tráfico de ciruelas

miércoles, 30 septiembre 2009. Junto al hospital Parque San Antonio no hay río, hay una explanada de hierba y ciruelos. Las ciruelas tienen un color amarillo rosado, transparentes, parecen de cristal. Caen en racimos enormes. Hay gente sentada debajo pero nadie las mira. Pregunto si puedo llevarme algunas. No. De todos modos arranco una y me la como rápidamente para que no puedan quitármela.
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Estoy escondida en un trastero, sentada en el suelo junto a una tabla de planchar y otros cachivaches. El poeta David Leo García entra y se sienta a mi lado. Le ofrezco una ciruela que se ha colado del otro sueño. Mientras lo veo masticar me acuerdo de Proserpina.
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Sigo en el trastero. Llaman a la puerta, es un chico que no conozco. Se parece a mi amigo, el ilustrista, Luciano Lozano. Sólo vengo a despedirme, dice. Dame un abrazo, dice. Al abrazarlo el chico se convierte en un busto de piedra. Aun así, se marcha.
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Al despertarme noto la luz del amanecer demasiado rosa. Me acerco muy despacio a la cristalera, no me atrevo a correr la cortina por miedo a que desaparezca. Pienso que es la luz del sol reflejada en las ciruelas rosas del sueño anterior.

gemelos y corbata

martes, 29 septiembre 2009. Camino junto al escritor Chivite bajo unos soportales, aunque en el sueño tiene el aspecto de Ferran Fernández. Me habla de una cueva que visitó, donde las paredes estaban cubiertas de piedras puntiagudas y al tocarlas se convertían en cristales. Si las tocas todo se llena de luz, dice. Mientras lo cuenta no deja de caminar y mueve los brazos como si fueran aspas para explicar los destellos. Pienso que lo había imaginado menos expresivo. Camina muy rápido, tengo que ir dando saltos para alcanzarlo. Cuando va a mi lado lleva pantalón largo, pero cuando se adelanta lleva bermudas. Me fijo en sus gemelos, son enormes. Le pregunto si ha hecho una lista con todos esos sitios de los que me ha hablado. Dice que no, abriendo mucho los ojos, como se le respondería en broma a un niño.
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Estoy en una habitación acristalada. Dentro hay un escudo enorme del Real Madrid. Arrastro una bolsa enorme de viaje. Veo que llegan José Mari Rosales y Dr. Pepix. Van vestidos igual, con abrigos negros de cuero. Les abro la puerta, me dan las gracias y pasan de largo, ni si quiera me ayudan con mi enorme bolsa.
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Mi madre mira neceseres en un mostrador. Te los regalo todos, le digo. Dice que no necesita ninguno, que sólo está mirando para pasar el rato. En casa tengo uno transparente que te vendría muy bien para el avión, le digo. Mi madre se ríe. Al lado del mostrador hay una mesa con restos de una fiesta. Amontono los platos de plástico sucios. Cuanto antes recojamos antes se irán, le digo a mi madre. Mi prima Cristina señala al techo, un montón de hormigas arrastran una lasca de jamón. Unos niños dicen que quieren hacer una obra de teatro para terminar la fiesta. Mi suegro sale voluntario para que le den un papel. Me voy a mi cuarto y allí encuentro a varias personas poniéndose mi ropa, disfrazándose para la obra. Un niño me pide que le haga el nudo de la corbata. Me cuesta mucho trabajo porque la corbata es de tela plastificada. Mientras tanto me cuenta que le gustan los paisajes con viento. Le digo que después le enseñaré fotos de la Patagonia. Si fueras mi madre ya habrías terminado con ese nudo, me dice.

