lunes, 21 junio 2010. Estoy dentro de una habitación forrada de madera con unos amigos. Josemari está muy triste porque dice que está nublado. Le digo que mire el agujero cuadrado que hay en el techo. Por el agujero se ven pasar nubes muy grises. Si soplamos con fuerza conseguiremos que salga el sol, le digo. Sólo soplo yo. Al momento, un haz enorme de luz entra por el hueco cuadrado del techo.
+
Para pasar de un cuarto a otro, tengo que saltar por encima de un tipo que hay bajo una ventana. Todo el mundo lo hace sin dificultad. Tomo carrerilla, de un salto subo a sus rodilla y de otro a sus hombros. Sobre sus hombros pierdo el equilibrio y caigo. Vuelta a empezar. Si ese tipo no llevara una camisa celeste no me distraería y lo conseguiría, pienso.
+
Voy a la playa con un grupo de amigos. Al llegar al final de un paseo marítimo, subimos a unas rocas. Para llegar a la playa habría que dar la vuelta. Sin pensárselo se lanzan vestidos al mar, incluso Antonio, que suele ser el más prudente. Me siento en la roca a mirarlos, pienso en sus carteras con dinero o documentos, completamente mojados. La roca comienza a cambiar de forma, se estrecha, temo caer. Vuelvo como puedo al paseo marítimo y trato de cruzar a la playa desde dentro del hotel. Entro en habitaciones vacías que se comunican a través de los armarios. Sin querer he vuelto al mismo lugar. Josemari pasa en triciclo. Me dice que no sabía que tuviéramos aficiones en común. No sé de qué habla porque no creo que coleccione piedras. Empieza a llover. Noto que la tierra se ablanda a mis pies y aprovecho para arrancar del suelo dos piedras. Una roja con rayas negras y otra negra con rayas blancas. Las rayas forman caras, tristes o alegres, según las mires. Me las guardo en el bolsillo. La roja para mí y la negra para Chivite, pienso. Cuando voy a darme cuenta, Josemari ha desaparecido en su triciclo. En la calle sólo quedan vestidos blancos ibicencos colgados de cuerdas. Los miro durante un rato hasta que anochece. Una mujer se me acerca, me pregunta en qué hotel estoy. Es la duquesa de Alba. Sin darme tiempo a responder, dice que en ese hotel roban. Y desaparece calle abajo.
+
Para pasar de un cuarto a otro, tengo que saltar por encima de un tipo que hay bajo una ventana. Todo el mundo lo hace sin dificultad. Tomo carrerilla, de un salto subo a sus rodilla y de otro a sus hombros. Sobre sus hombros pierdo el equilibrio y caigo. Vuelta a empezar. Si ese tipo no llevara una camisa celeste no me distraería y lo conseguiría, pienso.
+
Voy a la playa con un grupo de amigos. Al llegar al final de un paseo marítimo, subimos a unas rocas. Para llegar a la playa habría que dar la vuelta. Sin pensárselo se lanzan vestidos al mar, incluso Antonio, que suele ser el más prudente. Me siento en la roca a mirarlos, pienso en sus carteras con dinero o documentos, completamente mojados. La roca comienza a cambiar de forma, se estrecha, temo caer. Vuelvo como puedo al paseo marítimo y trato de cruzar a la playa desde dentro del hotel. Entro en habitaciones vacías que se comunican a través de los armarios. Sin querer he vuelto al mismo lugar. Josemari pasa en triciclo. Me dice que no sabía que tuviéramos aficiones en común. No sé de qué habla porque no creo que coleccione piedras. Empieza a llover. Noto que la tierra se ablanda a mis pies y aprovecho para arrancar del suelo dos piedras. Una roja con rayas negras y otra negra con rayas blancas. Las rayas forman caras, tristes o alegres, según las mires. Me las guardo en el bolsillo. La roja para mí y la negra para Chivite, pienso. Cuando voy a darme cuenta, Josemari ha desaparecido en su triciclo. En la calle sólo quedan vestidos blancos ibicencos colgados de cuerdas. Los miro durante un rato hasta que anochece. Una mujer se me acerca, me pregunta en qué hotel estoy. Es la duquesa de Alba. Sin darme tiempo a responder, dice que en ese hotel roban. Y desaparece calle abajo.