uvas y cápsulas con filtro

lunes, 31 mayo 2010. Un profesor le dice a sus alumnos que se vayan a casa, que cierran el colegio para siempre. Los niños llegan a casa, la madre está cogiendo uvas, las desentierra y las echa a un carro. Los niños se suben al carro y le preguntan a la madre qué hay de comer. Uvas, dice ella. Parece el final de una película. Incluso la imagen se aleja mientras se pierden las voces de los niños.
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Un niño intenta cambiarle a otro piedras por caramelos. El de los caramelos intenta robarme lo que llevo en el bolso. El bolso está lleno de cápsulas. No sé de dónde han salido. Abro algunas para ver qué tienen: filtros de cigarro. El niño de las piedras consigue robar un disco de regaliz al niño de los caramelos. Cuando voy a esconder el regaliz, mi bolso se ha transformado en una radio.

padre nuestro y pechos xl

domingo, 30 mayo 2010. La iglesia del que era mi colegio está llena. Me quedo de pie al fondo. En uno de los primeros bancos veo a Virginia y Camilo. Están sentados con las rodillas muy juntas y las palmas de las manos extendidas sobre las rodillas. Camilo vuelve la cabeza y me ve, sin cambiar la postura de las manos se echa hacia un lado para dejarme sitio. Le hago un gesto para que no se preocupe. Le explico, como puedo, que no voy vestida como para sentarme en primera fila. Me mira de arriba abajo y deja de insistir. En realidad no voy vestida, sólo llevo una sábana enrollada sobre el cuerpo desnudo. Todos rezan el padre nuestro. Yo, por inercia, también. Me fijo que mientras rezo no puedo pensar en otra cosa. Cuando me callo los pensamientos vuelven. Decido que cuando no quiera pensar en nada, rezaré a escondidas. Como si Virginia y Camilo pudieran leer mis pensamientos, se vuelven a la vez y asienten sonrientes.
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Odila, una amiga del colegio a la que hace años que no veo, me empuja hacia el servicio de un bar. Sin mediar palabra se levanta la camiseta. Ante mi cara de no entender me explica que de repente le han crecido los pechos, ella que nunca tuvo, y que seguro que tiene cáncer de mama. Me agarra las manos y me obliga a que se los toque. No noto nada raro, simplemente te han crecido, le digo con frialdad de médico. Pero si son incluso más grandes que los tuyos, se queja. Tiene razón, no sé qué decirle. Le cuento que, precisamente el otro día, me salió un bulto en el pecho y me lo arranqué con las uñas. Pues si lo dices para tranquilizarme te has lucido, dice.

memoria wc

sábado, 29 mayo 2010. Entro al cuarto de baño de la casa de mis padres con la intención de medir un mueble para cambiárselo por otro y darles así una sorpresa, pero el mueble ya no está. En su lugar hay dos lámparas años 30 atornilladas a la pared. Mi madre me dice a través de la puerta que recupera la memoria cada vez que entra al cuarto de baño y que me fije si a mí me pasa lo mismo. Pero yo estoy más pendiente de los charcos de agua y de los espejos rotos que hay en el suelo.

naipes

viernes, 28 mayo 2010. El poeta Vicente Ortiz da una lectura sobre un ring de barro. Según va leyendo lanza los poemas al suelo, pero en vez de caer folios caen naipes. Me entretengo en contar cuántos caen hacia arriba y cuántos hacia abajo.
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Parece que vamos a la playa porque acarreamos una sombrilla y un cesto, pero en el cesto hay una manta. Una chica tira a su bebé al agua como si fuera una red de bajura. Dice que es la única manera de que un niño aprenda a nadar. Yo no digo nada, pero la imagen del niño bajo el agua se acerca a mí a toda velocidad. Alguien nos dices que podemos dejar la manta dentro. Dentro es una cabaña de madera que huele a salitre. En la cabaña de al lado un matrimonio discute. Alberto se tumba sobre la manta y se queda dormido de inmediato. No hay puerta, así que veo y oigo gritar al matrimonio toda la noche.

