jueves, 20 mayo 2010. He entrado a una óptica para comprar unas gafas. Tengo prisa, así que elijo las primeras que me enseñan. Son unas gafas de buceo con pedrería. Antonio me hace señas, me dice que eso no era la que veníamos buscando. Con un destornillador muy fino ajusto las patillas. Antonio sigue protestando mientras recoge pequeñas joyas que hay sobre la mesa. No olvides los anillos de mi madre, le digo. Al levantarme se me caen al suelo tres canicas. Pienso que menos mal que había moqueta porque de otro modo se hubiesen roto. Salgo con prisa de la óptica dejando atrás a Antonio. He quedado en secreto con alguien en un teatro abandonado para que me entregue un libro. A la entrada del edifico está Ana, la mujer de Juan. Juan ya no trabaja aquí, ahora escribe bajo llave en una habitación de casa, me dice. Entro de todos modos. En el escenario hay un desorden descomunal, reconozco algunas de las cosas de Juan, su mochila, su cazadora, su letra en algunos folios. Intento guardarlo todo en mi bolso lo antes posible. Aparece de repente el poeta cordobés Eduardo Chivite. ¿Qué has hecho con el verdadero Chivite?, le digo. Soy tu contacto, traigo el libro que buscas, dice y me lo muestra moviéndolo en el aire. Es un libro inencontrable que quiero regalarle a Juan, así que tengo que no tengo otra que hacer tratos con él. Saco las tres canicas y se las tiendo. Además te regalo esta revista, dice. La revista está borrosa. Eduardo me da también unas gafas de cartón para verla en 3D. ¡Las poetas de la revista ahora parecen modelos del Playboy!, le digo. Guardo todo en el bolso y salgo corriendo. En la calle veo pasar a Alberto, lo sigo, va haciendo parkour y me cuesta seguirlo porque llevo unas botas con tacones altísimos. Dos chicos me ayudan a descolgarme por una pared metálica. Al llegar al suelo les lanzo un beso. Cruzo varias casas temiendo despertar a los que duermen, cruzo hasta la vía de un tren. Ni yo misma comprendo cómo puedo correr tan rápido con esos tacones.