipos. ¿A eso se le llama estar cachas?, dice en voz demasiado alta. Mi padre me mira para que haga algo. Yo me alejo. Andrés dice que nos tomemos la última mientras esperamos. Nos sentamos en el alféizar de una ventana que empieza a elevarse. Temo perder los zapatos. Me los quito y se los doy a Andrés, pero Andrés es ahora Juan. Le pregunto qué tal está. Como toda respuesta hace un gesto con la cabeza para que mire a sus espaldas. Hay varias chicas preciosas, desnudas, en una especie de piscina de obra llena de un líquido marrón. Me tengo que ir, le digo. Una de las chicas me da las gracias por haberle dado las instrucciones. Ya sabes, dice y me guiña. No sé de qué me habla. Cuando vuelvo donde estaban mis padres, los veo ordenar maletas en dos coches enormes. Pelean por cuál está mejor ordenado.

la familia

lunes, 27 diciembre 2010. Mi familia organiza un festival en un teatro. Al abrir el telón, a la izquierda del escenario, aparecen tres ahorcados. Mi familia quiere que suba al escenario. No, les digo muy tranquila. Tiran de mí, intentan arrastrarme. Trato de explicarles que cuando se dice No la primera vez, ya no se puede cambiar de opinión porque quedaría falso. Se enfadan muchísimo, dicen que les he estropeado la fiesta.
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Toda mi familia y algunos amigos están sentados formando una circunferencia. La silla de mi padre no encaja bien. Se sube al asiento y salta con todas sus fuerzas. La silla se rompe, pero lo peor de todo es que provoca un alud de barro.
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Estoy doblando ropa aún húmeda sobre la mesa del jardín de la casad e mi abuela. Se nota que tengo ganas de largarme cuanto antes. Mi hermana se acerca, insinúa que esa ropa es suya. Las prendas negras o verdes son mías, las blancas o rosas, tuyas. Mi hermana protesta, porque no hay nada rosa, y desordena lo que yo ya había doblado. Después cambia el gesto de odio a felicidad y grita: ¡Hoy podremos ir a esquiar!

secta y habitación de hotel

domingo, 26 diciembre 2010. Dos filas, una de hombres y otra de mujeres, cruzan la calle hacia un edificio enorme con pinta de paraninfo. Van de la mano y vestidos de azul marino. Veo a Alberto entre ellos, intento acercarme para preguntarle qué hace ahí. Alguien me explica que son de una secta. En el paraninfo los esperan unos hombres con traje y corbata, todos de azul marino. Hay muchos niños. Reparten entre los curiosos caramelos y octavillas. Me siento entre el público. Pienso que Alberto se está haciendo pasar por uno de ellos para estudiarlos.
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Estoy en una habitación de hotel. Miro el reloj y pienso que hace demasiado que no recibo ningún mail de Juan. En ese momento aparecen en la tele varios mails suyos, con fotos, donde se le ve subido a una escalera pintando paredes y techos.
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Entro en un edificio en el que parece hay un congreso. No hay nadie en las salas de ponencia, todos están en el bar. En las mesas sólo hay fruta y yo quiero un café. Un camarero me dice que la máquina de café está al otro lado de la calle. Intento cruzar, pero hay tanto tráfico que me siento en el bordillo de la acera a esperar que cambie el semáforo. Una chica me roba el bolso. Pienso que no podrá ir muy lejos porque pesa mucho. La chica lo lanza por encima de una tapia.

la levedad y un ratón

sábado, 25 diciembre 2010. Mi madre y yo dormimos en una cama de matrimonio. La despierto. Me parece que no peso, le digo. Salgo de la cama, salto a cámara lenta hasta tocar el techo. Ven a saltar conmigo, le digo.
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Estamos en un bar colgado de un monte. Es de madera y parece que vaya a caer sobre un pantano enorme. Está pintado de colores chillones, como "El Bartolo" de San Fernando. Para mirar el pantano tengo que agarrarme a uno de los postes amarillos para no caer. Mientras miro al vacío, pienso si Chivite sabrá que existe ese sitio. Los amigos del trabajo de Alberto vuelven de jugar un partido. Dicen que nos lo hemos perdido y que ha sido lo mejor del año. Alberto llega envuelto de una toalla, me señala a la cabeza y se ríe. En la sombra que proyecto veo que llevo una toalla como turbante y sobre el turbante un ratón con el rabo muy largo.

