viernes, 17 junio 2011. Un chico muy parecido a Wittgenstein me coge de la mano y me saca de una multitud. Mientras caminamos me habla despacio, como si yo no comprendiera su idioma. Llegamos a una plaza adoquinada que brilla como si la acabasen de regar. Le digo que queda un sitio libre para aparcar aunque no llevamos coche. Subimos al piso donde se supone que vive Antonio. Todo está muy desordenado. Sobre los muebles hay cientos de paquetes de azúcar colocados como si fuesen ladrillos sobre un muro. Nos miramos, nos preguntamos para qué querrá tanto azúcar. No sé si ponerme a ordenarlo todo o dejarlo como está.