hamaca y lápices alpino

lunes, 28 septiembre 2009. Llego a un hotel en Bali. No hay nadie, al parecer he llegado incluso antes que los dueños. Subo hasta la azotea y me tumbo en una hamaca de tela. Comienzan a llegar otros viajeros. Veo pasar a Joaquín, un amigo de hace años, que resopla al verme. Si prefieres puedes ignorarme cada vez que me veas, le digo. Se sienta cerca sin mirarme. ¿Te importaría decirme sólo una cosa?, ¿por qué dejaste de hablarme? Joaquín niega con la cabeza.
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Salgo de una fiesta en una guardería, los niños me han regalado varios juguetes que ellos mismos han hecho. Dos chicas que suben una cuesta a mi lado, me preguntan si soy la nueva profesora. Alberto, que pasa en ese momento por la calle, me da un beso y sigue caminando con prisa. Las chicas me dicen que me vaya cuanto antes de ese pueblo, porque a todas las mujeres las dejan sus maridos a los tres años. Me preguntan cuántos años llevamos juntos. Veintinueve, respondo. ¿Y todavía se para por la calle para darte un beso? Se sientan en el alféizar de una ventana, sacan unos cuadernos y me miran como si yo fuera a dictarles algo.
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Hemos cenado en un bar con unos amigos. Cuando el camarero trae la cuenta, la cuenta es un póster enorme con la carta, donde tú eliges el precio de las cosas. También nos da una caja de lápices Alpino para que escribamos los precios y hagamos la cuenta, pero todos los lápices son blancos y es imposible escribir. Mientras trato de encontrar una solución, Antonio Muñoz Quintana me cuenta que David González le ha dicho por teléfono que cuando vaya a Madrid va a alquilar una moto para romper el aire.

coches y lobos plateados

domingo, 27 septiembre 2009. Alberto tenemos prisa por encontrar el coche del escritor Chivite para dejarle una nota urgente en el parabrisas, pero no sabemos el modelo ni la matrícula. Dejemos la misma nota en todos los coches plateados que veamos y seguro que alguno es, le digo.
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Estoy colgando de la barandilla de la terraza de la casa de mis padres. Mi madre y yo conversamos como si nada. Mamá, haz algo. Hija, no tengo fuerza para subirte. Pues baja a casa de Patricia, abres la terraza y me dejo caer, pero date prisa porque ya no aguanto más. Mi madre baja pero se equivoca de casa. Yo caigo al vacío sin estruendo.
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Tengo una casa en la Patagonia con un enorme jardín de tierra amarilla. He puesto colchones en el jardín y limitado el terreno con sillas. Mi padre lo mira todo con recelo y dice que prefiere dormir dentro por si llegan los lobos plateados.
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Dos chicas discuten dentro de un almacén de piedras. Yo observo la escena desde la acera. Todas las piedras llevan frases escritas.
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Mi hermana mira el correo en un ordenador muy pequeño que ha puesto en la mesita de noche del dormitorio de mis padres. Le pido que me deje enviar un trabajo que tengo que entregar urgentemente. Siempre te lo dejas todo para el último momento, me dice y sigue tecleando.

hojas amarillas

sábado, 26 septiembre 2009. Después de una fiesta barro hojas amarillas y debajo aparecen piedras negras. Las separo con la escoba con mucho cuidado. Unos tipos se llevan los setos y hasta los árboles, dejan la plaza desierta. El dueño del bar manda a Héctor Márquez al cuarto de baño a buscar algo, después le dice a dos tipos que vayan a ver qué hace. Quiero avisarlo pero no puedo así que entretengo a los dos tipos diciéndoles que me ayuden con las hojas y las piedras, hasta que veo que Héctor ha salido. Héctor me ha visto hablando con ellos, cree que son amigos míos y me dice que no me fíe de nadie.

lluvia de melones

viernes, 25 septiembre 2009. Daniel Verge y yo estamos en el aula magna de Económicas. Hay demasiada luz, me fijo en que no hay techo. Un chico con pelo afro me pregunta si queiro trabajr para ellos. Hacen un cómic para niños. Las viñetas están quietas, pero cuando las lees se mueven como dibujos animados. El personaje estrella del cómic es un cerdito pirata. Le pregunto si se lo han copiado a Shin-chan. Daniel dice que no debería preguntar esas cosas y se va. El chico del pelo afro me dice ¡Contratada! y me lanza algo. Es una bolsita con marihuana. Busco a Daniel para dársela porque yo no fumo. Un profesor pide que salgamos inmediatamente del aula porque es la hora de la lluvia de melones. Todos corren. Miro desde la puerta. Efectivamente, unos melones amarillos caen sobre los asientos pero no se estrellan. En el aula sólo queda una señora en bañador, que ajena a la lluvia de melones se pone crema protectora.

