sábado, 19 junio 2010. Estoy en la calle, en la acera, sentada en un pupitre de cara a la pared. Tengo sobre la mesa una cuartilla cuadriculada desflecada, como si alguien la acabara de arrancar de un bloc, y un lápiz con las tablas de multiplicar impresas. Alguien detrás de mí alarga la mano y clava en la pared con una chincheta la foto de un hombre vestido de marino apoyado en la cubierta de un barco. Después de acaricia la cabeza como se la acariciaríamos a un niño. Ya puedes empezar a escribir, dice la voz a mis espaldas.