hamaca en batería

viernes, 3 febrero 2012. Subo en ascensor a casa de mis padres. Al abrir la puerta veo en el descansillo a cuatro vecinas, cada una delante de su puerta. No enciendo la luz, no distingo sus caras. ¿Ha muerto alguien? Mi marido, dicen las cuatro a la vez. En la puerta de la casa de mis padres hay una nota pegada con fixo al marco de la puerta. Mas que una nota son veinte. Al despegarlas, me llevo parte del barniz del marco y pintura de la pared. La nota es de mi prima Cristina, explicando de manera complicadísima, incluso con gráficos y trozos de tela, que llegará un poco tarde. Pienso en mi padre, en cómo se podrá cuando vea que hay que barnizar de nuevo el marco de la puerta.
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Alberto está hablando por teléfono desde una hamaca de lona que hay entre dos coches aparcados a la puerta de la casa de mi abuela. Tiene la cara hinchada como si hubiese llorado. Le pregunto qué pasa, si ha muerto alguien. Murieron muchos judíos, dice. Has llorado o has comido algo que te ha dado alergia, insisto. Mi primo ha luchado contra una serpiente, pero no se ha podido hacer nada. ¿Qué primo? Juan Carlos. ¿Ha muerto Juan Carlos? No, la serpiente.