domingo, 1 enero 2012. Voy callejeando con unos amigos. Entre ellos, Beckett. Caminamos muy juntos, a veces me agarra del brazo para no caer. Se le ve muy frágil y algunas calles están mal empedradas. Me pregunta por mi nueva casa. ¿Qué tal es la luz? Le digo que la luz es lo mejor, lo único. Quiero hacerle muchísimas preguntas, pero pensar que lo llevo agarrado del brazo me deja sin palabras. Pregunta, dice como si me leyera el pensamiento. ¿Lees a escritores más jóvenes que tú? ¿Has leído a Stamm? ¡Es buenísimo!, dice levantando las manos. Por momentos parece un anciano y al segundo siguiente un niño. A veces me pone la mano en la espalda para empujarme un poco si hay que subir una cuesta. Ahí es justo donde me duele, le digo y él deja la mano apoyada un rato. Nos sentamos en una terraza. Los amigos se ríen, cuchichcean. Pienso que en cualquier momento se marchará y no volveré a verlo. Al pensarlo, desaparece. Andrés lleva una cámara enorme. Podrías habernos hecho una foto de espaldas, mientras caminábamos. La he hecho, dice Andrés muy sonriente.