la familia, se supone

miércoles, 26 mayo 2010. Se supone que mis padres y yo acabamos de comer en una venta, en el campo, aunque no hay restos de comida ni mesa siquiera. La hija de los dueños me abraza, me dice que es su cumpleaños y que elijamos el postre que queramos. Entramos al comedor. En el suelo hay una ventana corredera de cristal donde se ven tartas heladas. Todas son enormes y nosotros sólo tres. Mis padres y yo nos tumbamos en el suelo para verlas, pero no nos decidimos por ninguna.
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Se supone que acabamos de despertarnos. Mi madre sale a por el desayuno, mi hermana es una niña y corre en pijama por la casa, yo me miro al espejo y veo que se me ha caído la mitad del pelo. Llaman al portero, mi padre dice que no se oye nada y va a bajar al portal. Me parece raro en él, que jamás se molesta en abrir la puerta. En ese momento mi madre sale de la casa de la vecina, le digo a mi padre que la espere y bajen juntos. Me extraña que no sonría porque ella siempre sonríe. Todo me parece muy sospechoso. Le digo a mi hermana que me dé la llave porque voy a bajar a ver qué está pasando. Mi hermana no quiere quedarse sola y esconde la llave dentro de uno de los dulces que hay en la cocina. Descuelgo el portero y oigo discutir a un hombre con mi padre. Quiere que le pague una factura de gas natural. Mi padre le explica con mucha paciencia que en casa se usan bombonas de butano. El hombre se pone violento. Miro a mi hermana amenazante para que me dé la llave, pero te tira al suelo y empieza a comerse los dulces. Busco una toalla para cubrirme el pelo y que no se note que se me ha caído. En el momento que voy a bajar para ayudar a mi padre, entra en la casa como si nada, con mi madre al lado. Ya está aquí el desayuno, dice mi madre sonriente.

boca blanda y champú endurecido

martes, 25 mayo 2010. Veo a un tipo apoyado sobre una tapia. Te queda mejor el pelo así, más largo, aunque al tenerlo rizado será complicado de peinar, le digo. En verano me da un poco de calor, por eso me lo corto, dice. Me cuenta que se lo corta en casa con la misma maquinilla que usa para rasurarse las axilas. Me hace señas para que me acerque, como si fuera a contarme un secreto. Me besa, su boca es muy blanda. Sólo un poquito más, le digo cuando va a separarla de la mía.
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Camino con un grupo por una calle muy oscura. Nos guía David González. Al llegar al final levanta una malla metálica para pasar al otro lado. No se ve nada. Busco en mi bolso una linterna. Todos se quedan asombrados cuando saco una linterna de dinamo. Le llevo desde niña y nunca había tenido la oportunidad de usarla, les digo completamente feliz.
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Parece que ha habido una boda. Se supone que yo me aburría tanto que me fui a dar una ducha. Salgo del cuarto de baño con la cabeza enjabonada. Quedan unos cuantos invitados medio borrachos hablando en una de las mesas. El champú empieza a endurecerse en mi pelo. Alguien me dice que hay una pila de lavar en la terraza. La pila está llena de platos sucios. Si quiero enjuagarme tendré que lavar todos esos platos antes, pienso. Mientras tanto, una chica rubia habla y habla sin parar. Tiene las piernas torcidas y feas, me resulta de lo más vulgar y no dice más que estupideces. Quiero terminar cuanto antes de fregar esos platos, quitarme el champú y largarme a mi casa.
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Le enseño a Alberto un bulto, del tamaño de un garbanzo, que me ha salido en el pecho izquierdo. Sin duda alguna se trata de un pezón de mono, dice con gesto de científico riguroso. Después de oír sus palabras no le enseño el que me ha salido en el otro.

