domingo, 20 junio 2010. En la esquina de calle Velarde hay unos niños con metralletas. Me miran. Disparad si queréis, les digo poniendo los brazos en cruz. Disparan chorros de agua. Entro en un garaje para secarme. Los niños llaman inmediatamente. Abro un ventanuco y asoman las cabezas. Cantan una canción muy dulce en inglés. Os conozco de otros sueños, les digo y los llamo a cada uno por su nombre.
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Alberto y yo entramos en un gimnasio. Pasamos directamente a una sala llena de vapor. La bañera está vacía y nosotros vestidos. Una chica uniformada, nos dice que podemos usar las instalaciones como todo el mundo, no así. Le explico que en casa también tenemos bañera y mucho más grande que esa, pero que nos gustar meternos vestidos en ésa porque el vapor que dejan otros nos hace estar callados.
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Abro la puerta de la casa de mis padres y me la encuentro sin muebles y completamente inundada de charcos del color del Betadine. Mi madre está llorando, sentada dentro de la bañera. Maribel ha inundado la casa con codeína mientras he salido a hacer la compra. Parece una niña pequeña. Le digo que no se mueva. Llamo por teléfono a la tal Maribel, pero lo coge su hija. Pienso que la hija no tiene la culpa de nada, que quizá no sepa que su madre está loca y va inundando las casas de los demás. Le digo que me he equivocado y cuelgo. Pienso en qué mentira contarle a mi madre para que no sufra. La saco de la bañera y, mientras la seco como si fuera una niña, le digo que Maribel pensó que tenía que desinfectar la casa, por eso la inundó con Betadine. Mientras consuelo a mi madre, veo en segundo plano cómo las cortinas van absorbiendo los charcos y tiñéndose de amarillo. Pienso en cuánto tiempo me llevará limpiar todo eso.
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Alberto y yo entramos en un gimnasio. Pasamos directamente a una sala llena de vapor. La bañera está vacía y nosotros vestidos. Una chica uniformada, nos dice que podemos usar las instalaciones como todo el mundo, no así. Le explico que en casa también tenemos bañera y mucho más grande que esa, pero que nos gustar meternos vestidos en ésa porque el vapor que dejan otros nos hace estar callados.
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Abro la puerta de la casa de mis padres y me la encuentro sin muebles y completamente inundada de charcos del color del Betadine. Mi madre está llorando, sentada dentro de la bañera. Maribel ha inundado la casa con codeína mientras he salido a hacer la compra. Parece una niña pequeña. Le digo que no se mueva. Llamo por teléfono a la tal Maribel, pero lo coge su hija. Pienso que la hija no tiene la culpa de nada, que quizá no sepa que su madre está loca y va inundando las casas de los demás. Le digo que me he equivocado y cuelgo. Pienso en qué mentira contarle a mi madre para que no sufra. La saco de la bañera y, mientras la seco como si fuera una niña, le digo que Maribel pensó que tenía que desinfectar la casa, por eso la inundó con Betadine. Mientras consuelo a mi madre, veo en segundo plano cómo las cortinas van absorbiendo los charcos y tiñéndose de amarillo. Pienso en cuánto tiempo me llevará limpiar todo eso.