ascensores, donuts y zapatillas de fieltro

jueves, 23 diciembre 2010. Mi hermana se prueba vestidos y botines de tacón muy alto. No parece ella. Cuando se quita los botines me fijo en que lleva un tatuaje en el pie derecho. La miro, no le digo nada.
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Mi hermana me pregunta si voy a comer con ellos. Su marido abre el frigorífico con orgullo. Sólo hay Donuts.
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Espero el ascensor en un portal que no reconozco. Cuando se abren las puertas, entra tanta gente que pienso que se descolgará. El ascensor, en vez de subir, gira a mucha velocidad. La fuerza centrífuga nos pega a todos a las paredes.
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Voy andando por la acera. Noto una sombra enorme detrás de mí, me aparto para dejarle paso. Un hombre enorme me adelanta. Lleva un vestido de mujer bastante feo. Camino detrás de él. No sé si decirle que lo lleva puesto del revés.
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La hermana de mi suegra nos enseña, a dos chicos y a mí, cómo se hacen las zapatillas de fieltro. Mientras cose, los chicos le preguntan si de verdad conoció a Cortázar. Se pronuncia Coltásar, dice ella. Los chicos toman apuntes de todo lo que dice.

primas, kleenex y piedras de colores

miércoles, 22 diciembre 2010. Le regalo a mi prima Cristina unas veinte piedras rojas. Las coloco ordenadas sobre la mesa. Sé que tú cuidarás de ellas, le digo.
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Andrés, su hijo Darío y yo bajamos por un camino de tierra mojada. Cojo una piedra azul. Se la doy al niño. Le digo que no es una piedra corriente, que esa piedra brilla en la oscuridad. El niño corre muy contento con la piedra en la mano. Lo perdemos de vista. Hay fiestas en las calles y temo no encontrarlo. En una plaza enorme lo veo correr hacia mí, me abraza. No me estabais buscando, dice muy triste. Acércate a papá, le digo, y si lo primero que hace es sonarte la nariz, es que estaba muy preocupado. Darío se acerca a Andrés, Andrés saca un kleenex y le dice que se suene fuerte. Lo raro del sueño es que Darío, en todo momento, es un niño japonés.
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Bajo con mi prima Elisa Por una pared vertical. Nos cuesta agarrarnos a unos ladrillos que sobresalen para no caer al vacío. Ella se agarra con una mano mientras fuma con la otra. Está muy enfadada, dice que no entiende qué mal puede hacer el humo de su cigarrillo a los demás. Si todavía soltara oxígeno, le digo, entendería tu enfado. Cuando por fin llegamos al suelo está cubierto de piedras con aristas. No podemos andar. Me agarro a una columna hecha con varios ladrillos, sin cemento, y la rompo. Mi prima se ríe.

ajedrez rectangular y nube muy negra

martes, 21 diciembre 2010. Vivo con una familia que tiene cuatro hijas y cuatro hijos. Los hijos enseñan a jugar al hermano pequeño al ajedrez en un tablero rectangular. El pequeño siempre gana. Es una eminencia, dice uno. Sólo es suerte, dice otro. Yo los miro, y tomo apuntes sentada en la escalera.
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Abro la ventana del cuarto de baño y veo, a menos de un palmo, una nube negra y densa. Tan densa que parece musgo. Pienso que me gustaría meter la mano dentro. Siento tanto miedo como atracción.

apuntes

lunes, 20 diciembre 2010. Estoy en un bar, muy cerca del techo. No sé exactamente dónde estoy subida. Intento tomar apuntes de un programa musical de la tele, per hay demasiado ruido. Alguien me llama desde una de las mesas, me hace señas para que me siente con ellos. Una de ellas es una mujer mayor que parece argentina. Me enseña un catálogo de móviles, se ríe. No sé qué hago allí.

parecidos razonables

domingo, 19 diciembre 2010. Estoy en un hotel con un tipo que quiere llevarme a la cama. En el sueño consta que soy, pero me parezco más a la protagonista de Millenium. Ya sabes que me gustaría dormir contigo, pero tengo que marcharme inmediatamente, le digo, dame el cedé. El tipo, que se parece a Stephen Rea, no se mueve ni cambia el gesto. Golpeo con un cenicero un trasto de la pared, saco un cedé y me voy. En la puerta, otro tipo que se parece a Woody Allen me pregunta por mí sin saber que soy yo. Le digo que cuente hasta diez y entre en la habitación. Si cuenta hasta diez la pillará desnuda por sorpresa, le digo. El tipo me da las gracias, cierra los ojos y empieza a contar. Yo aprovecho para escapar.

