ojo

viernes, 12 agosto 2011. Una señora nos enseña una casa de pueblo. Para abrir la puerta hay que enrollar una persiana de madera que llega hasta el suelo. La casa tiene un pasillo que da vuelta a la casa. Hay muebles viejos y rotos mezclados con sofás que parecen sacados de Versalles. Poca luz, pienso. Se supone que esa será nuestra casa definitiva. Alberto se va con la señora, estoy tan casada que me echo a dormir. Sueño que me he quedado ciega del ojo derecho y me despierto sobresaltada. Cierro el ojo izquierdo y, efectivamente, no veo con el derecho. No sé qué hacer porque Alberto no ha vuelto. Llamo a mi madre por teléfono, le pregunto si cuando le subió la tensión del ojo se quedó sin visión. Dice que no. Se preocupa, me pregunta si estoy bien. Estoy muy bien, ya estoy en casa. Mi madre cuelga aliviada. Voy al cuarto de baño y me miro al espejo, sigo sin ver con el ojo derecho, la pupila está blanca y no es circular, el iris es gris. Pienso en si podré disimularlo con una lentilla para no preocupar a nadie, pienso en si podré volver a conducir.