reciclaje salomónico

lunes, 24 mayo 2010. Voy por la calle con Antonio Soler. Subimos hacia la casa de mi abuela. Me fijo en que lleva chubasquero, pero no lleva pantalones. Sin que llegue a decirle nada, me explica que para correr con lluvia es mucho más cómodo. Además, tú tampoco llevas, dice. En ese momento me fijo en que voy vestida igual que él. Nos despedimos al llegar a la casa de mi abuela. Llamo, mí tía dice que es muy tarde, que todos están dormidos y no puede dejarme entrar.
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Salud está arreglándose para salir. No reconozco la casa, la puerta da directamente a la acera. Un taxi la está esperando. Alberto me pregunta, como si fuera su padre, si lo lleva todo. Abro su bolso. Sólo lleva la cartera. Un chico extranjero muy joven entra en la casa. ¿Dónde vas? A casa de mi profesora, dice. ¿Cómo se llama tu profesora? Felicidad. Lo dejo pasar. El chico sube las escaleras en dos zancadas. Después me doy cuenta de que Salud y Felicidad no son la misma palabra.
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Alguien ha dejado una cajita con el logo de Iberia en la cocina. Dentro hay un cepillo de dientes plegable y dentífrico líquido. Intento masticarlo como si fuese un chicle. Me da mucho asco, quiero escupirlo, busco los cubos de basura pero no me decido en dónde echarlo, si en orgánicos o en plásticos. Paso un buen rato con esa porquería en la boca sin decidirme. Al final echo la mitad en cada cubo.

mousse por humus

domingo, 23 mayo 2010. Estoy buscando a Alberto. Alguien me dice que vive en la casa okupa de la Plaza de la Merced. Empujo la puerta levemente, pero se abre como si le hubiese dado una patada. Todos se vuelven hacia mí. Están sentados en bancas de colegio y uno de ellos explica algo en una pizarra. Después alzan la mano para votar. Despejan la sala en un momento, se organizan sin hablar siquiera. Se nota que Alberto es uno más de ellos. Le hago señas pero no me ve. Una chica muy sonriente me ofrece asiento. Las butacas están hechas de chapón, parecen incómodas. Según camino voy tropezando con todo, tiro sin querer floreros y figuras de barro, ceniceros y sillas. Nadie me dice nada, todos sonríen y me resulta muy sospechoso. Finalmente me siento en el suelo. Salud y Antonio están en un sofá, comen una bollo con pita de estar duro. Salud dice que el cocinero debe de ser principiante porque no ha batido bien las claras. Otra chica me ofrece una tarrina de humus, pero al probarlo me sabe a muosse de chocolate. Le digo que no se le ocurra darle una a Alberto porque es alérgico y puede sufrir un choque anafiláptico. La chica sale corriendo y a los dos segundos aparece con el cocinero, que es chino, de la mano. Repítele si te atreves eso que has dicho, dice.

ey!

acabo de verlo en la webe,
qué ilusión!

