jueves, 23 febrero 2012. Camino por el paseo marítimo y veo que unos camareros tienen, entre los platos que van a servir, un álbum de recortables. Les pregunto si me venderían alguna. Dicen que sí, pero al momento las entierran en la arena y me dicen que no sé de qué les hablo. Insisto en que quiero comprar algunas. Les doy hasta explicaciones, les digo que son para mi hermana que lleva mucho tiempo buscándolas. Nada. Uno de ellos me dice de repente que lo acompañe a su casa, que allí me enseñará el género. No entiendo qué tiene de raro vender recortables, pero lo acompaño. Una vez en su casa dice que, para no levantar sospechas, salude a su madre. Asomo la cabeza a una habitación y al rededor de la madre del camarero está toda la familia viendo la tele. Digo buenas noches y me voy. En camarero me hace ir a otra habitación con las paredes llenas de cajones y ropa de bebé empaquetada. Me muestra una colcha celeste con lazos. Esto es sólo la trastienda. Pienso que se ha olvidado de las recortables y yo no pienso insistirle, sólo quiero salir de allí cuanto antes.