miércoles, 9 marzo 2011. Entro en lo que parece una sala de profesores. Detrás de una mesa está el dibujante Federico del Barrio que, con un gesto y sin decir nada, me invita a que me siente frente a él. Después de mirarme, muy serio, durante unos segundos, me pregunta por qué no les informé de que me había matriculado de dos carreras a la vez. Medicina y Derecho, ¿me equivoco?, dice manteniéndome la mirada. No tengo la menor idea de lo que está hablando, pero estoy tan sorprendida y encantada de tenerlo allí, frente a frente, que no digo nada y asiento con la cabeza para poder estar con él un rato más.
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Begoña, Marta y yo somos las únicas pasajeras de un autobús de línea bastante destartalado. Nos miramos muy serias. Yo conduciré, dice Marta decidida. Yo saco un plano enorme del jardín que tenemos delante. Un jardín rectangular con albero y unos cuantos setos. Debes esquivar los parterres, cruzar el jardín y aparcar lo más lejos posible de los toros, le digo. Begoña y yo nos sentamos al fondo del autobús, se supone, para hacer contrapeso. Avanzamos. Marta hace un recorrido impecable, pero cuando aparca, una manada de toros se acerca a la puerta del autobús y se ponen ordenadamente en fila, como si hicieran cola para entrar. Ni se te ocurra abrir las puertas, le digo a marta.
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Begoña, Marta y yo somos las únicas pasajeras de un autobús de línea bastante destartalado. Nos miramos muy serias. Yo conduciré, dice Marta decidida. Yo saco un plano enorme del jardín que tenemos delante. Un jardín rectangular con albero y unos cuantos setos. Debes esquivar los parterres, cruzar el jardín y aparcar lo más lejos posible de los toros, le digo. Begoña y yo nos sentamos al fondo del autobús, se supone, para hacer contrapeso. Avanzamos. Marta hace un recorrido impecable, pero cuando aparca, una manada de toros se acerca a la puerta del autobús y se ponen ordenadamente en fila, como si hicieran cola para entrar. Ni se te ocurra abrir las puertas, le digo a marta.