http://puz.unizar.es/catalogo/detalle.php?l=1139

frisch el cebolleta

viernes, 21 mayo 2010. Mi hermana ha sacado ropa de mi armario y se la está probando. Tiene mucha prisa. Intenta ponerse un pantalón verde de terciopelo que fue de mi madre, pero no le entra, después prueba con una falda roja de lana. Le digo que al sentarse se le abrirán las costuras. Cuando se la pone, la falda y la chaqueta rojas se vuelven amarillas. Sale corriendo desde la terraza, a pesar de ser un cuarto piso. Mi madre y yo la miramos correr por un descampado, ahora a ras de casa. Lleva mis zuecos y no se ha puesto medias. No has cogido el paraguas, le grita mi madre. Vemos cómo se acerca a un grupo de turistas suizos y alemanes que acaban de bajar de un autobús. En un momento han organizado una mesas largas, se han subido a los bancos, hacen una coreografía mientras cantan.. Mi hermana canta y baila con ellos. Es la canción de la cerveza, dice mi madre orgullosa. Alguien ha pegado su cuerpo al mío en plan abuelo cebolleta, y al volverme descubro que es Max Frisch. También ha puesto su cámara digital a menos de veinte centímetros de mi casa. Tapo el objetivo, le pido que no me haga fotos. Me alejo del grupo hacia una casa, Frisch me persigue, es muy rápido a pesar de su edad. Le digo que si no me deja en paz, a pesar de admirarlo tanto, voy a llamar a la policía. Me empuja hacia la casa, grito pidiendo ayuda, pero no me sale la voz. Unas chicas que salen de la casa riéndose ni siquiera me miran. He conseguido escapar encerrándome en un servicio de caballeros. No hay váter, sólo hay un agujero y serrín en el suelo. El pestillo está roto. Mientras Frisch empuja la puerta, yo la sostengo desde dentro y aprovecho para orinar. Al orinar el serrín que se va mojando va convirtiéndose en confeti. Es tan bonito que consigue distraerme y casi se abre la puerta. Cuando no oigo su respiración, salgo. La casa es una galería de arte. Algunos de mis cuadros cuelgan de las paredes. Pienso que mis amigos Juan Luis y Luciano me han preparado esa sorpresa. Pienso que la luz de la sala es demasiado blanca, pero aun así me gusta. Hay tres sillas de tijera y otras tres de comedor. Decido plegar las de tijera y guardarlas en una sala aneja. En esa sala hay dos sacos de tierra y unos cien cascos de albañil exquisitamente ordenados. Hecho tierra en un plato hondo, de una olla saco un cazo sopa de arroz y lo siembro. Al momento crece una planta de un verde muy brillante en forma de cono. Satisfecha, la coloco en el alféizar de la ventana que da a la calle. Max Frisch se acerca con una chica, va enseñándole fotos en la pantalla de su cámara. Se ríen. Me tiro al suelo, bajo la ventana, para que no me vean. Los oigo reír a carcajadas. Pienso que quizá consiguió hacerme fotos mientras empujaba la puerta y yo orinaba. Desde mi pobre escondite, deseo que la planta crezca tan rápido que tapie la ventana.

el falso chivite y los tacones de 12 cms

jueves, 20 mayo 2010. He entrado a una óptica para comprar unas gafas. Tengo prisa, así que elijo las primeras que me enseñan. Son unas gafas de buceo con pedrería. Antonio me hace señas, me dice que eso no era la que veníamos buscando. Con un destornillador muy fino ajusto las patillas. Antonio sigue protestando mientras recoge pequeñas joyas que hay sobre la mesa. No olvides los anillos de mi madre, le digo. Al levantarme se me caen al suelo tres canicas. Pienso que menos mal que había moqueta porque de otro modo se hubiesen roto. Salgo con prisa de la óptica dejando atrás a Antonio. He quedado en secreto con alguien en un teatro abandonado para que me entregue un libro. A la entrada del edifico está Ana, la mujer de Juan. Juan ya no trabaja aquí, ahora escribe bajo llave en una habitación de casa, me dice. Entro de todos modos. En el escenario hay un desorden descomunal, reconozco algunas de las cosas de Juan, su mochila, su cazadora, su letra en algunos folios. Intento guardarlo todo en mi bolso lo antes posible. Aparece de repente el poeta cordobés Eduardo Chivite. ¿Qué has hecho con el verdadero Chivite?, le digo. Soy tu contacto, traigo el libro que buscas, dice y me lo muestra moviéndolo en el aire. Es un libro inencontrable que quiero regalarle a Juan, así que tengo que no tengo otra que hacer tratos con él. Saco las tres canicas y se las tiendo. Además te regalo esta revista, dice. La revista está borrosa. Eduardo me da también unas gafas de cartón para verla en 3D. ¡Las poetas de la revista ahora parecen modelos del Playboy!, le digo. Guardo todo en el bolso y salgo corriendo. En la calle veo pasar a Alberto, lo sigo, va haciendo parkour y me cuesta seguirlo porque llevo unas botas con tacones altísimos. Dos chicos me ayudan a descolgarme por una pared metálica. Al llegar al suelo les lanzo un beso. Cruzo varias casas temiendo despertar a los que duermen, cruzo hasta la vía de un tren. Ni yo misma comprendo cómo puedo correr tan rápido con esos tacones.

