móvil viejo

domingo, 23 junio 2024. Estoy en un hotel con mi madre y mis tías. Toman el sol en hamacas, pero es de noche. Un camarero le trae a mi madre algo que ha pedido de comer. Cuando va a pagar, en vez de acercar la tarjeta acerca una cinta de casete. El chico la mira extrañado. Le explico que mi madre no se ha acostumbrado todavía a tener tarjeta y la confunde con cosas. Le digo que él es muy joven para saber lo que es una cinta de casete. Unas hamacas más allá veo a Aloma y Sr. Chinarro. Me acerco para contarles la anécdota, pero están hablando de sus hijos y prefiero no interrumpir. Sr. Chinarro se levanta y va metiendo frutas y verduras en un cesto (se parece al supermercado de Master Chef). Alguien le dice que le enseñe su pasaporte. Él le da la cartera completa con cara de "otra vez lo mismo". En ese momento me suena el móvil. Está roto, se le ha caído la tapa y la pantalla está en blanco. No sé quién me llama. Respondo. Soy Sol y sé que estás en Madrid, dice. No conozco a ninguna Sol, pero le explico que he venido de incógnito, de vacaciones con mi madre y mis tías. Dice que me ha llamado más veces y no se lo he cogido. Le explico cómo está el móvil y que a veces no funciona o se corta. Oigo hablar a alguien con ella, le dice que todo lo que le estoy diciendo es mentira, que ya nadie tiene móviles tan antiguos. Le digo lo que he oído y que si quiere le enseño mi móvil cuando nos veamos. Oigo también la voz de Ferran. ¿Está ahí Ferran?, él puede decirte qué móvil tengo, le digo. Me cuelga. Mientras hablo, mi tía M protesta porque no le gustan los libros que le he dejado y mi madre pide a gritos más comida.

sofá

sábado, 22 junio 2024. Estamos en una tasca parecida a Antigua Casa de Guardia, solo que donde suelen estar los mariscos hay un sofá pequeño. No sé si la tapicería es de color rojo oscuro o es que está muy sucio. Un tipo mayor se nos acerca. Lleva varias carpetas azules gastadas, de esas de toda la vida. De repente, como si lleváramos un rato hablando, comienza diciendo: Claro, es que la música es importante. Nombra instrumentos que no he oído en mi vida. Su marido sabe tocar cualquier instrumento, le digo señalando a mi prima Elisa (que se aleja inmediatamente). El hombre discute, dice que es imposible. le nombro todos los instrumentos que toca y le digo que incluso ha fabricado algunos. El hombre se va enfadando cada vez más. Cambia de tema, habla de poetas. Nombra a Julio Salinas. Le digo que es un futbolista, que quizá quiere decir Pedro Salinas. ¡Es Julio, lo sabré yo que es mi amigo!, dice enfadado. ¿El de los poemas a patinadores?, le pregunto. ¡Ese! Julio Aumente, le digo. Se queda callado. Habla de él en presente. Ni se me ocurre decir que murió hace tiempo. Mientras habla, algo se me ha derramado sobre el sofá ya sucio. Voy a mojar un pañuelo al servicio. En el servicio veo a mi prima en una bañera, dándose un baño. Vuelvo y el hombre se ha ido. Las carpetas están sobre el mostrador. No hay nadie en la tasca. Limpio el sofá. Parece nuevo.

lo mejor

jueves, 20 junio 2024. Estoy en una tienda con poca luz. Hay ropa desordenada en estanterías. Busco un sujetador, pero vienen de dos en dos y no se pueden separar. No hay probadores. Me los pruebo delante de todo el mundo, aunque nadie parece hacerme caso.
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El sol se ha ido, pero todavía queda luz. Le digo Alberto que se asome a un mirador sobre el mar. El paisaje es precioso. El agua de ve limpia, me gustaría bajar y bañarme. Alberto se queda asombrado. Dice: esto es lo mejor que nos va a pasar en la vida, ya no nos va a pasar nada mejor nunca más. Me echo a llorar.
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Estoy escribiendo un mail a José Luis Gallero. Le hablo de un perla suyo que sueño leer cuando estoy triste. Cuando voy a enviárselo el ordenador se transforma (o se actualiza) y aparecen un montón de programas nuevos con anuncios. No puedo guardar ni enviar lo que he escrito y temo que se pierda.