jardín ámbar y manzanas azules

jueves, 24 septiembre 2009. Hablo por teléfono con Héctor Márquez. No sé de qué hablamos, pero me consuela escuchar su voz. Mientras habla veo una imágenes color ámbar de un jardín y una casa con luz de velas en cada ventana.
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Alberto y yo vamos a entrar al garaje. Un tipo nos para, dice que bajemos la ventanilla, nos pregunta dónde compramos el motor del coche. La pregunta me parece una trampa, le respondo que en una juguetería. Cuando aparcamos, le digo a Alberto que se dé prisa. Corremos al ascensor. Cuando llegamos a casa, el tipo ya está arriba con dos amigas. Dice ha entrenado toda su vida para esto. No parece agresivo, al contrario. El tipo dice que efectivamente la pregunta era una excusa para ofrecernos sus servicios. Le doy las gracias, le pido que se vaya, pero Alberto ya está besándose con una de las chicas. Me fijo entonces en que no es nuestra casa, es una juguetería. De repente, Alberto y yo estamos sentados en el paseo marítimo, de espaldas al mar. Delante de nosotros una niña escarba en la arena y encuentra un monopatín. Yo escarbo con el pie y encuentro dos manzanas de cristal azul, una grande y otra pequeña. Le pregunto a Alberto si quiere alguna. Me pasa el móvil. Un amigo me dice que lo esperemos para comer. Ven pronto, tengo que contarte lo que nos ha pasado esta noche, le digo. Como si ya lo supiera, dice que la mujer de un amigo suyo encontró maquillaje en la cama y que la separación está siendo una masacre. Cuando dice masacre, cierro los ojos como si así pudiera dejar de oír. También dice que él dejó de engañar a su mujer el día del pantalón blanco. No entiendo nada. Dice que llega un momento en que uno debe plantearse su calidad moral. No le veo sentido a nada de lo que dice. Mientras habla, tengo los ojos cerrados y veo una playa con piedras. Mientras me habla pienso que no quiero estar ahí, sino en esa playa. Oigo su voz, está justo detrás de mí, abrazado a una mujer negra muy guapa.

tijeras y sueños

miércoles, 23 septiembre 2009. Antonio Blanco entra en un bar con muy mala cara, veo desde lejos cómo un tipo le pega dos puñetazos a cámara lenta en el estómago. Corro hacia él, para ayudarlo, también a cámara lenta. Cuando llego veo que no eran puñetazos sino que le han clavado una tijera. La gente huye, saltó sobre el tipo que le ha atacado, lo tumbo bocabajo y me doy cuenta de que no es un hombre sino una cajera del Mercadona disfrazada. La amenazo con cortarle el pelo. Mientras la tengo inmovilizada, pido ayuda porque Blanco se desangra, pero nadie me ayuda.
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Héctor Márquez ha publicado un libro con poemas de Andrés Gómez Miranda, poemas de una chica china y su hija, y mis sueños. Tenemos que presentar el libro en un cuarto de estar con mesa camilla. Andrés está muy contento, lee su poemas y las dos chinas ríen y aplauden. De repente mi hermana dice que quiere leer sus poemas. No tenía ni idea de que escribiese, le digo a Andrés. Cuando mi hermana termina su lectura, Héctor dice que es demasiado tarde y leeremos mis sueños otro día. Yo me alegro, porque en el libro no hay sueños sino fotos y no hubiese sabido qué leer.

avioneta

lunes, 21 septiembre 2009. Es de noche, estoy en una calle que no conozco y se oye a lo lejos una manifestación, ruidos de contenedores volcados y cristales rotos. Nadie a mi alrededor parece darse cuenta. Intento avisarlos, pero no me hacen caso o no me ven. Entro a refugiarme en un edificio, llamo a algunas puertas. Nadie me abre. Busco dónde esconderme. Nada.
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Joan Masip ha venido a verme aprovechando que es la Feria de agosto. Estamos tumbados en la acera. Una avioneta pasa con publicidad. Joan dice que el anuncio lleva razón, que todos deberíamos adelgazar unos cuántos kilos para vivir mejor.