volteretas

miércoles, 19 mayo 2010. Una chica en bañador ensaya volteretas laterales en el salón de la casa de mis padres. Se sube al filo del sofá y se lanza al suelo. Se cae todas las veces. Le digo que debería probar a darlas en el suelo, porque al examen no la dejarán llevar el sofá. No me hace caso. Le digo que entonces tenga cuidado al caer porque puede partirse los tobillos.

juguetes y arropía

martes, 18 mayo 2010. Purranki vive en el que era mi cuarto en la casa de mis padres. Tiene el armario lleno de juguetes. Entre ellos, dos osos de peluche y un pez azul enorme de plástico al que se le encienden los ojos. Le ocupan todo el espacio, la ropa y los ordenadores los tiene sobre la cama. Le pregunto si sigue viviendo en el mismo sitio, aunque en realidad me refiero a un sitio donde vivía en otro sueño. Mientras me habla, recuerdo el otro sueño, una casa junto a un monte y una vía de tren. Salimos del cuarto directamente a un terraplén. Nos alejamos para que mi madre no oiga de qué hablamos, aunque sólo hablamos de juguetes. Mientras me habla también pienso que la voz le ha cambiado, pero no le digo nada porque me siento muy a gusto escuchándolo.
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Alberto y yo estamos en un salón de actos. Una chica dice que es el salón-pecera-avión y por eso hay que descalzarse para entrar. Me fijo en que, en realidad, sólo ella va sin zapatos. Tocan varios grupos. Anuncian una banda de niños. Alberto dice que llegaremos tarde a la fiesta. Miro en mi agenda y, efectivamente, tengo apuntado que esa tarde tenemos que ir a felicitar a Daniel, Enrique y Carmen. Tardo en salir del salón de actos porque alguien ha atado un cd a mi butaca. Cuando consigo desatarlo, levanto el hilo para mirarlo al trasluz y digo muy solemnemente: Hilo de bramante. Travieso la banda de música infantil. Alberto está en el mostrador de entrada hablando con una chica, le hago señas para que recoja su chaqueta del suelo, pero está distraído. A la entrada también hay un piano de pared. Encima hay un florero con chupa-chups de arropía. Le pregunto a la chica si puedo coger uno. Dice que están ahí para eso, pero nunca nadie se ha atrevido a pedir uno. Esta mañana un chico pidió otro, dice otra chica que sale de debajo del mostrador. Seguro que era amigo mío, le digo. Descríbelo, me dicen al unísono. ¿Parecía un muerto? Las dos chicas aplauden. Alberto les dice orgulloso que tengo facilidad para describir las cosas con una sola palabra.

impresos

domingo, 16 mayo 2010. Me encuentro a Caína por la calle. Dice que tiene que renovarse el DNI, el carnet de conducir y varias cosas más. Saca un montón de impresos de una carpeta y los pone sobre el bordillo de la acera. Quiere que yo me encargue de todos esos trámites porque ella no tiene tiempo.

desenfocadas

sábado, 15 mayo 2010. Mi hermana pone sobre la mesa un taco de fotos a color. Casi todas desenfocadas. No entiendo para qué hace tantas fotos y tan malas, pero no digo nada. A pesar de no dar mi opinión, mi hermana me las quita de las manos enfadadísima.

