lunes, 20 febrero 2012. Alberto y yo buscamos una feria. Preguntamos a una chica y nos dice que está justo ahí, en la playa. Tres turistas franceses nos siguen. La feria no es más que un carricoche para niños bastante cutre. Entramos en un chiringuito donde alguien está contando chistes y una niña con trenzas muy negras hace una especie de monólogo. Pienso que le han pintado el pelo con tinta china. Un hombre con el pelo exactamente del mismo color, pasa un cuenco entre el público para que le demos monedas. Cuando está delante de mí, mientras busco unas monedas, el hombre mete los dedos en el cuenco, saca un ratón muy pequeño y se lo come. Quiero irme de allí, salgo y busco a Alberto. Dice que tenemos que volver ya, que hemos quedado con los amigos para cenar. Los tres turistas vuelven a seguirnos. Llegamos a una especie de helipuerto. Una mujer nos explica que hay que tener cuidado al subir al vehículo porque no para, sólo deja el motor en punto muerto. Mi marido cayó al vacío y murió, añade. Miro hacia abajo, siento vértigo y digo que no pienso subir a ningún vehículo, sea el que sea. Alberto dice que al menos nos quedemos a ver cómo otros suben.