ni rata ni muletas

martes, 18 junio 2024. Estamos durmiendo. El dormitorio es mitad el nuestro, mitad el de mis padres. Algo se mueve bajo el armario. Pienso que guardé una pelota de tenis en una bolsa de papel y quizá se haya salido. La supuesta pelota empieza a ir de un lado a otro. Finalmente veo aparecer un hocico. ¡Es una rata! La rata se sube a la cama. Le digo a Alberto que se quede muy quieto, que oí e la tele que son muy amistosas, que incluso hay gente que las tiene de mascotas. Mientras lo digo, intento salir con cuidado de la cama. Una vez fuera, la miro bien. No te preocupes, es una cría de canguro, le digo a Alberto.
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¡Mira, es Javi!, le digo sorprendida a Alberto al pasar en coche por delante de una guardería donde también se organizan actividades para mayores. Me llaman la atención dos cosas: una, que va vestido de rojo (polo y pantalones); dos, camina muy rápido y sin muletas.

pésame

domingo, 16 junio 2024. El sueño transcurre a ratos como la vida y otras como un musical (pero sin música, solo con coreografía). Salimos de casa (que no es nuestra casa) por calle Mundo nuevo. Yo bajo la cuesta con un carrito de la compra y Alberto va unos pasos atrás charlando con dos chicas muy altas. En el cine Andalucía (ya no existe) hay un festival. Supongo que Alberto querrá ver algún documental y lo espero apoyada en la pared. Me siento tremendamente cansada y triste. Un señor (que se parece a Maldonado) se pone delante de mí. Lleva una sahariana celeste mal planchada. Pienso si Alberto quería una para el verano porque parece muy fresquita. Un chico coloca trípticos del festival en un mostrador, se acerca y me dice al oído: Pésame. Me sobresalto. Entiende por mi gesto que he entendido Bésame. Se ríe. Nunca hay motivo para estar tan triste, siempre hay algo por o que estar bien, eso es lo que significa Pésame en mi idioma, dice. Me fijo en él, es Gael García Bernal. Alberto llega con las chicas. Gael y él hablan de política. ¿Qué han dicho?, pregunta una de las chicas sofocada. Hablan de Durruti. La chica se abanica los ojos llenos de lágrimas con las los manos como si estuviera secándose las uñas recién pintadas. Menos mal, creía que habían dicho que para este otoño volvían los pantalones por encima de la cintura. No, han dicho Ventura. La chica llora de alegría y yo pongo los ojos en blanco. Llegamos a casa de Gael. Su madre tiene un anticuario. Parece una marquesa, Alberto le besa la mano y le regala un cuadro (que llevaba no sé dónde). Yo paseo entre los muebles y miro cada objeto. Hay un cajón de chibalete lleno de libretillas y juegos antiguos. Pienso en comprarle uno a Alberto por su cumpleaños. La chica le dice a la madre de Gael que qué va a hacer ahora que tiene la pintura de un rojo. Me pregunto qué ve Alberto en ella, cómo la soporta. Empieza una especie de coreografía sin música ni palabras. Todos se mueven como si bailaran, pero tampoco bailan. a veces me veo a mí misma desde fuera, como si todo fuera una película. Derramo sin querer un frasco de perfume pero no huele a nada. Ni sonidos, ni olores ni vida, pienso. Hay dos crías de gato sueltas. Una de ellas se me sube por el brazo, me clava las uñas. Me veo como espectadora de una película, bajando por una gran escalera de mármol (en realidad chorándome por los escalones como si fuera un tobogán). Detrás de mí aparece Gael con un vestido largo de fiesta, y también se chorra para alcanzarme. (Supongo que Gael y la coreografía se han colado en el sueño porque ayer vi un vídeo de "Ema").

