domingo, 2 junio 2024. Un niño prepara su fiesta de cumpleaños. Espero con él en la acera (es una calle de chalets años 70 con jardines y vallas bajas de travesaños de madera blanca). Llega una camioneta como esas que venden helados en las películas americanas. Si pararse siquiera, va dejando un reguero de gelatinas de fresa con forma de flan. El niño y tratamos de salvar algunas, pero nada más caer al asfalto se deshacen. El niño entra en la casa muy triste. La cocina está adornada con guirnaldas de colores. Aparece Héctor. Dice que sus amigos llegará enseguida para la fiesta. Dudo que hable de la fiesta del niño porque va poniendo sobre la mesa de la cocina un montón de cajas con botellas de distintos licores. Abro una plana que parece una petaca. No sabe a nada y me la voy bebiendo sorbos, mientras ayudo a decorar el resto de la casa. Llegan de golpe unas cincuenta personas (todas extranjeras). Una chica china ha traído a su mascota. Qué gato más mono, le digo por decir algo. Todos ríen. Cuando me fijo, es una culebra disfrazada de gato con una funda hecha de ganchillo rojo. Oigo mi móvil sonar a la lo lejos. Lo encuentro dentro de un bolso que no es mío, en una butaca de mimbre del jardín. Es Alberto, dice que está muy triste por lo de las gelatinas y que se ha tenido que marchar porque tiene trabajo. Le digo que me vuelvo a casa, que allí no pinto nada. Junto al bolso hay un gato igual al de mi hermana que me mira con los ojos muy abiertos. Le abro la boca y le saco el pañito de croché que me regaló Isabel María. El gato casi me sonríe y se me restriega a modo de agradecimiento. Dudo si llevármelo a casa.