viernes, 23 mayo 2008. Alberto, Camilo y yo estamos en el sofá de mi madre. Camilo enrosca sus dos metros de altura sobre mis rodillas, como si fuese un gato. Hundo la mano en su pelo y le rasco la cabeza. Noto que tiene el cráneo cuadriculado con hilos metálicos bajo la piel, y en cada intersección lleva una ficha diminuta de plástico. Le rasco la cabeza con mucho cuidado para no arrancarle ninguna. De repente estamos en la calle, a las puertas del garaje. Un perro enorme intenta montarme por la espalda. Camilo corre para que el perro lo persiga y me deje en paz. Los dos desaparecen al final de la calle. De nuevo en casa de mi madre, trato de escribir un poema con todo lo ocurrido. Se lo enseño a Camilo orgullosa, pero me dice que no es más que la lista de la compra.