tarta helada

sábado, 15 junio 2024. Estamos de visita en casa de unos vecinos. Nos reciben en la cocina. La casa parece la de Nuria (una compañera del colegio) porque desde la ventana puedo ver le chalecito que veía cuando de niña nos subíamos al balancín que había hecho su padre en el semisótano abierto. Se supone que el chalecito que veo vive mi abuela. No conozco a esos vecinos ni sé qué hacemos allí. Son dos hombres de campo bastante rústicos (uno se parece a uno de los actores de la serie "El pueblo"). De repente la cocina es la cocina de mi casa, miro el reloj, es muy tarde y debo irme. Hago café, caliento leche para dejarlo todo listo antes de irme. El café y la leche se derraman y no sé con qué secarlos. Digo que debo irme. Uno de ellos se interpone con los brazos abiertos. Le digo que es el cumpleaños de mi padre y no puedo faltar. ¿Ochenta y siete? Noventa y siete, respondo. Entonces puedes irte, llévate estas cajas de dulces, ice. Yo llevo una caja con una tarta helada que empieza a derretirse. Ya llevo tarta, le digo y se la enseño. Él insiste, es muy pesado. Miro la tarta y está cortada en cuatro pedazos. No parece una tarta. Empiezo a enfadarme. El hombre me pregunta dónde está mi hermana y dónde viven mis primas. Les digo que viven con mi abuela, ahí mismo, le señalo. Mientras mira por la ventana me escabullo. Aparece mi tía P (que murió hace más de quince años) y me dice que dé recuerdos de su parte, y que coma más que estoy demasiado delgada.

en terapia

viernes, 14 junio 2024. Estoy en casa de Marcos (la casa es en realidad la mezcla de su casa, la de mi madre y la mía). Mi hermana llegará en unos minutos porque tiene terapia con él. Hablamos de cómo debe abordar que ella se haya enamorado, qué va a decirle y cómo. Marcos me pide consejo. Tú eres el terapeuta, le digo medio en broma aunque sé que está muy agobiado. Mi hermana llega, yo me escondo. Ella intenta abrazarlo, lo persigue por toda la casa, dice que quiere casarse con él. Cada vez que puede, Marcos se escabulle y viene a quejarse más que a pedirme consejo. Le digo que la única opción es deshacernos de ella. (Creo que ayer vi demasiados capítulos seguidos de la serie "En terapia").

dicharachera

jueves, 13 junio 2024. alguien ha organizado en mi casa una fiesta para encontrar pareja. El cuarto de estar está lleno de gente que no conozco. Alberto va repartiendo copas de vino. Cuando llega a mi lado me da la botella, no sé si para que siga sirviendo yo o para que beba directamente de ella. Un tipo con aspecto de tortuga (parecido a un personaje de los Simpson) se me acerca. No recuerdo exactamente sus palabras, pero algo así como que qué bien habernos conocido y saber cómo soy. Muy serenamente doy un trago directamente de la botella y le digo que no me conoce de nada, que solo he dicho cuatro frases dicharacheras y no puede sacar conclusiones. Que te quede claro que no soy dicharachera, le digo. Me arrepiento, pero es demasiado tarde para arreglar nada. Él no tenía la culpa de mi mal humor (no soporto tener tanta gente desconocida en casa). Una chica con el pelo muy mal teñido, quemado, me da las gracias porque dice haber conocido al hombre de su vida, que mañana mismo se van de viaje en coche, a la aventura. No puede ser, pienso. Es. La chica y Javi se van de la mano. Los veo alejarse desde el portal (que no es el de mi casa, parece la escalinata de una iglesia). ¡Buena suerte, tened cuidaíto con el coche!, les digo pero Javi no puede oírme porque lleva los auriculares puestos. Siento una tristeza inmensa. Vuelvo a la fiesta. Alguien pregunta si puede poner música y le doy mi táblet. Solo tienes que abrirla y ya están las canciones preparadas, le digo. Voy al baño. Pienso que una ducha me sentará bien, que el agua caliente acompaña. Nunca nos acostumbraremos a esto, dice alguien desde fuera justo antes de que cierre la puerta. Es la voz de Mesa Toré.

