jueves, 29 diciembre 2011. Voy por la calle con Salvador, Emilio y Cantos. Ellos van unos pasos por delante. De repente veo que discuten, se empujan, pienso que los puede atropellar un coche. Paro el tráfico, les digo que parecen tontos, agarro a Salvador de un brazo y me lo llevo. Está muy enfadado. Pienso que es la primera vez en 30 años que lo veo así. Quiero hacerlo reír. Llevo tres sujetadores en la mano, metidos en sus cajas. Le pregunto si quiere uno. Al fin se ríe. Seguimos andando, me pregunta si vamos bien para el Camino de Santiago. Pienso que se ha vuelto loco, pero le respondo que sí, que vamos bien. Mis padres acaban de mudarse, le digo, así que esta noche la pasaremos con ellos. Subimos a un ascensor, le damos a varios pisos, no tengo ni idea de en qué piso viven mis padres. Dale al 15, dice Salva. Una vez en el rellano, cada puerta da a un dúplex con jardín enorme. No me lo esperaba, digo sorprendida. Mi madre es mi madre y está en la cocina, pero mi padre es un chico joven musculado. No entiendo nada. La casa es un desastre, todo está desordenado y el jardín no tiene césped. Hay dos máquinas de remo. Le pregunto a mi supuesto padre si puedo usarlas. Dice que no porque estropearían la hierba. Cada vez entiendo menos. Le digo a Salvador que entremos a cenar. Mi madre nos sirve sopa en botellas de cerveza. Subimos a la terraza, hay otros dos cuartos muy desordenados. En el suelo hay un póster de "Esther y su mundo". Una chica me pregunta, mientras se cepilla los dientes, si tengo los libros de Esther. Le digo que no tengo los antiguos, pero que compré un par de ellos ya de mayor, pero que ya no le veo la gracia. Este póster ha sido la gran sorpresa de esta casa, dice. Pero el póster sigue en el suelo y cada vez que se mueve lo pisa sin ningún cuidado. Una niña pequeña me pregunta si sé quién es. Eres Clara, pero no te había reconocido vestida de niña mayor, le digo. Salvador bebe sopa muy callado, y yo me pregunto qué hacemos en esa casa de locos.