falsa bala y falso funeral

sábado, 18 diciembre 2010. Un niño se queja de que cuando va al colegio otro le pega, se esconde detrás de mí, me hace prometerle que no dejaré que le peguen más. Le digo que lo seguiré disimuladamente para atrapar al que le pega. En el sueño consta que el niño es mi amigo Juan. Lo sigo por calles vacías hasta que desaparece. Dos niños me disparan con cerbatanas. ¡Le he dado!, grita uno y huyen. Noto un escozor en el cuello, aprieto y me saco una bala plateada con forma de dedal. En el cuello me queda un hueco enorme des que empieza a manar algo así como plastilina.
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En el hall de una casa muy antigua hay unas chicas haciendo que lloran. Todas llevan vestidos negros estilo años 20. Les pregunto si se ha muerto alguien. Es el funeral de Mario, dice una aguantando la risa. Me quedo helada. Otra me dice que disimule y llore, que está a punto de entrar. Mario entra disfrazado de mujer gorda, con vestido y peluca azul. ¡Gracias pro venir a mi funeral!, dice con la voz impostada.

arnés y aparcamiento

viernes, 17 diciembre 2010. Voy colgada de una especie de arnés que se desliza sobre un bosque enorme. Las curvas me dan un poco de vértigo porque toman más velocidad.. Sobrevuelo un pueblo y al llegar a una plaza con niños jugando, doy un salto y me bajo. Pregunto dónde estoy, pero cada uno me dice un nombre distinto. Pregunto a unos niños. Me acompañan a una casa de madera en ruinas y dicen que puedo dormir allí. Tengo que marcharme, le digo. Lo sabemos, aquí no hay nada que ver, dicen.
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Llego conduciendo a la entrada de un cementerio, aparco. Alguien me dice que allí no se puede, a pesar de que hay señales blancas en el suelo y coches en línea. Después de cambiar el coche varias veces de sitio, respondo que mi coche no ocupa nada porque es una bici. Tampoco. La bici está sujeta con una cadena enorme a una valla metálica y no encuentro la llave.

coincidencias y barro

jueves, 16 diciembre 2010. Veo en la tele un reportaje sobre Pepo Paz y su editorial. En una de las imágenes aparece delante de un póster antiguo de un niño comiendo galletas. Es el mismo que cuelga de la pared de la que se supone es mi casa. Me parece una casualidad enorme. Pongo el póster sobre el sofá e intento hacerme una foto con disparador automático para enviársela. La cámara se cae más de diez veces, se hace de noche, el flash no funciona. Imposible hacer la foto.
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Mi hermana dice que tengo que ordenar sus collares. Me señala el sofá, hay más de cincuenta. Miro las paredes y están llenas de alcayatas desnudas. Pero yo no sé en qué alcayata va cada collar, le digo.
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Una de mis tías me envuelve todo el cuerpo en barro. No te muevas hasta que se seque, dice y se va. En la habitación empieza a entrar gente. No sé qué hacer.
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Una de mis tías dice que mi prima Cristina no podrá hacer la comunión en mayo. La hará en junio, en Talavera de la Reina. No sé cómo se lo tomará la familia porque la mitad no podrá venir, dice. Lo más importante ahora es encontrar un vestido blanco, dice. No comprendo nada. Mi prima hizo la comunión de niña, ya es madre de familia. La veo tan ilusionada con el tema que no le digo nada. Me vas a ayudar con los preparativos, ¿verdad?, dice. Claro, pero si el vestido es blanco parecerá una novia, le digo.
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Camino por la calle con mi madre y una de mis tías. Vemos una medalla azul con la imagen de una virgen, pero ninguna de las tres nos atrevemos a cogerla. Te has quedado con las ganas, le dice mi tía a mi madre. Mi madre se pone muy triste. Unos pasos más allá hay otra medalla más pequeña en un charco. Me da un poco de asco, pero la cojo, la seco en mi ropa y se la doy a mi madre. Ya es tuya, le digo.
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Bajo a un sótano de lo que parece un hospital. Entro decidida a una de las habitaciones. Mi abuela está en una de las camas. Las camas están a ras del suelo. Me siento a su lado. Menos mal que has venido, me dice, el médico dice que es verano y yo estoy convencida de que es invierno. Es invierno, le digo. Mi abuela sonríe, tira para ella de las mantas y se duerme.
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Estoy al fondo de un salón de actos. Un tipo pone cedés y dice que va a hacer cantar a todo el público. Suena una canción que no conozco, pero el resto la canta a gritos. Un tipo del público mira hacia atrás y grita: ¡Mimbre! Me señala, me pregunta a gritos qué significado tiene la palabra mimbre en esa canción. No lo sé, le grito ahuecando las manos para que me oiga. Tú debes saberlo porque todos tus amigos son homosexuales, grita. Pienso unos segundos, cuento con los dedos. Sólo la mitad, le respondo a gritos. Además, en la canción mimbre significa andamio, concluyo.
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Voy por un camino de barro con otras personas. Una de ellas me ensucia las manos y me las restriega por la ropa. Le digo que es la ropa que tengo para toda la semana. Se ríe. Llegamos a una especie de canal estrecho con barcas muy pequeñas. Hay que tumbarse para pasar por debajo de algunos puentes. Nos bajamos en una especie de residencia. Todo está muy sucio. Al menos no tengo que compartir la habitación, pienso. Suena el teléfono, Dani aparece de repente y descuelga. Peleamos. ¡Quiero mi teléfono!, grito. Lo consigo. Es Carlos. Te he oído, dice, tú quieres el teléfono y yo te quiero a ti. Estoy en el cine, dice. ¿Lo sabe tu madre?, le pregunto, pero ya ha colgado.

