correr

sábado, 17 mayo 2008. Vuelvo a casa de mi abuela con Iker. Cuando vamos a entrar, le digo, Estoy tan cansada que tengo ganas de correr. Corremos, subimos la cuesta que lleva a General Ibáñez. Las botas me pesan tanto que no puedo subir. Iker me empuja. Ya falta menos, dice. Le enseño la calle, le digo que quiero mostrarle cada detalle porque esa calle es mi infancia. Corremos por la calle. Cuando quiero darme cuenta, Iker no está y la calle se ha convertido en un circo ambulante, lleno de payasos con piernas larguísimas, domadores y pitonisas. No encuentro el camino para volver a casa porque han tapiado las bocacalles. Busco entre la gente a alguien conocido. Una pitonisa dice que necesito un masaje y empieza a manosearme el cuello. No sé cómo escapar de ella. Iker aparece entre la gente, le hago señas, me acerco. Está muy serio. Le pregunto por qué desapareció, si está enfadado conmigo. No dice nada. Tengo ganas de llorar. Le digo, quiero que me pegues. Él sonríe por primera vez. Genial, porque a mí me encanta pegar, dice.