masoquismo

domingo, 20 septiembre 2009. Estoy viento en la tele un programa sobre masoquismo, donde una señora muy gorda se quita la ropa y se tumba en el suelo sobre unas bolas rojas que se le queden clavadas al cuerpo. Rueda sobre ellas para que se le queden pegadas también por la espalda. Parece una enorme croqueta roja. Después entran unos individuos pintados de azul, la rodean y le lanzan alfileres y dardos. Mi suegra entra en la habitación con una fregona y la pasa por el suelo y sobre mis pies. No comprendo qué hace a esas horas despierta. Va en camisón. Me empuja con la fregona hasta acorralarme y sacarme del cuarto. Después se tumba en el suelo, dice que se ha caído por mi culpa y llama a su hijo para que la levante. Sandra, la vecina de abajo, llega muy maquillada y se sienta a contemplar la escena con una taza humeante en la mano.

congreso y basura

viernes, 18 septiembre 2009. Tengo que dar una conferencia en un congreso. Las paredes y las gradas están encaladas, parece un cementerio. Alguien dice mi nombre y levanto la mano. Niego con el dedo, digo que tengo que marcharme inmediatamente. Rosamari, una niña del colegio a la que no veo hace años, se levanta para acompañarme. La salida es un laberinto, así que decidimos caminar por el borde del muro. Encontramos otros congresistas que también escapan. Salimos todos por una ventana que da al tejado.
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Intento andar por la calle sin resbalarme. Ha llovido y llevo unos zapatos que me quedan pequeños. Me meto por calles muy estrechas para poder agarrarme a las paredes de los lados. Salgo a una avenida donde un hombre vende cachivaches, los tiene sobre una mesa de playa. Son lotes de cosas usadas y rotas. Me llama la atención lo caros que son. Por ejemplo, un balón de Nivea y dos camiones de plástico sucios, 38 euros. Aun así, está rodeado de gente que le compra. Sigo caminando, veo libros, revistas y ropa en la acera. Me parecen cosas más valiosas que las que vende ese hombre y sin embargo se nota que él mismo las ha desechado. Cojo varios libros y revistas. Me doy cuenta de que la ropa es mía, alguien me la ha tirado. Busco una bolsa para meterlo todo. Unos metros más allá veo a mi hermana, la llamo, no me hace caso. Le hago señas, grito su nombre. Al final viene protestando. Le digo que en mitad de la cera hay cuatro libros de Arte, que igual le interesan. Uno es de los Prerrafaelistas, le digo.

camisetas rosas

jueves, 17 septiembre 2009. Mi cuñada llama por teléfono para decirme que ha recibido por mail la foto de la paella. No entiendo nada. Al parecer y suegra se la envió desde mi ordenador. Cuando voy a mirar el ordenador, veo que está roto.
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Entro en un bar muy cutre a ver una exposición de fotos. las paredes están pintadas de azul oscuro, la exposición es en un pasillo y hay que subir con una escalera de madera desvencijada. Según voy subiendo, los peldaños se rompen.
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Tengo que leer poemas y estoy esperando a que me recojan a la puerta de un hotel. Me doy cuenta de que llevo un vestido de fiesta sin tirantes que no he visto jamás. Corro a cambiarme a mi habitación. Un hombre me sigue. Consigo entrar antes que él y cierro la puerta, pero entra por otra. Un montón de chicas con camisetas rosas se le abalanzan, le dan besos le piden autógrafos. Las chicas se quitan las camisetas y las hacen girar sobre sus cabezas. Lo miro con desprecio. Acabarás como ellas, me dice.

