viernes, 13 enero 2012. Voy por la calle, me noto muy cansada y me siento en la acera. A mi lado hay un frigorífico de un bar con las puertas transparentes. Saco un trozo de roscón de reyes. Unos metros más allá veo a Jurdi. También está comiendo un trozo de roscón. El suyo lleva una rodaja de naranja y el mío un trozo de cidra verde. Antes de que me diga nada, suena un timbre, descuelgo un teléfono que hay junto al frigorífico. Es mi madre, me pregunta a quién quiero que invite a la boda. Le digo que no tengo ánimo para fiestas, que estoy muy cansada. ¿Has comido?, dice. Roscón, le respondo. Cuando cuelgo Jurdi me pregunta qué es eso de la boda, si va todo bien. Le explico que ahora los matrimonios hay que renovarlos como el carnet de conducir y en mayo hará 24 años que me casé. Mientras me escucha hablar, Jurdi mastica muy despacio su trozo de roscón. Parece un niño de cinco años, tengo ganas de abrazarlo.