miércoles, 18 enero 2012. Mi hermana y mis primas salen a la terraza de la casa de mis padres y desaparecen. Miro a las terrazas del primer piso por si hubieran caído al vacío, pero no hay nada ni nadie.
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Daniel me enseña una agenda donde tiene apuntado los días que venía a casa de mis padres y las noches que nos veíamos en los bares del centro. En algunos días sólo hay cruces, en otros aparecen los nombres de los bares: Catedral, Terral, Tarot. Y en otros iniciales: TW, BR o SM (que supongo corresponden a Tom Waits, Blaine Reininger y Samuel Beckett). Así que apuntabas los días que escuchábamos a Tom Waits, le digo. Apuntaba los días malos, dice. Discutimos, le digo que sé que eran días buenos porque yo también los tengo apuntados. Se enfada muchísimo, me persigue por la casa para pegarme. No me defiendo, dejo que me pegue. Siento una tristeza enorme. Me da golpes como lo haría un niño, sin fuerza, con las manos abiertas.
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Me encuentro a Elena por la calle. Dice que ha encontrado un chiste sobre Dora la exploradora en la casa-museo de Dámaso Alonso. Saca un papel del bolso y me enseña una foto donde en una baldosa hay una D y una A entrelazadas. Ves, dice muy feliz, D-ora E-xploradora. Me da pena decirle que es no es una E. No sabía que hubiera un museo de Dámaso Alonso en Málaga, le digo y me señala el edificio donde estaba la Peña Malaguista. Me sorprende no haberlo visto nunca. Entramos. El museo lo cuida una señora muy mayor y muy delgada. Parece una caricatura. Dice que todavía no saben a quién dedicaba el poema que hay enmarcado porque no entienden la letra. Me acerco y leo claramente Elvira. La señora se enfada un poco por mi diligencia. Me acompaña a un jardín muy descuidado donde se celebra una fiesta. Desde un balcón, Leonor Watling (disfrazada de dama medieval) presenta a su hija recién nacida. Me extraña que la niña tenga una melena larguísima y lance besos al público, pero no digo nada. Alguien me ofrece ron. Ya no bebo, le digo y me da un chicle enorme que me ocupa toda la boca. Sabe a pan, lo escupo. Manuel le pide a una chica que trepe por el muro e imite a distintos animales. Ha conseguido ser el centro de atención, pienso. No sé qué hago allí, me siento sola y triste. ¿Has visto qué bien hace de rana?, me pregunta Manuel justo cuando voy a marcharme. Pensé que hacía de pato, le digo.
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Daniel me enseña una agenda donde tiene apuntado los días que venía a casa de mis padres y las noches que nos veíamos en los bares del centro. En algunos días sólo hay cruces, en otros aparecen los nombres de los bares: Catedral, Terral, Tarot. Y en otros iniciales: TW, BR o SM (que supongo corresponden a Tom Waits, Blaine Reininger y Samuel Beckett). Así que apuntabas los días que escuchábamos a Tom Waits, le digo. Apuntaba los días malos, dice. Discutimos, le digo que sé que eran días buenos porque yo también los tengo apuntados. Se enfada muchísimo, me persigue por la casa para pegarme. No me defiendo, dejo que me pegue. Siento una tristeza enorme. Me da golpes como lo haría un niño, sin fuerza, con las manos abiertas.
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Me encuentro a Elena por la calle. Dice que ha encontrado un chiste sobre Dora la exploradora en la casa-museo de Dámaso Alonso. Saca un papel del bolso y me enseña una foto donde en una baldosa hay una D y una A entrelazadas. Ves, dice muy feliz, D-ora E-xploradora. Me da pena decirle que es no es una E. No sabía que hubiera un museo de Dámaso Alonso en Málaga, le digo y me señala el edificio donde estaba la Peña Malaguista. Me sorprende no haberlo visto nunca. Entramos. El museo lo cuida una señora muy mayor y muy delgada. Parece una caricatura. Dice que todavía no saben a quién dedicaba el poema que hay enmarcado porque no entienden la letra. Me acerco y leo claramente Elvira. La señora se enfada un poco por mi diligencia. Me acompaña a un jardín muy descuidado donde se celebra una fiesta. Desde un balcón, Leonor Watling (disfrazada de dama medieval) presenta a su hija recién nacida. Me extraña que la niña tenga una melena larguísima y lance besos al público, pero no digo nada. Alguien me ofrece ron. Ya no bebo, le digo y me da un chicle enorme que me ocupa toda la boca. Sabe a pan, lo escupo. Manuel le pide a una chica que trepe por el muro e imite a distintos animales. Ha conseguido ser el centro de atención, pienso. No sé qué hago allí, me siento sola y triste. ¿Has visto qué bien hace de rana?, me pregunta Manuel justo cuando voy a marcharme. Pensé que hacía de pato, le digo.