domingo, 30 mayo 2010. La iglesia del que era mi colegio está llena. Me quedo de pie al fondo. En uno de los primeros bancos veo a Virginia y Camilo. Están sentados con las rodillas muy juntas y las palmas de las manos extendidas sobre las rodillas. Camilo vuelve la cabeza y me ve, sin cambiar la postura de las manos se echa hacia un lado para dejarme sitio. Le hago un gesto para que no se preocupe. Le explico, como puedo, que no voy vestida como para sentarme en primera fila. Me mira de arriba abajo y deja de insistir. En realidad no voy vestida, sólo llevo una sábana enrollada sobre el cuerpo desnudo. Todos rezan el padre nuestro. Yo, por inercia, también. Me fijo que mientras rezo no puedo pensar en otra cosa. Cuando me callo los pensamientos vuelven. Decido que cuando no quiera pensar en nada, rezaré a escondidas. Como si Virginia y Camilo pudieran leer mis pensamientos, se vuelven a la vez y asienten sonrientes.
+
Odila, una amiga del colegio a la que hace años que no veo, me empuja hacia el servicio de un bar. Sin mediar palabra se levanta la camiseta. Ante mi cara de no entender me explica que de repente le han crecido los pechos, ella que nunca tuvo, y que seguro que tiene cáncer de mama. Me agarra las manos y me obliga a que se los toque. No noto nada raro, simplemente te han crecido, le digo con frialdad de médico. Pero si son incluso más grandes que los tuyos, se queja. Tiene razón, no sé qué decirle. Le cuento que, precisamente el otro día, me salió un bulto en el pecho y me lo arranqué con las uñas. Pues si lo dices para tranquilizarme te has lucido, dice.
+
Odila, una amiga del colegio a la que hace años que no veo, me empuja hacia el servicio de un bar. Sin mediar palabra se levanta la camiseta. Ante mi cara de no entender me explica que de repente le han crecido los pechos, ella que nunca tuvo, y que seguro que tiene cáncer de mama. Me agarra las manos y me obliga a que se los toque. No noto nada raro, simplemente te han crecido, le digo con frialdad de médico. Pero si son incluso más grandes que los tuyos, se queja. Tiene razón, no sé qué decirle. Le cuento que, precisamente el otro día, me salió un bulto en el pecho y me lo arranqué con las uñas. Pues si lo dices para tranquilizarme te has lucido, dice.