paliza

miércoles, 15 diciembre 2010. Alberto y yo entramos en una iglesia que sólo conserva los muros. Un tipo con túnica celeste nos persigue durante el recorrido. Cuando salimos le digo a Alberto que corra, pero él se para a darle la mano al tipo de la túnica que aprovecha para darle una paliza con un compinche. Grito pidiendo ayuda, pero la gente pasa de largo y yo sola no puedo detenerlos. (Me despierto aterrada, llorando.)

cueva y maquillaje obligatorio

martes, 14 diciembre 2010. Camino por la vía de un tren hasta bajar a un descampado. Bajo hasta una cueva y está llena de agua. Me pregunto qué profundidad tendrá, si podré atravesarla andando o tendré que nadar. Un tipo aparece con sus hijos, les enseña la cueva y les dice que tengan cuidado porque las aguas son muy profundas. Le pregunto si hay manera de cruzar. ¿Y tú de dónde sales?, dice. He venido caminando por la vía. Me mira asombrado. Nunca hagáis eso, le dice a sus hijos.
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Llego muy cansada hasta la puerta del que fue mi colegio. Las aceras están sin enlosar y cuesta mucho andar entre piedras y tierra. Frente al colegio hay un stand de maquillaje. Para entrar hay que maquillarse, dice una chica. Yo nunca me maquillo, le digo. Pues entonces no entras, responde y me da con una brocha de polvos rosa en la cara.

barbie y el taller clandestino

domingo, 12 diciembre 2010. Una mujer muy parecida a una Barbie, cuenta su vida a un público en silencio. Cuando la mujer dice que tiene 52 años todos cuchichean, se ríen. La mujer casi llora. Se quita la pamela, monta en una bici de alambres y reduce su tamaño hasta convertirse en una Barbie de verdad.
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Un chico me guía por un edificio hasta llegar a lo que parece un taller de costura clandestino. Una de las costureras me dice que casi no sabe leer ni escribir en su propio idioma y sin embargo sabe decir palabras en ruso. Tiene los dedos llenos de heridas. Le digo que salga a descansar, que yo terminaré su trabajo. En un momento cambio cremalleras, echo hilos flojos y termino el trabajo de toda una semana. La chica me mira asombrada. Soy patronista, le digo, pero no se lo cuentes a nadie.