cueva, garaje y teléfono

viernes, 14 mayo 2010. Mi hermana es una niña, la llevo de la mano. Entramos en una cueva donde nos espera mi madre. Si supierais lo que es esto, dice. Espero una explicación, pero no dice nada más. Al fondo de la cueva hay algunos juguetes. También veo a mi padre acurrucado. Me siento en el suelo y abrazo a mi hermana para que se duerma. Sigo esperando una explicación.
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Llevo un buen raro en mitad de una garaje. Empieza a hacer frío. Juan aparece de repente, me abraza. Te quiero, dice. Yo sigo con los brazos caídos, sin tocarlo, no sé qué decirle. El nunca le diría a nadie Te quiero, pienso.
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Antonio me llama por teléfono. Dice que ya sabe por qué no duermo. Es por culpa del pelo, tienes que cortártelo, dice. Yo no digo nada. Pienso que en realidad me ha llamado para otra cosa y no se atreve a decírmela.

cosas redondas

jueves, 13 mayo 2010. Hay un gran revuelo a las puertas del Centro Andaluz de las Letras. Al parecer, Julio Neira ha decidido dejar la dirección del CAL y va a dedicarse a fabricar chocolate, más concretamente tabletas de chocolate redondas y cremosas.
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Alberto y yo hemos ido a parar a un jardín redondo. Hay dos cercados de madera muy altos. Uno separa la casa del jardín y otro el jardín de la calle. Damos un par de vueltas sin encontrar la salida. Alberto dice que podemos intentarlo por la puerta de los niños. Lo sigo, aunque no sé a qué se refiere. Entre los tablones hay una pequeña reja que da a una escalera de caracol de apenas una cuarta de diámetro. Hay que bajar con los pies muy juntos, y bien agarrados porque tiene la altura de un edificio de diez plantas. Llevamos más de media hora bajando y sólo hemos avanzado veinte centímetros.

sexo aplazado y familia monster

miércoles, 12 mayo 2010. He quedado con Carmen y Enrique en una habitación de hotel. Llego la primera, sólo llevo puesto los vaqueros, y me siento al borde de la cama a esperar. Al cabo de unos segundos entran discutiendo si es mejor comprar cervezas de litro o botellines. Tenemos que decidir ya porque la fiesta empieza antes del partido de fútbol y los invitados están a punto de llegar, ¿tú qué opinas?, dice Carmen. Pensé que habíamos quedado para otra cosa, le respondo.
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Mi familia se ha escondido en el portal para dar sustos a los vecinos. Incluso se han vestido de negro y han quitado las bombillas para que nadie pueda encender la luz. Mi cuñado lleva puesto un traje de tal manera que no se le ven cabeza, pies, ni manos. Cuando alguien entra el salta sobre ellos y baila. Nadie se asusta.

quniela horizontal y novias abandonadas

martes, 11 mayo 2010. Joaquín Reyes y yo estamos en la última fila de un cine. Saca una quiniela. Ésta toca seguro, dice. Rellena el boleto en horizontal. Cuando noto que lo miro extrañada, dice, que así le sobra espacio para dibujar.
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Veo una escena en la que un tipo entra, cada treinta segundos, en una boca de metro con una chica diferente vestida de novia. Al parecer son secuencias de su vida. Todo un pueblo se ha reunido en un cine de verano, al cabo de los años, para pedirle explicaciones. Todas las chicas que plantó en el altar están con sus ramos de flores entre el público. Ellas están igual de jóvenes, se las ve muy felices. Él es un anciano, mal vestido, que arrastra los pies al andar. Entra en la sala por delante, justo al lado de la pantalla donde proyectan su vida. Sin llegar siquiera a la primera fila, y sin mirar a nadie, se da la vuelta y se marcha. Yo, desde el fondo de la sala, me alegro de su decisión.

