jueves, 11 marzo 2010. Paseo por una ciudad que parece Buenos Aires. Subo a una casa antigua, me recibe el portero. Está sentado frente a una mesa de madera muy gastada. La casa está vacía. Las vistas son espectaculares. Le pregunto si está en venta y cuánto cuesta. Me dice el precio en una moneda que no conozco. Deberías ver los informativos, dice. Me siento avergonzada. Unas chicas muy guapas llegan en fila, parece un pase de modelos. Abren los brazos para que pueda ver sus vestidos de fiesta. Me dicen que yo también puedo hacerme uno. Les digo que dejé de coser hace mucho tiempo. Se ríen. La profesora ha llegado, dice el portero. Bajo mis pies se ha hecho un agujero y puedo ver el piso de abajo. La profesora me hace pasar a una habitación con asientos muy viejos puestos en círculo. Reconozco a mi amigo Daniel y a mi amiga Begoña. No entiendo cómo han venido hasta Buenos Aires. No les digo nada. Daniel lleva un jersey rojo de mujer, muy escotado. Me siento en el suelo, junto a él, con las piernas cruzadas. La profesora me dice que no haga el tonto y me siente en uno de los sofás libres. Están muy sucios. Me levanto y cruzo el círculo con vergüenza. La tela del sofá está tan pegajosa que la falda se queda enganchada y deja al aire mis muslos. Frente a mí, mi amiga Begoña sentada junto al escritor Chivite. La profesora le dice que nos relate la actualidad. Chivite se asoma con disimulo por la ventana y nos habla de política económica. Pienso que lo está copiando de la tele de la casa de al lado sin que la profesora se dé cuenta. Me río en silencio. Mientras habla, pienso si habrá venido conduciendo desde su casa y que seguramente tenga que volver esa misma noche. Hago la cuenta de los kilómetros que hay desde Buenos Aires a Pamplona. Ni Daniel, ni Begoña, ni Chivite me reconocen y yo no me doy a conocer. Salgo de la casa en un descuido. Las medias se me han bajado por culpa del sofá. Pienso que soy una estúpida, que tenía que haberlos saludado. Me siento absolutamente triste y sola en una ciudad sucia que se cae a pedazos. Decido volver. La oscuridad en las calles es total. El portero está en la acera y me enfoca con una linterna. Ya se han ido todos, dice.