domingo, 28 marzo 2010. Mi amiga Begoña y su hijo Álvaro llegan a casa. Estoy sentada en el suelo de la terraza. Begoña lleva varios vestidos amplios sobrepuestos. Álvaro se sienta a mi lado, habla de una chica de la que está enamorado. Está muy preocupado, dice que si esa chica lo deja él no podrá volver a escribir poemas. Mientras tanto Begoña se va quitando vestidos. Los brazos se le quedan al aire, unos brazos que dan ganas de morderlos, y me acuerdo de una canción de El niño gusano que decía: "Quiero una chica con brazos frutales tumbarme en el suelo y comer cosas buenas". Se la ve absolutamente feliz.