domingo, 8 enero 2012. Justo tiene una librería. Está sentado detrás de una mesa enorme. Detrás de la mesa hay una ventana enorme que llega casi al suelo. Pienso que no podría trabajar con una ventana a la espalda que da directamente a la calle, y mucho menos abierta. Cada vez que intento hablar con él, llega alguien a hacerse una foto con él o a pedirle un autógrafo. Una chica saca un micrófono del bolso y le pregunta si es verdad que cuendo cierra la librería sale por la ventana en vez de por la puerta. Dos guardias de seguridad se la llevan inmedaitamete. Entra Zayas, se va directamente a por un libro de Carver. Me dice que no comprende cómo todavía hay obras inéditas suyas. Le digo que cada vez que sale un libro inédito de Beckett o Vonnegut desconfío. Zayas le da la mano a Justo y se va. Aprovechando que los guardias no están, me acerco a su mesa y le digo que tengo que contarle algo que me pasó en Barcelona. Dime, dice. Saco un frasco del bolso, lo vacío sobre su mesa, son un puñado de lentejas y comprimidos de Tryptizol. Mira, le digo.