bus e inmobiliaria

miércoles, 16 septiembre 2009. Un autobús me atropella al cruzar calle Ferrándiz. Como si fuese un dibujo animado, me quedo pegada al parabrisas. Le digo al conductor que pare, pero dice que está prohibido, que sólo puede parar en la siguiente parada.
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Entro en una inmobiliaria donde trabaja Ana Obregón. Donde debería estar la papelera, hay un caracol hecho de toalla. Cuando me fijo, el caracol tiene la cabeza de su madre, me da los buenos días. Junto a la mesa está sentado su hermano. Tiene la cabeza llena de calvas sonrosadas. Pienso que tiene sarna. Le digo a Obregón que siento mucho que la prensa la persiga. Me pregunta si quiero algo más. Sólo he venido a decirte eso, le digo esperando que se alegre. No sólo no se alegra sino que me pide que me vaya.

el calcetín de sr. chinarro

domingo, 13 septiembre 2009. Sr. Chinarro me hace señas y se acerca a saludarme. Coletas, te ibas sin despedirte, dice. Me toco el pelo y efectivamente llevo dos coletas. Un montón de fans se agolpan a su alrededor. Me hace un gesto con la mano, como diciendo Nos vemos luego. El concierto es en una sala muy pequeña. Él está sentado en un columpio muy rústico de madera y cuerdas, y pasa sobre las cabezas del público mientras canta. Me maravilla que pueda tocar la guitarra y agarrarse a las cuerdas a la vez. Cada vez que llega hasta donde yo estoy, le agarro de un calcetín y tiro un poco. Al cabo de un rato consigo quitárselo y me lo guardo de recuerdo.

uniformes

viernes, 11 septiembre 2009. Unas chicas y yo cargamos unas maletas por calle Alcazabilla, al llegar frente al cine Astoria digo que no puedo más y me siento en el bordillo de la acera. Una chica me dice que nos pongamos el uniforme. Blusa y falda color vino. Nos cambiamos de ropa sentadas, para no llamar demasiado la atención. Llegamos a una casa en calle Cristo, donde hemos quedado con Antonio Muñoz Quintana para maquetar e imprimir el último libro de su editorial. Una de las chicas dice que teníamos que haber comprado algo de comer. Salgo, pero sólo quedan kioscos abiertos. En uno de ellos hay una cola muy larga para comprar pan. Mientras espero, aparece Nuria Arán, una niña del colegio a la que no veo desde hace años. Dice que la última vez que nos vimos prometió enseñarme su coche, y señala una ranchera alicatada por dentro y por fuera con baldosines de flores. Entramos en un bar, Nuria desaparece y un chico muy joven me pide el número de teléfono. Le digo que no tengo móvil ni Facebook. El chico se levanta y escribe algo en una pizarra. Cuando se da la vuelta me fijo en que tiene los pechos operados. Sé quién eres, me dice. Una señora me da un libro que le había prestado Antonio, dice que se lo devuelva de su parte. Salgo agobiada de el bar. Le digo a la chica del kiosco que me cobre porque tengo prisa. Compro dos revueltos y una bolsa de almendras. En la cola todos me miran con mala cara porque Antonio está haciendo derrapes en la calle con su coche.

manzanas para obra

jueves, 10 septiembre 2009. Alberto y yo miramos desde lo alto de un monte cómo un grupo de nudistas cargan troncos y hacen una presa. ¿Qué hacen y por qué van desnudos?, le pregunto. Alberto dice que es una representación de cómo se construyó el país. Cuando me acerco veo que llevan las caras pintadas de barro. Unos chicos vestidos se meten en el agua y dicen que quieren participar. Entramos por un túnel y salimos a un bar donde exhiben el bocadillo más largo del mundo. Mide sólo medio metro, pero no digo nada. En la puerta del bar hay un cartel que dice "Manzanas para obra". Alguien me explica que cuando un alimento es para comer fuera del bar, se le llama así. En la calle hay filas de niños. Les pregunto dónde van. Van a un museo. Todos estamos en contra, dice una niña. Se refiere a la artista que expone. Alberto está sorprendido de que haya una tienda especializada en ligueros. La niña de antes le dice que su madre se gasta todo el dinero en esas tonterías. Pienso si para pedir un liguero tendrás que decir "Liguero para obra" porque allí mismo no te lo pones.

