sábado, 1 junio 2024. Llego a un piso destartalado con Rosario (una compañera de colegio a la que no veo hace 40 años). Se supone que soy jurado de un premio. Al llegar me dan unos trozos de tela sin dobladillo. Algunos quieren parecer prendas de ropa. No sé qué hacer con ellos y se los paso a Javier, que los mira con desprecio. Al cabo de un rato me los devuelve. Dice que ninguno vale nada, que están para premiar. Pienso que tendré que explicar el porqué. Javier desaparece. Nos traen comida y bebida. Solo quiero irme de allí, pero se ha hecho de noche y no sé ni en qué ciudad estoy. Rosario dice que se va, que ha bebido demasiado. Le digo que no me deje sola, que no sé volver a mi hotel y Alberto me espera. Ana se me acerca. Me alegro muchísimo de verla, la abrazo. Ella está fría, no comprende por qué eché atrás su trabajo. Le explico que sus orejas de conejo podrán mejorarse. Todos ríen. No sé de qué (se supone que el concurso era de poemas convertidos en disfraces de animales). Le digo que sé que ella puede hacerlo mucho mejor, que se exija más, que las orejas de conejo no pueden ser flácidas, han de tener cuerpo. Para explicárselo, me pongo las manos sobre la cabeza como si fueran dos orejas tiesas. Ella asiente. Nos ponen más bebida, ahora copas de champán. Las de los demás son altas y muy bonitas, la mía es una copa baja con forma de campana. Hago que bebo para no despreciarla (no me gusta nada el champán). Le pregunto a Ana si tiene pareja. Dice que ha venido con una amiga. Me refiero a si vives con alguien, insisto. Sigo casada, dice. Qué pena, porque mi amigo, ¿te acuerdas de él?, sigue enamorado de ti. Mmm..., dice ella poniendo los ojos en blanco. Mientras sucede esta conversación, la mesa ha ido convirtiéndose en una cama sin sábanas, un colchón de lana muy usado, y han llegado mi profesor de biología del instituto con dos colegas (uno de ellos, el actor Wallace Shawn). Busco a Rosario con la mirada por si todavía puedo irme con ella. Nada.