miércoles, 30 abril 2008. Estoy en un bar, sentada con Joan, Purranki, Salvador y Francis. Las mesas y los taburetes son muy bajos y tenemos las piernas encogidas. Alberto coloca en el cristal de la puerta una cartulina roja donde ha escrito un número de teléfono. Nos reímos, como si fuera el chiste más gracioso del mundo. Vemos a Antonio cantos entrar con su novia. A pesar de que el bar está vacío, no nos ve ni nos saluda. Me sorprende mucho que lleve una gorra roja, del mismo color que la cartulina.
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He ido a la playa con mi madre y mis tías. Se han sentado muy cerca de la orilla. Yo me quedo pegada al muro del paseo marítimo. La playa está abarrotada, casi no se ve la arena. Todos llevan un colchón azul en vez de toalla. Todos llevan un bebé en los brazos. Me fijo en que cada colchón tiene un asiento para bebés, igual a los que les ponen a los carros de los supermercados. Yo llevo una toalla naranja. A mi metro cuadrado de espacio es al único que no le llega el sol. La chica que se ha tumbado a mi lado me enseña su bebé, dice que es un niño a pesar de que va vestido de rosa y veo claramente que lleva pendientes. Me levanto para marcharme. Mi madre y mis tías se acercan, no quieren que me vaya. Es que no me he depilado las piernas, les digo como excusa.
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Vuelvo a estar con mi madre y mis tías en el rellano de un edificio. Quiero estar sola, pero van pegadas a mí a cada paso que doy. Para quitármelas de encima, les digo que mi bolso se ha quedado atascado en el ascensor, entre dos pisos, y que me hagan el favor de bajar a recuperarlo. Mientras corren escaleras abajo, entro en casa. Alberto tiene unas bolsas en la mano y dice que me dé prisa. En el dormitorio la cama está sin hacer y en el cuarto de baño hay un montó de toallas húmedas tiradas en el suelo. Pienso que no tengo tiempo ni ganas de dejarlo todo ordenado antes de irme.
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He ido a la playa con mi madre y mis tías. Se han sentado muy cerca de la orilla. Yo me quedo pegada al muro del paseo marítimo. La playa está abarrotada, casi no se ve la arena. Todos llevan un colchón azul en vez de toalla. Todos llevan un bebé en los brazos. Me fijo en que cada colchón tiene un asiento para bebés, igual a los que les ponen a los carros de los supermercados. Yo llevo una toalla naranja. A mi metro cuadrado de espacio es al único que no le llega el sol. La chica que se ha tumbado a mi lado me enseña su bebé, dice que es un niño a pesar de que va vestido de rosa y veo claramente que lleva pendientes. Me levanto para marcharme. Mi madre y mis tías se acercan, no quieren que me vaya. Es que no me he depilado las piernas, les digo como excusa.
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Vuelvo a estar con mi madre y mis tías en el rellano de un edificio. Quiero estar sola, pero van pegadas a mí a cada paso que doy. Para quitármelas de encima, les digo que mi bolso se ha quedado atascado en el ascensor, entre dos pisos, y que me hagan el favor de bajar a recuperarlo. Mientras corren escaleras abajo, entro en casa. Alberto tiene unas bolsas en la mano y dice que me dé prisa. En el dormitorio la cama está sin hacer y en el cuarto de baño hay un montó de toallas húmedas tiradas en el suelo. Pienso que no tengo tiempo ni ganas de dejarlo todo ordenado antes de irme.