caramelos, medusas y holograma

miércoles, 9 septiembre 2009. Ana Caína rebusca en mi bolso. No me lo ha dicho, pero sé que está buscando la lata de los caramelos Fisherman's. Saca una de mis libretas, la abre sobre la mesa y la deja a la vista de todos. Quiero cerrarla, pero no puedo mover los brazos. Andrés Gómez Miranda se da cuenta, la recupera y la guarda. Después, Caína y yo luchamos en el suelo por la lata de caramelos. Cuando al final consigo arrebatársela veo que los dibujos de la lata han desaparecido. Siento una tristeza enorme.
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El poeta Alejandro Robles camina por la calle con un cubo de playa azul en la mano. El cubo es del mismo color que su pelo. El cubo está lleno de medusas.
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El escritor Chivite está sentado frente a mí, su imagen es plana. Lo veo mover los labios, pero no oigo lo que dice. Levanta la mano, parece que desliza los dedos sobre un cristal, y escribe a la altura de mis ojos: Hay que divertirse más.

el mundo es un pañuelo

lunes, 7 septiembre 2009. Estoy delante de un escaparate de pañuelos. Cada uno está doblado y colocado en una celdilla cuadrada. La tienda se llama "El mundo es un pañuelo". No quiero sacar ninguno para no desordenarlos. La dependiente me ofrece uno, me lo coloco delante dejándolo caer desde los hombros. Es color crudo con florecillas marrones. Bonito, pero tristón. Por la calle pasan chicas muy jóvenes con vestidos hechos con dos pañuelos cosidos. Todas me parecen preciosas y felices. La dependienta está tan ilusionada que no me atrevo a decirle que el pañuelo que me ha ofrecido no me gusta.

césar y manolito

domingo, 6 septiembre 2009. Tengo en las manos, cada uno en una, a los muñecos de la Silvanian Family, el erizo César y el burro Manolito. Los muevo como si fueran marionetas, pero cuando los dejo sobre la mesa, veo que pueden moverse solos, se abrazan y hablan entre ellos. No es lo mismo ser amable que ser educado, dicen.
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Entro en una tintorería. La mujer del dueño va a darme un pijama que dejé para que le pusieran cremallera. El dueño, un tipo muy desagradable, pega a su mujer y me quita el pijama. Venga a recogerlo otro día, dice. Salgo de allí dispuesta de denunciarlo, pero mis pies tienen ruedas y me alejan de allí, sin que yo pueda evitarlo, a toda prisa.

familiares, amigos y delfines

viernes, 4 setiembre 2009. Tengo que preparar la cena para mi hermana y mis dos primas pequeñas. Son niñas y están incordiando en la cocina. Quieren arroz chino. Le digo a mi hermana que vayan a comprar salsa de soja para quitármelas de encima. Mientras preparo café. Cuando voy a darme cuenta, el suelo de la cocina está cubierto de café.
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Mis padres cenan con unos amigos, los oigo desde una habitación que no reconozco. Los amigos de mi padre le dicen que mi madre está triste porque quiere una freidora. Pues que la compre, dice él encogiéndose de hombros. Me siento en un chéster desfondado y los veo moverse por la habitación. Oigo el ruido de una ducha a través de la pared. Pienso que es Alberto. Decido que no volveré a hablar. Eso me produce una tristeza enorme y cada vez me hundo más en el sillón.
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Estamos junto a la barra de un bar. Antonio Blanco reparte pósters con fotos de escritores irlandeses. Le pregunto si ha leído el artículo del escritor Chivite donde habla de que no hay que confiar en los escritores sin gafas. Se ríe y me mira. Todos en el bar llevan gafas menos yo.
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Alberto le pregunta a Blanco qué es la cerveza. Blanco intenta explicárselo, pero Alberto se agarra la cabeza como si le doliera de tanto pensar. Cerveza es lo que bebimos anoche, le dice. Me alejo unos metros para saludar a Héctor Márquez, que está en una mesa con Eliezer. Los dos llevan chaqueta azul marino de invierno, la de Héctor tiene las solapas de terciopelo. Está muy triste. Le pregunto por su hijo. Hace un gesto con la mano como si espantara una mosca, y eso gesto deja una estela en el aire donde puede leerse Quiero desaparecer.
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Se juegan varios partidos de fútbol en el mismo campo de tierra. Alberto juega con una niña muy pequeña. La piel de la niña es de color azul. El padre de la niña le dice a Alberto que lo matará si no la deja ganar. Cojo a la niña en los brazos y me la llevo. Si no hay niña no hay muerte, les digo.
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En una calle con edificios bajos y una luz amarillenta e irreal, la gente persigue delfines que nadan por el aire.
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Alberto y yo llegamos a un hotel. Mientras él habla con la chica de recepción, yo entro en la habitación empujando la puerta. Sobre la cama ya está nuestra ropa doblada y varias películas. La puerta se abre, me asomo, pero ahora es un armario donde cuelgan vestidos de mi suegra. Incluso ella está en el armario, dice que un niño le ha ensuciado los vestidos y hay que lavarlos urgentemente. Cierro la puerta.