colgada (gracias a patty de frutos)

http://www.youtube.com/watch?v=iBYyZZ3SGJ0

el enfermo imaginario y las fresas gigantes

sábado, 11 diciembre 2010. He ido a ver a mis padres. Consta que es su casa, pero no se parece en nada. Tiene los techos muy bajos y el suelo de moqueta. El cuarto de mi padre no está cerrado, al contrario, tiene un enorme arco en vez de puerta con llave. Mi madre tiene que salir, mi hermana y su marido también. Mi padre dice que los esperará en casa porque no se encuentra bien. Mi hermana besa a mi padre antes de salir. Todo me resulta extraño y sospechoso, pero no digo nada, observo la escena desde un sillón verde que jamás había visto. Cuando por fin se van, mi padre se frota las manos y me pregunta, jovial, si quiero algo de beber. ¿Lo ves?, hacerse el enfermo es la única manera de que te dejen vivir en paz, dice con cara de felicidad y una copa enorme en la mano.
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Estoy en una plaza pequeña esperando a alguien. La plaza se va llenando de palomas. No me gustan las palomas, pienso y me subo la capucha de la parka sin darme cuenta de que dentro hay dos palomas que me clavan sus picos con fuerzan en las sienes. (Me despierto gritando, con un enorme dolor de cabeza.)
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Alguien me pide que le ayude a transportar un saco. El saco está vacío y no entiendo para qué necesita mi ayuda. Ahora lo entenderás, dice sin que yo diga nada. Entre dos coches aparcados en batería hay un cuerpo calcinado y tenemos que meterlo con palas en el saco. Mientras, muy cerca, se celebra una lectura de últimas voluntades. Cuatro chicas sentadas en taburetes cruzan y exhiben sus preciosas piernas. Pienso que son las viudas del cuerpo calcinado. Cuando la jueza señala a una de ellas, las demás se bajan las faldas y se marchan.
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Entro en la trastienda de una frutería. El frutero, se supone, me dice que tengo muy buena cara, y me susurra que no tarde demasiado. En el centro de la habitación hay una cama cuadrada y monitores antiguos de ordenador. Un tipo llega y, sin mediar palabra, nos desnudamos y follamos. Cuando estamos recomponiéndonos, a medio vestir, entran el frutero y la mujer del tipo con una fuente de fresas enormes cortadas en rodajas. Cada rodaja es como la palma de mi mano. Comed, dice, esto sólo pasa una vez al año.

pañal xxl

viernes, 10 diciembre 2010. Daniel y yo esperamos a que su hija Clara se despierte para salir de excursión. Daniel dice que ha olvidado los pañales. En el armario queda alguno, le digo y saco de un armario un pañal enorme para adulto. Daniel me mira con cara de espanto. Lo extiendo sobre la cama y lo recorto. Date prisa que ya ha empezado, dice. La niña está sentada en la cama orinándose sobre las sábanas. Mientras recorto miro por la ventana, el cielo se ha puesto completamente negro y pienso que no podremos salir a comer al campo.

dos terrazas y un caballo

jueves, 9 diciembre 2010. Una niña corre hacia la barandilla de una terraza. Corro detrás de ella, pero no llego a tiempo y cae. A los dos segundos, una de mis tías se tira con los brazos en cruz. No quiero mirar. Entro en lo que parece la casa de mi abuela y le digo a mi madre lo que ha pasado. No salgas a mirar y llama a una ambulancia, porque si miras no podrás olvidar nunca esa imagen, le digo. Me asomo a la calle y veo los cuerpos destrozados. El de la niña se mueve. ¡La niña está viva!, grito.
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Me asomo desde la terraza de casa y veo una gran fiesta en el jardín, junto a la piscina. Un tipo vestido de negro, que se parece a Coque Malla, me saluda. Me pregunta cómo está el caballo. Claro, el caballo, pienso. En la casa no hay muebles, sólo una alfombra. Por eso me parecía tan grande la casa, porque falta el caballo, pienso. Intento recordar qué pasó con el presunto caballo. Me caí y se escapó, concluyo. Unos policías entran en casa, dicen que cierre las cortinas y me tire al suelo porque hay pelea en la calle. ¿Ya que están aquí puedo hacerles una pregunta?, les digo. Si el caballo no tenía chip délo por perdido, me dicen sin que llegue a preguntarles nada.

experiencia

lunes, 6 diciembre 2010. Parece un restaurante, pero en realidad consta que es el comedor de un hospital. Un montón de escritores muy viejos se intercambian poemas a la hora de los postres. Observo sus gestos de asombro y gratitud. Pienso que actúan. Quiero salir de allí. Cuando por fin encuentro la salida, Eduardo me pregunta si puede trabajar de cocinero en el hospital. ¿Tienes experiencia? He sido cocinero antes que poeta, dice aguantando la risa. Los dos soltamos una carcajada. Vámonos de aquí, anda, le digo.

