domingo, 18 diciembre 2011. En casa de mis padres hay dos mi madre. Una me dice desde la cocina que dónde están mis gemelos o que deberíamos ponerle nombre a las galletas que he hecho. A la otra mi madre le cuento lo que me dice la primera, le digo que ha perdido la cabeza, que cómo dice que tengo gemelos. Mi madre cuerda dice que no le haga mucho caso. Caminamos hacia casa de mi abuela. A mitad de camino me doy cuenta de que he olvidado las galletas, pero no quiero volver. Por otra parte pienso que si vuelvo me libraré de una reunión familiar. Deshago el camino, pero llego a un hospital muy destartalado. Una chica con bata blanca me habla como si me conociera de toda la vida. Pienso que será amiga de Alberto. Me enseña el hospital, está en obras. En una habitación hay varias parejas haciendo manitas después de lo que parece una celebración. Es la habitación "Trovador", dice. En otra venden zapatos ortopédicos. Pero son de diseño, me aclara la chica. Hay unas zapatillas de deporte rosas, con cintas negras, pienso que seguro que a Jota le gustarían. Le pregunto a la chica si sabe algo sobre no respirar bien. Le cuento que no respiro nada bien, que cada vez que lloro, o simplemente me emociono, me duele mucho la cara, que he probado hasta con corticoides. Me lleva a un ascensor de ladrillos que parece vaya a romperse. Allí, detrás de unas cajas, una chica mezcla tierra y unas diminutas bolitas blancas. Sale humo, lo mete todo en un envase de crema hidratante y dice que con eso me curaré para siempre. Al abrirse la puerta del ascensor salgo a una calle que no conzco, también está en obras. A lo lejos veo a Alberto y Andrés. Andrés lleva una chaqueta negra con hombreas estilo Star-trek, pienso que le sienta muy bien. Quiero caminar más rápido para alcanzarlos porque temo perderme, pero me doy cuenta de que llevo entre las manos un barreño de plástico lleno de agua y un montón de apuntes que se me caen al suelo cada dos por tres. Andrés me ve, se vuelve hacia mí, me ayuda a recoger los folios, me agarra de la mano y tira de mí. Llegamos a un desfiladero, la barandilla es demasiado baja, apenas llega hasta la rodilla. Siento un vértigo tremendo y me echo a llorar. Le cuento todo a Andrés, le digo que mi madre está perdiendo el juicio, que no respiro bien, que me han dado unas pastillas de tierra que no me atrevo a tomar y que jamás había sentido vértigo. Tira de mí de todos modos, dice que hay que cruzar y no piensa dejarme atrás. Mientras cruzamos, yo me resisto todo el tiempo, grito, intento que el agua del barreño no se derrame. Él, para distraerme me cuenta cosas sobre un tal Malcom McNosequé, y dice que mi madre es sólo proteínas y agua. Miro el barreño y pienso que el agua que lleva dentro es parte del agua que es mi madre. Pienso que estoy volviéndome loca, más loca que ella. Cierro los ojos y sigo cruzando el desfiladero. No dejo de gritar.