árboles y barro amarillo

jueves, 3 septiembre 2009. Trepo hasta el tejado de una casa. Me dejo caer. Planeo sobre un bosque de árboles amarillos.
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Acompaño a mi tía Encarna a la panadería de Chelo en calle María, que ya no existe. En la puerta, rozo sin querer el brazo de un hombre. Me agarra del cuello y exige que me disculpe. Después cuenta, a las mujeres que están comprando, que en su teléfono móvil guarda el número de todas las que se ha tirado. Más de medio millón, dice. Busco a mi tía, pero no está. Bajo hacia Fernando el Católico. Está en obras, junto a un montón de tierra hay libros y juguetes, soldaditos de plásticos. Intento bajar para coger algunos, pero los pies se me hunden. Ha empezado a llover, la tierra se ha convertido en barro amarillo y estoy hundida hasta la cintura. Temo no poder salir de allí. Me pregunto si seré capaz de respirar bajo el barro.

estribillo y empujones

miércoles, 2 septiembre 2009. Tengo que marcharme urgentemente de una casa y busco mi ropa. Sobre una mesa hay ropa amontonada, pero no reconozco nada mío. A lo lejos suena una canción donde en el estribillo se repite la palabra Papá. Cada vez que las niñas que la cantan dicen Papá, un hombre responde Ya voy. La casa está a oscuras y la habitación desde donde responde ese hombre tiene una luz encendida. Quiero irme de allí lo antes posible.
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Carmen Beltrán y Enrique Kb han venido a verme. Kb va delante con Alberto. Carmen se ha cortado el pelo y lo lleva planchado, parece aún más joven. Me habla de que ha dejado el tratamiento y que el médico le ha regalado un montón de pastillas. Abre el bolso y me enseña bolsas de plástico llenas de lo que parecen caramelos de goma. Me ofrece una pastilla azul, plana, del tamaño de un euro. Está pastilla te proporciona tristeza inmediata, dice, igual a lo que sentirías si un novio te dejara. La escupo, le digo que prefiero no tomarla. Esta otra es para que me gusten los hombres que escriben teatro, ¿me presentarás alguno?, dice. Le digo que no pienso hacer nada que haga daño a Kb. Carmen se mete varias pastillas en la boca y se ríe. Alberto se acerca a nosotras y me empuja varias veces, como si buscara pelea. No devuelvo le los golpes porque pienso que uno sólo de los míos podría matarlo.

aguacates adiestrados

martes, 1 septiembre 2009. Mi hermana deja rodar una fila de aguacates, que acaba de recoger del árbol, por el jardín de la casa de mi abuela. Me sorprende que ninguno se salga de la fila, van rodando hasta el recibidor de la casa como si estuvieran adiestrados. Cojo uno para la cena, por dentro parece de lana. Según lo voy abriendo con los dedos se va convirtiendo en una rebeca de lana verde. Mira, está lloviendo, dice mi hermana. En mitad de jardín los demás aguacates ruedan formando figuras en el suelo, como si bailaran. Así no hay quien cene, le digo a mi hermana.