jueves, 4 marzo 2010. Mientras mi amigo Luciano saca la compra de las bolsas y la va dejando sobre la mesa de la cocina, le explico que me he dado cuenta de que es mejor no decirle a las personas que quieres que las quieres. Por ejemplo, ese cachorro que tienes encima del frigorífico no es otra cosa que alguien te ha dicho que te quiere. Luciano me da la razón y baja al perro para que coma. A mí, por ejemplo, le sigo contando, una vez me dijeron que me querían y apareció un molino de agua a los pies de la cama. Decirle a alguien Te quiero, provoca desorden en su casa, así que he decidido no volver a decírselo a nadie nunca más. Luciano dice que eso es muy triste y me da una solución. Debes escribir los nombres de las personas que quieres y, cuando mueras, que alguien les diga que los querías. Me parece tan buena idea que me pongo manos a la obra. En vez de escribir bordo con lana en un trozo de tela el nombre de mi amigo Daniel. Estoy pensando que encargaré a Mestre la misión de leérselo, digo. ¿Y si Daniel muere antes que tú?, pregunta Luciano. Pues que se lo lea a su hija.