buena voluntad

domingo, 5 diciembre 2010. El poeta Eduardo Pérez Ruiz me dice muy contento, como si me hubiera hecho un favor, que ha mirado mi correo, que había más de cien mensajes, que ha respondido sólo a los de Chivite y el resto los ha borrado porque no eran nada interesantes. Los adjuntos los he dejado en la acera, dice satisfecho. Tiene tal cara de ilusión que le doy las gracias a pesar de todo. Bajo a la calle y en la acera hay un puñado de objetos de plástico diminutos y verdes.

nieve y superpoderes

sábado, 5 diciembre 2010. Me asomo a la ventana. Veo caer unos copos de nieve tamaño pelotas de balonmano. Al intentar alcanzarlas caigo al vacío. En el último momento consigo agarrarme con una mano a la baranda de una terraza. Alguien me golpea la mano hasta que me suelto. Oigo la voz de Joan. Recuerda lo que decía Bukowski, hay que ser un gato, dice la voz. Me retuerzo en el aire y caigo de pie sobre la acera nevada.

trapo sucio

viernes, 4 diciembre 2010. Una chica regala a Alberto una toalla pequeña y cuadrada. Alberto me la da con mucho cuidado para que se la guarde. En mis manos se convierte en un trapo de limpiar el polvo, muy sucio.

la memoria

jueves, 2 diciembre 2010. En el centro de una nave enorme hay una mesa igual de enorme. Sobre la pared hay paneles de aglomerado apilados. Para alcanzar un rotulador que hay en el centro de la mesa tengo te tumbarme y estirar mucho los brazos. Javier me pregunta algo. ¿Lo has olvidado?, le digo. No recuerdo nada, dice, mi cabeza está vaciándose poco a poco, como este almacén. Miro a mi alrededor y la nave es un almacén de cajas de cartón sin armar.

maletas, mentiras, desorden y flores asesinas

miércoles, 1 diciembre 2010. Estoy en un aeropuerto enorme y vacío. Ya tengo mis maletas, sin embargo busco la cinta de mi vuelo. En la cinta sólo hay periódicos desordenados que intento reconstruir, pero no tienen el número de página. De repente me doy cuenta de que he dejado mis maletas en el otro extremo del aeropuerto. Intento acercarme a ellas, pero la sala se llena de gente y no me dejan avanzar.
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Mi cuñada se ha teñido el pelo de negro y lo lleva al estilo de Camarón. Se queja de que, cuando estaba sacando al perro, un vecino la ha confundido con pelusas y ha intentado barrerle la cabeza. Mi madre y mis tías la consuelan, me miran para que yo también le diga algo. No digo nada, creo que miente, porque ella nunca ha tenido perro.
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La casa está muy desordenada. Los muebles están cambiados de sitio. Alberto dice que debería estudiar porque los exámenes están cerca. No sé de qué exámenes me habla, pero a la vez pienso que no he estudiado nada. Mi hermana y mis primas son niñas y sacan los libros de la estantería con las manos llenas de mermelada. Mi hermana dice que es una pena que haya que devolverlos. No sé de qué habla. La cocina también está manga por hombro. Mi madre dice que el triturador de naranjas se ha atascado por culpa de los vecinos. Están cambiando el suelo, me dice como si fuera un gran secreto. Le digo que no sé lo que es un triturador de naranjas. Yo le llamo así al fregadero, dice muy contenta. El fregadero está hasta arriba de agua color óxido. Veo pasar a mi suegra, lleva unos calcetines blancos, sin zapatos, y pienso que puede resbalarse. Corro hacia ella, dejo a mi madre en la cocina y a las niñas con las manos sucias pasando las páginas de mis libros.
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Intento cruzar la calle, pero hay demasiado tráfico y demasiada gente. Un chico me pregunta si esos paneles que han puesto junto a los semáforos son relojes. Le digo que no, que seguramente sólo sean para que la gente no se aburra. Al chico le parece un chiste tan buen, que suelta una carcajada desproporcionada. Ten, me dice y me entrega una maceta de flores blancas diminutas. Se pone a llover y nos resguardamos en un portal. Dos amigos del chico se ponen pesados, quieren que vaya con ellos a no sé dónde. Arranco las flores de la maceta y se las lanzo con todas mis fuerzas. ¡Flores asesinas!, gritan. Se les quedan pegadas a la ropa como si fuera confeti. Aprovecho su desconcierto para huir.