martes, 8 marzo 2011. Andrés y yo salimos de la cafetería del CAC. Se ha hecho de noche y al otro lado del río se ven fuegos artificiales. Andrés dice que prefiere dar un rodeo. Pienso que los fuegos le asustan como a Darío, su hijo, pero no digo nada. Caminamos paralelos al río, hacia el mar, junto a un seto rectangular alto y denso. Cada vez está más oscuro, no se ve absolutamente nada, hasta el punto que debemos caminar agarrados el uno al otro, y los dos al seto, para no perdernos. Date prisa, dice Andrés. Corremos todo lo rápido que somos capaces, el seto me araña el brazo derecho y la cara. De repente noto que pierdo pie, que sigo moviendo las piernas como si corriera en el aire. Parece que tanto el seto como la calle han desaparecido y caemos al vacío. Date prisa, dice, no dejes de correr.