cajón y sal

lunes, 16 febrero 2009. Al fondo de un bar veo a Camilo de Ory. Cuando intento acercarme para saludarlo, una chica china entra con una maleta llena de baratijas y me interrumpe el paso. Camilo se arranca a cantar. Tiene una voz deliciosa. No podía imaginar que cantaras tan bien, le grito. Pero la chica china se ha puesto a aporrear la maleta como si fuera un cajón flamenco, y Camilo no puede oírme.
+
Antonio Muñoz Quintana y yo llegamos a una casa mata con jardín. La verja es verdosa y necesita pintura. Me gustan los jardines abandonados, dice Antonio. Nos abre una mujer muy guapa, secándose las manos en el delantal. Supongo que habéis venido por lo de las fotos, dice. Pasamos a la cocina. Dos niñas salen a saludar. Son muy vergonzosas. Aparece el escritor Chivite secándose el pelo con una toalla. Veo que ya conocéis a mi madre y a mis hermanas, dice. No hago ningún comentario, pero sé que no es así, que en realidad son su mujer y sus hijas. Chivite nos ofrece agua de una jarra enorme con cubitos de hielo. No tengo sed, gracias, sólo he venido por las fotos, le digo. Quiero irme de allí cuanto antes porque Antonio se ha puesto a arrancar la cal de la pared y ha hecho un agujero enorme donde se aprecian varias capas de pintura de distintos colores.