dos gallinas y la felicidad

martes, 30 agosto 2011. Mi madre acompaña a mi hermana y a una de mis primas al colegio. Le digo que se vuelva a casa a descansar, que las acompañaré yo. Mi hermana y mi prima se ríen, gritan y me amenazan con echarse a la carretera para que las pille un coche y mi madre me eche la culpa. Tiro de sus espaldas y les salen unas asas negras. Las llevo colgadas, una de cada mano como si fueran dos bolsas. Cuando estamos llegando al colegio me dijo en que se han convertido en dos gallinas. Al momento ya no tienen siquiera plumas ni cabeza. Sergio Franco, vestido de policía, está a la puerta del colegio, me pide que le enseñe lo que llevo en las bolsas. Temo que vea a las gallinas desplumadas, pero en las bolsas sólo hay unos cuantos filetes de pescado que empiezan a descongelarse.
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Despierto en el dormitorio de mis padres con la cabeza a los pies de la cama. Al otro lado despiertan Jota y mi hermana. Hemos dormido como las sardinas, dice ella y comienza a vestirse con mi ropa. No quiero discutir así que me tumbo a mirar el techo. Jota se acerca desde arriba, dice que no me mueva, que sólo me deje besar. Su boca tiene forma de trompeta de juguete. Es de plástico blando y rojo. Cada beso suelta una nota que vibra sobre mis labios. Nos abrazamos, nos chupamos las caras y las manos. Nos reímos. Comienza a dar saltos sobre la cama y en cada salto le va creciendo el pelo y la barba. Siento una felicidad y una tristeza enorme, a partes iguales, porque pienso que para ser la primera vez que nos vemos ha sido muy divertido, pero también sé que será la última.
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Llego a un restaurante donde Sonia y Manuel han preparado una lectura de poemas. Al entrar, una chica nos da a cada uno un plato. En cada plato han impreso el poema que debemos leer. Veo a Carmen a lo lejos, le digo por señas que tengo que contarle un sueño que he tenido con Jota y lo feliz que me siento.