sábado, 27 marzo 2010. Llamo a una casa y pregunto si tienen juguetes. Alguien señala al frente. Hay estanterías al aire libre. Lo mismo hay juguetes que libros que frutas y verduras. Todo está muy abandonado, aunque la luz es muy bonita. Camino entre estanterías hasta llegar a un descampado. Alguien me dice que es el solar donde hacían la feria, pero que la han trasladado al centro de la ciudad. El descampado acaba en una playa cubierta de piedras idénticas, color ladrillo con una raya blanca. También hay una montaña de pipas sin tostar. Mi amiga Salud y sus hijos las comen con cara de felicidad. Cojo unas cuantas y me las guardo en el bolsillo. Dos hombres juegan a pasarse un balón. Dan unas patadas tremendas. La pelota acaba cayendo por un terraplén y los hombres corren tras ella. Pienso que van a matarse. Me doy cuenta de que voy subida a unos zancos y que probablemente la que se mate sea yo. Intento apoyar la espalda en una pared. Cinco elefantes pequeños acuden en mi ayuda. Son de cinco colores diferentes. Cada uno lleva una montura de tela con flecos. Al borde de cada montura hay bordado un verso del escritor Chivite.