decoración y dedicatoria

domingo, 9 mayo 2010. Miro desde un ventanuco hacia el interior de una habitación. Está completamente vacía. Unos operarios intentan forrarla con telas muy blancas. Una chica se me acerca a explicarme que la están arreglando. Decorando, le corrijo. La chica niega con la cabeza. Le explico la diferencia entre arreglar y decorar. Arreglar es cuando conviertes una manga larga en una manga corta, decorar cuando dejas la manga como está pero le añades un encaje, por ejemplo. La chica me mira con odio y cierra el ventanuco desde dentro. Desde otro ventanuco que hay debajo del mío, Joaquín Reyes me dice muy contento: ¡Lo he grabado todo, no te preocupes!
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Subo una calle por la que bajan unos chicos muy jóvenes. No bajan, desfilan, pienso, como si estuvieran sobre una pasarela. Llevan modelos muy formales, pantalones planchados y jerseys de cuello a la caja. Llego a un jardín de setos rectangulares independientes. Dentro de cada seto hay un ataúd. Me acerco a uno de ellos. Mi madre, desde dentro, me dice que me aleje hasta que la chica que vigila se vaya porque así no le cobrará la hora siguiente. Efectivamente una chica uniformada, va poniendo multas a algunos setos-ataúdes. Noto que hay cierto revuelo por mi presencia. Como si los que están por allí no quisieran que me enterara de algo y, a la vez, quieren que lo sepa. Le pregunto a Sr. Chinarro si sabe el nombre del diseñador de los modelos que vi por la calle. Me tiende un catálogo. Todos me miran expectantes. El catálogo no es más que una libreta cuadriculada donde Masip ha escrito poemas y dedicatorias. Su letra es pequeña y puntiaguda. Los poemas me gustan. Todos esperan que me enfade cuando llegue a las dedicatorias. Dice algo sobre mí, lo escribe entre paréntesis, pero me gusta. Nada que dijera Masip de mí podría molestarme, les digo. Me quitan la libreta de las manos, decepcionados.

albero

sábado, 8 mayo 2010. Ana Torroja ha organizado una lectura de poemas en una plaza de toros de unos tres metros de diámetro. Los poetas están sentados sobre el albero. Señala con el dedo quien debe leer. Yo miro desde el tendido y me parece un espectáculo bochornoso. Como si pudiera leer mis pensamientos, me señala. Agito folios como si fuesen un pañuelo blanco pidiendo una oreja. Se enfada muchísimo, me echa de la plaza.

sin molestar

viernes, 7 mayo 2010. Estoy en la terraza de un bar. Joaquín Reyes dibuja concentrado sobre un mantel de papel. Antonio Muñoz Quintana se sienta a mi lado y me cuenta que ha alquilado una nave industrial en las afueras para montar una editorial. Sólo me falta llenar la nave de escritores, dice como fuera a llenarla de pollos. Podemos preguntarle si quiere publicar en Eppur, le digo señalando a Reyes. ¿Tienes algún libro de poemas inédito?, escribo en una servilleta de papel y se la meto en el bolsillo de la chaqueta. Él sigue dibujando. Antonio y yo hablamos muy flojito para no molestarlo.

eniak

jueves, 6 mayo 2010. En las clases, del que fue mi colegio, no hay pupitres sino ordenadores enormes que cubren todas las paredes. Mi trabajo consiste en inspeccionarlos cada mañana y anotar las incidencias en una libreta. En una de las clases hay una placa en la puerta, pone "Eniak". Entro y le limpio el polvo con un plumero. Los cables al aire empiezan a echar humo, suena una alarma. Andrés y Lucas aparecen de inmediato. Te he dicho mil veces que no toques los cables, dice Lucas. Mientras, Andrés intenta apagar la alarma. Lucas dice que me echarán. Te lo he dicho mil veces, repite. Le digo que me da igual, que quizá que me echen sea la única manera de marcharme de allí para siempre. No puedes irte, ¿qué voy a hacer yo aquí solo?, dice Lucas.