harina

martes, 11 junio 2024. Organizamos fiesta para mi sobrina Yasmina en casa de mi abuela. Todos van de un lado a otro como hormigas, pero en realidad no hace nada. Mi madre prepara cordero. Le digo que antes de dorarlo tiene que enharinarlo para que la salsa no le quede aguachirri. Al oír aguachirri se ríe como una niña. Mi abuela entra en sale de la cocina nerviosa (ella que siempre fue tranquila). Ya llegan, dice. Voy al salón comedor, les digo que se sienten y tomen algo. Mi sobrina ha dejado de alisarse el pelo, lleva sus rizos naturales, pero se los ha pintado de colores. Pareces Beyoncé, le digo. Ella se alegra mucho. Todas van muy arregladas, yo solo llevo la blusa del pijama. Le pregunto a Alberto si ha traído mi ropa. Está en el maletero, dice. Así no hay manera, pienso. Vuelvo a la cocina a ver cómo va el cordero. Mi madre dice que no hay harina pero ha encontrado esto, dice, y me enseña una especie de granos de arroz blandos que no sé si son larvas (en el paquete no pone nada). Si las aplastamos podemos hacerlas pasar por harina, dice. Me meto una en la boca, es dulce, no nos vale. Le pregunto a mi abuela si hay alguna tienda cerca. Dice que es domingo por la noche, que todo estará cerrado. Pienso en el bar de la esquina, quizá me vendan un poco. Mi abuela me da tres euros, dice que será suficiente. Salgo a toda prisa a la calle, solo con la blusa del pijama. De repente es de día. Aparece Javi. Entre los dos será más fácil, pienso. Entramos en una mercería y, antes de abrir la boca, la dependienta nos dice de malos modos que allí solo venden hilos y botones. Solo iba a preguntarle si sabe dónde hay una panadería. Ni me contesta. Javi se entretiene mirando el pueblo. Dice que es precioso. Ayuda, poca. Ahí al lado está el Mirador de Enrique Morente, vete allí y me esperas, le digo.

kiosco burrito y perro cerdito

lunes, 10 junio 2024. Estoy en un bar con Alberto y mi tía M. Alberto ha entrado a una parte del bar que tiene tele para ver un partido de fútbol. Mi tía quiere hacerle fotos a todo porque todo, dice, es muy pintoresco. El bar es tirando a cutre, se nota que no le han hecho ninguna reforma en cincuenta años. ¿Qué van a tomar?, pregunta el camarero. Mi tía pide dos cervezas. Me extraño. Señala con el mentón la calle y veo a mi madre en la otra acera, comprando algo en un kiosco. El kiosco también es muy pintoresco. Los lleva una familia china con varias hijas. Las niñas llevan ropa de colores. Mi tía dice que les haga una foto. Todos posan, incluida mi madre, pero la cámara (analógica) tiene un visor muy pequeño que no me deja encuadrar nada. El camarero pregunta qué tomaré yo. No sé qué pedir. Miro la hora, todavía son las once de la mañana, no sé cómo mi tía ha pedido cervezas (no beben alcohol y además es muy temprano). Por pedir algo le pido un polo Drácula. El camarero dice que entonces la tapa no pega y vacía el plato en el suelo. Mientras tanto, mi madre y mi tía se han subido al kiosco como si fuera un burrito del parque e insisten en que les haga más fotos.
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Vamos en coche a toda velocidad por el paseo marítimo. Alberto entra por la zona donde están las bicis y los niños. Me agarro muy fuerte con las uñas al asiento. Llegamos a un chalet enorme para recoger a Míchel y Sonia (se supone que es la casa de la madre de Míchel, aunque en otros sueños ha sido la casa de la madre de Juano; no es de ninguna de los dos). Aquí pasa algo raro, dice Alberto, y llama con los nudillos a una ventana estrecha horizontal. Abre Míchel. El hall está lleno de muebles y cosas que no se sabe muy bien qué son. Sobre una mesa de escritorio (idéntica a la nuestra) se apilan objetos y ropa. Míchel se sienta a comer lo que me parecen espinacas mientras esperamos a Sonia. Está todo tan lleno que dudo si darle una bolsa con libros que le he llevado. Sonia baja arreglada como para una fiesta. Contrasta con todo ese desorden. Aparece un perro muy pequeño y muy gordo de color rosa chicle. Ya os dije que era muy feo, se excusa Míchel. Le acaricio la cabeza (al perro), le digo que lo había imaginado color canela, que es muy gracioso porque parece un cerdito.

