lunes, 22 agosto 2011. Llevo un rato andando por el arcén de una carretera. He quedado con Alberto y Elisa. Ellos van en coche. A mitad de camino estoy agotada. Busco una cabina para decirles que tardaré más de lo previsto, pero no llevo monedas. Le doy golpes a una de ellas por si salen monedas, pero sólo sale un llavero. Pienso en si podría colarme en algún autobús, pero ni siquiera hacen paradas. Encuentro a Andrés cerca de una gasolinera, le cuento mis peripecias. Hablamos de móviles un rato, de que debería comprarme uno, como si no tuviéramos prisa. Yo la tengo. Aparece un tipo con acento cubano, le da un par de consejos sin venir a qué, y le pregunta por su padre. Pienso que Andrés va a pensar que es una provocación (su padre murió hace años) y se liarán a golpes, pero le responde muy tranquilo y sin dejar de limpiar su cámara de fotos. Mi padre no sé, pero a tu madre se la llevaron esta mañana en una camilla y llevaba puesto un guante, le dice. El tipo le da las gracias y desaparece. Pienso que hablaban en clave. Alberto y Elisa aparecen de repente. Les pregunto si llevan esperando mucho, pero dicen que acaban de llegar. Me alegro. Andrés quiere que vayamos a ver si la madre del cubano está bien. Bajamos una escalera sucia que desemboca en una explanada llena de luz donde unas mojas duermen sentadas o simplemente rezan con los ojos cerrados. La luz es preciosa, le digo a Elisa que podría vivir allí.