novios y siameses

miércoles, 5 abril 2010. Alberto está en la cama, despierto, muy quieto, mirando al techo. Le pregunto qué hace. Dice que vigila que nadie vea el vestido de novia de una amiga que se casa. No veo el vestido por ninguna parte. Sospecho que un bulto que hay a su lado, dentro de la cama, sea el vestido. Tiro de la sábana y ahí está, hecho una bola. Lo me metido ahí para que no se arrugue, dice.
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Una familia asfalta una calle con sus propias manos. Van vestidos de fiesta y no parece que teman mancharse. Incluso cantan al unísono felices mientras trabajan. Alguien me dice que tienen que darse prisa porque el coche con los novios está a punto de llegar.
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Paso las páginas cortadas de un suplemento dominical. El reportaje habla de un hombre que ha descubierto una isla donde sólo hay enterrados esqueletos de siameses. En una foto se ve a una pareja de siameses unidos por la mandíbula, llevan coronas de margaritas sobre la frente. Esa imagen me produce un miedo espantoso. Tiro las páginas al suelo y me alejo por temor a encontrar el esqueleto de alguien conocido.

caos familiar

martes, 4 mayo 2010. Salgo de casa de mis padres y entro en el ascensor con una toalla en la mano. También llevo varios latas de pintura. En el ascensor han puesto un monitor en le techo. Pienso que así si alguien se queda encerrado podrá distraer el miedo. Llego al segundo piso, a casa de mis tías. Me extraña que las paredes sean de piedra. A una de las habitaciones le faltan dos paredes, así que da a la calle. Tres perros enormes llegan me husmean y chupan lo pies. Me doy cuenta entonces de que llevo chanclas de playa. La casa es un caos. Está llena de gente y desorden. Intento ducharme, pero cada vez que entro en el cuarto de baño, un montón de personas que no conozco se sientan a mi alrededor como espectadores. Desisto. Intento también tomar un café antes de ponerme a pintar unas sillas, pero todas las tazas están sucias, el café frío y alguien se ha llevado las latas de pintura que llevaba en la mano.

guardarropa

domingo, 2 mayo 2010. Entro en un bar. A la derecha hay una montaña de ropa en el suelo. Guardarropa, ha escrito alguien en un cartón. Un tipo, muy parecido a Punset, baja de vez en cuando la música para decir una frase lapidaria. Un Dj le responde desde su cabina. La gente aplaude, yo no entiendo nada y quiero irme. Alberto está en la barra hablando animadamente con una chica rubia. Me voy sola sorteando el montón de ropa.
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Mi suegra se ha tumbado en el pasillo, delante de la puerta del cuarto de baño. Intento pasar por encima con cuidado, para entrar a ducharme. Imposible. Mi cuñada está en la cocina, toma café sonriente apoyada en el fregadero. Ya sabes que si no te duchas no podrás marcharte, dice. Se ríe.

theo y joana

sábado, 1 mayo 2010. La calle donde vivía mi abuela es una escombrera. Si me fijo bien, de los escombros sale cuerpos cubiertos de barro. No sé si acercarme y vivir entre ellos.
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Theo, el cantante de los "Stupid fight" me persigue por un pueblo abandonado. Me escondo detrás de una columna, pienso que podré rodearla simétricamente a sus pasos cuando entre. Me encuentra de todos modos. Cuando creo que va a matarme, se quita el gorro de lana y me dice sonriente y entusiasmado: ¡Me he rapado la cabeza!
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Una chica que se llama Joana, así consta en el sueño, va a casarse. Se pasea a medio vestir buscando medias, collares y zapatos de tacón. Alguien se acerca y le dice algo al oído. Ella se sorprende con gesto de película muda. No pasa nada, dice, en vez de la boda celebraremos el funeral de mi padre. Juan y yo observamos la escena sentados sobre un poste de la luz que hay tirado en el suelo.
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Alberto salta con el coche en una pista de skate. Yo voy en el asiento de atrás. Siento vértigo y miedo. Pienso que vamos a matarnos. Juan se asoma por la ventanilla, mete los brazos y tira de mí, intenta agarrarme para que no caiga. No puede hacer nada y me suelta justo antes de que el coche caiga. No le digas en ningún caso que estás enferma, oigo que me dice.