l'écume des pages

domingo, 9 junio 2024. Se supone que estamos en Mallorca. Yo voy en bañador, un bañador gris muy feo con las gomillas dadas de sí. Encima llevo un vestido camisero sin abrochar (más que vestido parece una batilla de vieja de pueblo). Estamos en un balcón mirando cómo pasa una especie de procesión o desfile (unas chicas que parecen muñecas disfrazadas de caperucita y unos chicos vestidos de pastorcillos). Le doy un codazo a Alberto para que nos vayamos. Una vieja de pueblo muy fea me dice que ya era hora (mirándome de arriba abajo). Pienso que tiene razón, que ver una procesión en bañador no es muy propio, pero como me ha caído mal, le respondo con una enorme sonrisa que, desde luego ya estaba loca por marcharme. Antes de desaparecer me doy la vuelta y me despido con la mano más sonriente si cabe, para fastidiarla más. Bajamos en un ascensor estrechísimo de madera, con una chica muy arreglada. se presenta como la alcaldesa y se disculpa por las dimensiones del ascensor. Le digo que me encantan las cosas antiguas, que no se le ocurra hacer reformas, que las reformas suelen estropear las cosas con personalidad. No dice nada. En la puerta no invita a subir a un microbús para ver el resto de la isla. Entramos. El conductor recorre unos cinco metros y dice que ya hemos llegado. Hay un bar. Pienso que será de un pariente suyo y quiere que hagamos gasto. Nos toman por turistas tontos, le digo a Alberto. Alberto se ha sentado en un poyete de obra a charlar con una chica que se queja de que no liga nada. Me acerco, le digo que ligar es muy fácil. Solo tienes que hacer reír a la otra persona y olvidarte de ese que te gusta porque solo va con mujeres de pago, le digo. Alberto me fulmina con la mirada. Yo, le digo con la mía, que he dicho mujeres de pago, no putas. El camarero me dice que si quiero tomar algo me lo prepare yo misma, y me da una batidora. Está sin estrenar. Me cuesta abrir la caja. Dentro ya trae una especie de frutillas blancas y algo de líquido. Cuando bato, todo sale despedido y mancho a todos los parroquianos que ríen como si me hubieran gastado una broma. Les sigo el juego. El camarero dice que soy muy graciosa, que si quiero quedarme a vivir en la isla encontraría trabajo enseguida. Miro a la chica como diciéndole, ¿lo ves? Respondo muy seria que solo aceptaría un trabajo en el que llevara un uniforme de caperucita, como el de las chicas de la procesión. Todos ríen a carcajadas. Empiezo a no estar cómoda. Le digo a Alberto que vamos a perder el avión y que todavía no hemos pasado por la librería a la que quería ir. Yo la llevo, ¿qué librería es?, dice el conductor del microbús. Se llama La espuma de las páginas, respondo sin pensar. Al momento me doy cuenta de que esa librería estaba en París, no en Mallorca, pero no corrijo. Le pregunto a la chica si ha visto la cueva, que nos daría tiempo por que está justo al lado del bar. El conductor se ríe a carcajadas. La cueva está a más de ocho kilómetros, dice.

hay que ver

sábado, 8 junio 2024. Estoy durmiendo en el cuarto de mi hermana. Me despiertan dos chicas que llegan a hacer una inspección. La cama está revuelta (las sábanas liadas con ropa y restos de comida). El suelo cubierto de basura, zapatos y más ropa sucia. Hay varios cubos con líquido turbio (por sus caras de asco debe de oler mal). Toman muestras con unas jeringas enormes. Mueven la cama para ver que hay debajo (más basura). Se marchan sin decir nada. Empiezo a ordenarlo todo. Aparece el gato de mi hermana, se pone en pie sobre las patas traseras y me ayuda a empujar la cama a su sitio. Ay que ver, le oigo decir. Pienso que cuando le cuente a mi madre que el gato ha hablado no va a creerme.

