49,300

martes, 17 febrero 2009. A ratos es un salón de actos, a ratos un restaurante de mesas corridas de madera. Creo reconocer a Eva, una niña del colegio a la que no veo desde 8º EGB. Lleva un abrigo azul a juego con un sombrero años 30. Azul Schiparelli, pienso. Eva pasa de largo. En mi mesa hay tipos barbudos con gafas, son directores de cine. Les pregunto si les molesta que les cuenten el final de la película, pero no responden. El único chico joven de la mesa me toma la cara con las manos y me da besos pequeños alrededor de la boca, como si quisiera consolarme. Una vez en la calle guío al grupo hasta la puerta de la librería Proteo. No conocen la ciudad, no saben a qué bar ir. Vamos al Village Green, les digo. Uno dice que prefiere un bar rociero donde pueda bailar. Al fijarme en él veo que es Juan Carlos, un novio que tuve con 15 años. Has adelgazado, me dice, ¿cuánto pesas? Cuarenta y nueve y medio, le digo. Aparece Andrés, la librería se transforma en una tienda de muebles. Andrés saca una agenda electrónica, pienso que apunta algo sobre los muebles, pero veo que escribe 49,500. Insisten en que me pese. Insisto en que peso lo mismo desde hace diez años. Me suben a una báscula de monedas. ¡49,300!, exclaman. Andrés dice que se va a su casa porque el Village Green no le gusta. Yo espero un poco más, por si el chico que me consolaba con besos diminutos aparece.