martes, 25 mayo 2010. Veo a un tipo apoyado sobre una tapia. Te queda mejor el pelo así, más largo, aunque al tenerlo rizado será complicado de peinar, le digo. En verano me da un poco de calor, por eso me lo corto, dice. Me cuenta que se lo corta en casa con la misma maquinilla que usa para rasurarse las axilas. Me hace señas para que me acerque, como si fuera a contarme un secreto. Me besa, su boca es muy blanda. Sólo un poquito más, le digo cuando va a separarla de la mía.
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Camino con un grupo por una calle muy oscura. Nos guía David González. Al llegar al final levanta una malla metálica para pasar al otro lado. No se ve nada. Busco en mi bolso una linterna. Todos se quedan asombrados cuando saco una linterna de dinamo. Le llevo desde niña y nunca había tenido la oportunidad de usarla, les digo completamente feliz.
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Camino con un grupo por una calle muy oscura. Nos guía David González. Al llegar al final levanta una malla metálica para pasar al otro lado. No se ve nada. Busco en mi bolso una linterna. Todos se quedan asombrados cuando saco una linterna de dinamo. Le llevo desde niña y nunca había tenido la oportunidad de usarla, les digo completamente feliz.
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Parece que ha habido una boda. Se supone que yo me aburría tanto que me fui a dar una ducha. Salgo del cuarto de baño con la cabeza enjabonada. Quedan unos cuantos invitados medio borrachos hablando en una de las mesas. El champú empieza a endurecerse en mi pelo. Alguien me dice que hay una pila de lavar en la terraza. La pila está llena de platos sucios. Si quiero enjuagarme tendré que lavar todos esos platos antes, pienso. Mientras tanto, una chica rubia habla y habla sin parar. Tiene las piernas torcidas y feas, me resulta de lo más vulgar y no dice más que estupideces. Quiero terminar cuanto antes de fregar esos platos, quitarme el champú y largarme a mi casa.
Parece que ha habido una boda. Se supone que yo me aburría tanto que me fui a dar una ducha. Salgo del cuarto de baño con la cabeza enjabonada. Quedan unos cuantos invitados medio borrachos hablando en una de las mesas. El champú empieza a endurecerse en mi pelo. Alguien me dice que hay una pila de lavar en la terraza. La pila está llena de platos sucios. Si quiero enjuagarme tendré que lavar todos esos platos antes, pienso. Mientras tanto, una chica rubia habla y habla sin parar. Tiene las piernas torcidas y feas, me resulta de lo más vulgar y no dice más que estupideces. Quiero terminar cuanto antes de fregar esos platos, quitarme el champú y largarme a mi casa.
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Le enseño a Alberto un bulto, del tamaño de un garbanzo, que me ha salido en el pecho izquierdo. Sin duda alguna se trata de un pezón de mono, dice con gesto de científico riguroso. Después de oír sus palabras no le enseño el que me ha salido en el otro.
Le enseño a Alberto un bulto, del tamaño de un garbanzo, que me ha salido en el pecho izquierdo. Sin duda alguna se trata de un pezón de mono, dice con gesto de científico riguroso. Después de oír sus palabras no le enseño el que me ha salido en el otro.