san petersburgo

viernes, 7 junio 2024. La casa de mis padre tiene mucha luz, tanta que parece artificial. Los muebles también son claros. Las mujeres de mi familia llevan vestidos de verano blancos con florecillas de colores. Están todas, incluso las que murieron (mi abuela, mi tía P). También Marina (amiga de la familia). Todos parecen jóvenes y alegres. Están tan contentos que no sé cómo darles la noticia: Vengo del que era mi cuarto, mi hermana y mis primas se han rapado la cabeza (mal, a mechones) y mi hermana ha dicho que se va a San Petersburgo. Ha dicho que se iba a pasar las navidades, que ya sabe que es muy caro pero le da igual. Claro, como tú no lo pagas, le he respondido antes de salir de la habitación. También le he recordado que le había tocado presidir la mesa electoral el domingo. Mira el papel, lo rompe y lo tira al suelo (que está lleno de ropa y zapatos). Mis primas no dicen nada, bajan la mirada. Entonces es cuando salgo y encuentro toda esa luz. Me fijo en que mi tía M lleva un disfraz de unicornio, pero solo la parte de arriba. Cuando entra mi padre con una cámara de fotos ella intenta estirarlo hasta los pies para taparse. Mi madre ríe a carcajadas. En el salón, donde debería estar el mueble de la tele, hay una pista de tierra donde unos niños hacen carreras de coches.

gincana

miércoles, 5 junio 2024. Participo en una gincana. Voy en silla de ruedas y tengo que salvar muchos obstáculos. Salgo de una habitación de hotel y el pasillo es muy estrecho. Al llegar al ascensor pienso que seguro que hay alguien dentro para entorpecer el camino. Efectivamente. Un tipo dice que no cabemos los dos, pero entro de todos modos (él queda apretujado al fondo). Intenta besarme. Lo empujo como puedo, ya que si me levanto o uso las piernas pierdo. Al llegar a recepción protesto, porque no estoy segura de si forma parte del juego o es un trabajador del hotel (no me hacen ni caso). Una vez en la calle todo me parece un teatro (personas que hacen que se tropiezan conmigo niños que se sueltan de la mano de su madre y se me suben a las rodillas, etc). Paro el tráfico con la mano para cruzar y decido avanzar por la carretera (las aceras que están atestadas de gente). Voy dándole a las rudas con las manos. Las ruedas son muy rudimentarias (no son de las que llevan una doble para no ensuciarse las manos), temo pisar alguna caca de perro. Pienso en las personas que van en sillas de ruedas de verdad, en lo que tienen que pasar cada día. Finalmente, después de muchas penalidades, cuestas y escalones, llego a la meta que es una especie de cobertizo que se cae a pedazos. ¡Ya eres GO!, dicen mientras aplauden. Me piden que me le haga una foto a un muñeco de plástico de tres centímetros (igual a uno que me salió en un chicle Bazooka y que encontré ayer por casualidad en un cajón) para ponerlo en el carnet de Gincanista Oficial (así le han llamado). Todo me suena a cuento a pesar de su entusiasmo. Pienso que he estado perdiendo el día para nada. Cada vez que intento hacerle la foto al muñeco se tumba. Además, la cámara que me han dado está abierta, es de carrete y no creo que salga nada. De todos modos, lo intento una y otra vez.

el invento del siglo y una bolsa muy blanca

lunes, 3 junio 2024. He llegado con mis padres a un pueblo. Entramos en un portal a cambiarnos de ropa. Llega Juan con una especie de mando a distancia que emite una luz roja. Dice que es lo último en tecnología, que hace que nos veamos a nosotros mismos y todo lo que nos rodea, que revolucionará el mundo. Lo enfoca hacia la frente de mi padre. Mi padre abre mucho los ojos y dice entusiasmado que ahora lo comprende todo, que lo ha visto todo (pienso que al fin será feliz, podrá dormir y dejará de hacerse preguntas sin respuesta). Después enfoca la frente de mi madre. Mi madre se encoge de hombros (no me queda claro si ya lo sabía todo o no ha sentido nada especial). Cuando llega mi turno, noto únicamente un poco de calor en la frente. Pienso si esa luz hará que me salgan más pecas. Por no hacerle un desprecio a Juan (y no quitarle la ilusión a mi padre), le digo que está muy bien, que es un invento increíble y que lo patente cuanto antes.
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Me asomo a la cristalera de la que se supone es mi casa (no se parece en nada). Para correr las cortinas tengo que mover una bolsa enorme de reciclaje. Dentro hay botellas, plásticos y papeles, todo mezclado. Se supone que tengo clase. Miro el asfalto desde arriba, parece que ha llovido. Pienso si llamar a Javi para decirle que nos veamos un poco antes de entrar, para charlar junto a la escalera que lleva al colegio, donde se ponen los que fuman. Mientras pienso en si llamarlo o no me acuerdo de Daniel. Pienso en cómo sería mi vida con él, si él mezclaría botellas, plásticos y papeles en una misma bolsa. Sé que tengo que irme ya o llegaré tarde a clase, pero la bolsa es muy blanca, me parece preciosa y no puedo dejar de mirarla.

