martes, 18 mayo 2010. Purranki vive en el que era mi cuarto en la casa de mis padres. Tiene el armario lleno de juguetes. Entre ellos, dos osos de peluche y un pez azul enorme de plástico al que se le encienden los ojos. Le ocupan todo el espacio, la ropa y los ordenadores los tiene sobre la cama. Le pregunto si sigue viviendo en el mismo sitio, aunque en realidad me refiero a un sitio donde vivía en otro sueño. Mientras me habla, recuerdo el otro sueño, una casa junto a un monte y una vía de tren. Salimos del cuarto directamente a un terraplén. Nos alejamos para que mi madre no oiga de qué hablamos, aunque sólo hablamos de juguetes. Mientras me habla también pienso que la voz le ha cambiado, pero no le digo nada porque me siento muy a gusto escuchándolo.
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Alberto y yo estamos en un salón de actos. Una chica dice que es el salón-pecera-avión y por eso hay que descalzarse para entrar. Me fijo en que, en realidad, sólo ella va sin zapatos. Tocan varios grupos. Anuncian una banda de niños. Alberto dice que llegaremos tarde a la fiesta. Miro en mi agenda y, efectivamente, tengo apuntado que esa tarde tenemos que ir a felicitar a Daniel, Enrique y Carmen. Tardo en salir del salón de actos porque alguien ha atado un cd a mi butaca. Cuando consigo desatarlo, levanto el hilo para mirarlo al trasluz y digo muy solemnemente: Hilo de bramante. Travieso la banda de música infantil. Alberto está en el mostrador de entrada hablando con una chica, le hago señas para que recoja su chaqueta del suelo, pero está distraído. A la entrada también hay un piano de pared. Encima hay un florero con chupa-chups de arropía. Le pregunto a la chica si puedo coger uno. Dice que están ahí para eso, pero nunca nadie se ha atrevido a pedir uno. Esta mañana un chico pidió otro, dice otra chica que sale de debajo del mostrador. Seguro que era amigo mío, le digo. Descríbelo, me dicen al unísono. ¿Parecía un muerto? Las dos chicas aplauden. Alberto les dice orgulloso que tengo facilidad para describir las cosas con una sola palabra.
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Alberto y yo estamos en un salón de actos. Una chica dice que es el salón-pecera-avión y por eso hay que descalzarse para entrar. Me fijo en que, en realidad, sólo ella va sin zapatos. Tocan varios grupos. Anuncian una banda de niños. Alberto dice que llegaremos tarde a la fiesta. Miro en mi agenda y, efectivamente, tengo apuntado que esa tarde tenemos que ir a felicitar a Daniel, Enrique y Carmen. Tardo en salir del salón de actos porque alguien ha atado un cd a mi butaca. Cuando consigo desatarlo, levanto el hilo para mirarlo al trasluz y digo muy solemnemente: Hilo de bramante. Travieso la banda de música infantil. Alberto está en el mostrador de entrada hablando con una chica, le hago señas para que recoja su chaqueta del suelo, pero está distraído. A la entrada también hay un piano de pared. Encima hay un florero con chupa-chups de arropía. Le pregunto a la chica si puedo coger uno. Dice que están ahí para eso, pero nunca nadie se ha atrevido a pedir uno. Esta mañana un chico pidió otro, dice otra chica que sale de debajo del mostrador. Seguro que era amigo mío, le digo. Descríbelo, me dicen al unísono. ¿Parecía un muerto? Las dos chicas aplauden. Alberto les dice orgulloso que tengo facilidad para describir las cosas con una sola palabra.