codeína

sabado, 28 mayo 2011. Andrés y yo llegamos a la calle Cristo de la Epidemia. Está abarrotada. Una chica se me acerca. Celebramos que ha ganado Bildu, dice sonriente, me ofrece galletas. Dice que son sabores completamente nuevos, que está segura de que en toda mi vida yo haya probado nada igual. Su insistencia me hace desconfiar. Andrés me sienta sobre sus rodillas como si fuese una niña pequeña y dice que coma sin miedo. Pruebo varias galletas, están realmente deliciosas. La chica me da un vaso de tubo, dice que beba entre galleta y galleta para diferenciar mejor los sabores. ¡Qué asco!, se me escapa sin querer. Pero si es whisky, dice la chica. Andrés se ríe, le explica que no me gusta el whisky porque todavía soy pequeña. Habla de mí como si tuviera cinco años. La chica pide perdón y desaparece entre la multitud. A mi lado, una niña le dice a su hermano que si tantas ganas tiene de orinar lo haga contra la pared. El niño responde que hay demasiada gente. En la calle paralela han habilitado un piso como urinario público, están por todas partes, los reconoceréis porque en cada balcón han colgado un retrato de Wittgenstein, les digo. Andrés me da un pañuelo para que lo agite en el aire, todos lo hacen. Andrés me habla muy despacio, muy dulcemente, como cuando le explica algo a su hijo de tres años. Empiezo a sospechar que yo no soy yo, miro a mi alrededor buscando una puerta o una ventana donde ver mi reflejo para saber quién soy. Empiezo a atar cabos: Si ha ganado Bildu en Málaga y la imagen de Wittgenstein es la misma del hall del hotel Czech Inn de Praga que me envió Chivite, esto no puede ser más que un sueño provocado por la codeína que tomé anoche, pienso.