miércoles, 21 julio 2010. Estoy en un hotel. Alberto me ha dejado una nota, dice que me recogerá por la tarde. Cuando estoy a punto de entrar en la ducha, las camareras entran en la habitación para arreglarla. Les digo que todavía está ocupada, pero les da lo mismo, incluso desmontan la puerta del cuarto de baño. Las amenazo con llamar a Dirección. Una de ellas me dice entre lágrimas que no vaya a contarles que canta mientras hace las camas.
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Mi madre me pide que la ayude a encontrar un anillo que ha perdido. Estamos en una habitación de hotel enorme enmoquetada donde sólo hay camas. En una cama duerme mi padre, en otra una de mis tías, en la otra mi suegra. Avanzo por debajo e las camas, encuentro un anillo enorme de oro con una piedra roja. Es realmente feo. Desmonto los rodapiés y detrás encuentro notas escritas con letra muy apretada, fechadas en 1936. Pienso que a Alberto le interesarán. Le doy el anillo a mi madre y las notas a Alberto. Mi madre mira el anillo y después lo lanza lejos con desprecio. Este no es, dice. Alberto dice que tenía que haber dejado las notas donde estaban. Yo los escucho agotada, casi sin poder respirar.
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Mi padre espera el ascensor en el descansillo de un hotel. Le da compulsivamente a los botones cada vez que uno se apaga. Intento decirle que cuando uno se apaga sólo tiene que abrir la puerta, pero no me hace ningún caso. Cuando al fin va a entrar en uno de los tres ascensores, aparecen Javier Bardén y otro chico, vestidos de operarios con un microondas bajo el brazo y se le cuelan. Mi padre comienza de nuevo a aporrear los botones.
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Mi madre me pide que la ayude a encontrar un anillo que ha perdido. Estamos en una habitación de hotel enorme enmoquetada donde sólo hay camas. En una cama duerme mi padre, en otra una de mis tías, en la otra mi suegra. Avanzo por debajo e las camas, encuentro un anillo enorme de oro con una piedra roja. Es realmente feo. Desmonto los rodapiés y detrás encuentro notas escritas con letra muy apretada, fechadas en 1936. Pienso que a Alberto le interesarán. Le doy el anillo a mi madre y las notas a Alberto. Mi madre mira el anillo y después lo lanza lejos con desprecio. Este no es, dice. Alberto dice que tenía que haber dejado las notas donde estaban. Yo los escucho agotada, casi sin poder respirar.
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Mi padre espera el ascensor en el descansillo de un hotel. Le da compulsivamente a los botones cada vez que uno se apaga. Intento decirle que cuando uno se apaga sólo tiene que abrir la puerta, pero no me hace ningún caso. Cuando al fin va a entrar en uno de los tres ascensores, aparecen Javier Bardén y otro chico, vestidos de operarios con un microondas bajo el brazo y se le cuelan. Mi padre comienza de nuevo a aporrear los botones.