la fiesta de las gelatinas perdidas

domingo, 2 junio 2024. Un niño prepara su fiesta de cumpleaños. Espero con él en la acera (es una calle de chalets años 70 con jardines y vallas bajas de travesaños de madera blanca). Llega una camioneta como esas que venden helados en las películas americanas. Si pararse siquiera, va dejando un reguero de gelatinas de fresa con forma de flan. El niño y tratamos de salvar algunas, pero nada más caer al asfalto se deshacen. El niño entra en la casa muy triste. La cocina está adornada con guirnaldas de colores. Aparece Héctor. Dice que sus amigos llegará enseguida para la fiesta. Dudo que hable de la fiesta del niño porque va poniendo sobre la mesa de la cocina un montón de cajas con botellas de distintos licores. Abro una plana que parece una petaca. No sabe a nada y me la voy bebiendo sorbos, mientras ayudo a decorar el resto de la casa. Llegan de golpe unas cincuenta personas (todas extranjeras). Una chica china ha traído a su mascota. Qué gato más mono, le digo por decir algo. Todos ríen. Cuando me fijo, es una culebra disfrazada de gato con una funda hecha de ganchillo rojo. Oigo mi móvil sonar a la lo lejos. Lo encuentro dentro de un bolso que no es mío, en una butaca de mimbre del jardín. Es Alberto, dice que está muy triste por lo de las gelatinas y que se ha tenido que marchar porque tiene trabajo. Le digo que me vuelvo a casa, que allí no pinto nada. Junto al bolso hay un gato igual al de mi hermana que me mira con los ojos muy abiertos. Le abro la boca y le saco el pañito de croché que me regaló Isabel María. El gato casi me sonríe y se me restriega a modo de agradecimiento. Dudo si llevármelo a casa.

orejas tiesas

sábado, 1 junio 2024. Llego a un piso destartalado con Rosario (una compañera de colegio a la que no veo hace 40 años). Se supone que soy jurado de un premio. Al llegar me dan unos trozos de tela sin dobladillo. Algunos quieren parecer prendas de ropa. No sé qué hacer con ellos y se los paso a Javier, que los mira con desprecio. Al cabo de un rato me los devuelve. Dice que ninguno vale nada, que están para premiar. Pienso que tendré que explicar el porqué. Javier desaparece. Nos traen comida y bebida. Solo quiero irme de allí, pero se ha hecho de noche y no sé ni en qué ciudad estoy. Rosario dice que se va, que ha bebido demasiado. Le digo que no me deje sola, que no sé volver a mi hotel y Alberto me espera. Ana se me acerca. Me alegro muchísimo de verla, la abrazo. Ella está fría, no comprende por qué eché atrás su trabajo. Le explico que sus orejas de conejo podrán mejorarse. Todos ríen. No sé de qué (se supone que el concurso era de poemas convertidos en disfraces de animales). Le digo que sé que ella puede hacerlo mucho mejor, que se exija más, que las orejas de conejo no pueden ser flácidas, han de tener cuerpo. Para explicárselo, me pongo las manos sobre la cabeza como si fueran dos orejas tiesas. Ella asiente. Nos ponen más bebida, ahora copas de champán. Las de los demás son altas y muy bonitas, la mía es una copa baja con forma de campana. Hago que bebo para no despreciarla (no me gusta nada el champán). Le pregunto a Ana si tiene pareja. Dice que ha venido con una amiga. Me refiero a si vives con alguien, insisto. Sigo casada, dice. Qué pena, porque mi amigo, ¿te acuerdas de él?, sigue enamorado de ti. Mmm..., dice ella poniendo los ojos en blanco. Mientras sucede esta conversación, la mesa ha ido convirtiéndose en una cama sin sábanas, un colchón de lana muy usado, y han llegado mi profesor de biología del instituto con dos colegas (uno de ellos, el actor Wallace Shawn). Busco a Rosario con la mirada por si todavía puedo irme con ella. Nada.