puré de patatas y la rebelión de las supermodelos

sábado, 31 mayo 2008. Mi suegra nos dice que la ayudemos a ordenar el salón. El salón es un jardín cubierto de nieve. Cuando entramos, vemos que la nieve es en realidad puré de patatas. Los muebles y la ropa que hay amontonada sobre sillas y mesas, están cubiertas de puré muy cremoso. Alberto y yo nos ponemos mano a la obra sin rechistar. Metemos todos los muebles dentro de casa, apilamos la ropa sobre la mesa. Cuando creemos que todo el trabajo está hecho, la madre de Alberto nos dice que no hemos regado.
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Tengo delante de mí, sobre la mesa, varias libretas ordenadas por tamaño. Joan está sentado frente a mí. Me da vergüenza que me vea hacer una lista de las cosas que he hecho en el día, no por lo que he hecho, sino por el hecho de hacer listas. Del respaldo de su silla cuelga un sombrero de tela. En el ala lleva un broche-mp3. Joan lo aprieta y empieza a sonar Today de los Smashing Pumpkins. Joan se levanta y pienso que debo aprovechar para hacer mi lista sin que me vea, pero me echo a llorar. Ahora, toda mi preocupación es que, cuando vuelva, no entienda que esa canción me haga llorar.
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Me despierto feliz, de un salto, como en un anuncio de cereales. A mi lado hay tumbada una chica rubia guapísima. La beso en la cadera y no comprendo cómo una chica que está tan buena sea mi novia. Al verme en un espejo, veo que llevo una peluca de pelo rizado negro y un sombrero morado. No reconozco mi cuerpo, pero estoy encantada porque pienso que ahora estoy aún más buena que la chica de la cama. En el cuarto de baño hay macetas enormes, pero ninguna pieza de baño. Pienso en si tendré que subir a una de esas macetas para orinar. Desde la rendija de la puerta veo que Joan se ha levantado y entra en la cocina. No quiero que me vea sin duchar así que salgo al jardín, que es el de la casa de mi abuela. Allí hay un montón de chicas que parecen modelos, peleando por dónde pasarán la tarde. Cada una lleva un billete de avión en la mano. Cuando una dice Ibiza, otra dice Montecarlo y otra Venecia. Les digo que cada una se vaya donde quiera, pero que por la noche deben tomar todas el mismo vuelo para llegar a tiempo al hotel. Una de ellas me pregunta cómo he tenido tiempo de arreglarme. Le respondo que acabo de levantarme y que eso que llevo es el pijama. Pues cúbrete, dice, y me da un bolso enorme que aprieto contra mi cuerpo.