martes, 27 julio 2010. Mi hermana quiere a toda costa una caja. Le digo a mi madre que le dé cualquier excusa para que me dé tiempo a ponerla bonita. La caja es de madera y lleva el ello de una bodega. Quiero pintarla y pegarle una lámina para regalársela. Pero mi hermana insiste destruyendo todo lo que encuentra a su paso, incluso intenta pegarme. las escenas son de verdadero terror. Le doy la caja tal cuál y le explico que si hubiera tenido paciencia ahora tendría una caja preciosa. Salgo horrorizada y tristísima de la casa de mi abuela. Por el camino, noto que alguien ha tocado los frenos de la bicicleta en la que voy y pienso que voy a matarme.
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Mientras veo con alguien una obra de teatro muy cutre, con vedettes bajitas y regordetas, alguien me habla de las parejas y de cuál es el truco para saber si una pareja durará o no. Sin que yo le pregunte nada, me dice que la mía estuvo bien hasta el año pasado. La mezcla de esas palabras con el espectáculo tan cutre que tengo delante me provoca una pena inmensa.
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Nos han invitado a un funeral. Nos han dicho que es especial, porque en él hay que estar alegre por decisión del muerto. Alberto y yo llevamos una botella de vino cada uno. El conductor de bus que nos deja en la puerta nos advierte que se trata de una secta peligrosísima. Un hombre pequeño, nada más vernos, nos dice que subamos a la quinta planta porque nos están esperando. En un salón enmoquetado, paredes y suelo, hay sillas mirando hacia el ataúd, pero el ataúd es un piano de cola. El muerto está dentro. Todos hablan y ríen, se lo pasan bien. Comentan la indumentaria del muerto. En el último momento decidió ponerse la camisa de volantes, dice alguien y todos ríen. Alguien repara en mí, hablan a gritos de la ropa que llevo. Me fijo en que llevo un vestido de comunión de organdí con alforzas que me queda pequeño, por la rodilla. Encima llevo el chubasquero amarillo. Todos se acercan a felicitarme por tal acierto. Un hombre enorme me abraza y le dice a todos que me he puesto ese chubasquero porque el amarillo era el color favorito del muerto. Todos e abrazan, yo temo morir asfixiada.
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Mientras veo con alguien una obra de teatro muy cutre, con vedettes bajitas y regordetas, alguien me habla de las parejas y de cuál es el truco para saber si una pareja durará o no. Sin que yo le pregunte nada, me dice que la mía estuvo bien hasta el año pasado. La mezcla de esas palabras con el espectáculo tan cutre que tengo delante me provoca una pena inmensa.
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Nos han invitado a un funeral. Nos han dicho que es especial, porque en él hay que estar alegre por decisión del muerto. Alberto y yo llevamos una botella de vino cada uno. El conductor de bus que nos deja en la puerta nos advierte que se trata de una secta peligrosísima. Un hombre pequeño, nada más vernos, nos dice que subamos a la quinta planta porque nos están esperando. En un salón enmoquetado, paredes y suelo, hay sillas mirando hacia el ataúd, pero el ataúd es un piano de cola. El muerto está dentro. Todos hablan y ríen, se lo pasan bien. Comentan la indumentaria del muerto. En el último momento decidió ponerse la camisa de volantes, dice alguien y todos ríen. Alguien repara en mí, hablan a gritos de la ropa que llevo. Me fijo en que llevo un vestido de comunión de organdí con alforzas que me queda pequeño, por la rodilla. Encima llevo el chubasquero amarillo. Todos se acercan a felicitarme por tal acierto. Un hombre enorme me abraza y le dice a todos que me he puesto ese chubasquero porque el amarillo era el color favorito del muerto. Todos e abrazan, yo temo morir asfixiada.