martes, 12 abril 2011. Camino con un grupo por una carretera muy polvorienta. Llegamos a una playa de piedras. Álvaro dice que todas son preciosas, que no sabe cuál elegir. Le digo que tenga en cuenta que ahora están mojadas y parecen mucho más bonitas, pero que cuando se sequen serán sólo piedras grises. Encuentro dos piedras con agujero, pienso que podré hacerme un colgante. No sé por cuál decidirme. Álvaro dice que me lleve las dos. No me gusta tener dos cosas, le digo. Devuelvo una a la orilla. De repente, de la otra, sale un ciempiés enorme. Acabo tirándola también. El ciempiés, que cada vez es más grande, intenta subirme por la pierna. Intento alejarlo de mí sin hacerle daño.
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Me levanto de la cama con cierto apuro porque tengo un examen y no sé qué hora es. Al salir de mi cuarto veo que no hay muebles en la casa. El parqué brilla como nunca, la luz es preciosa. Me entran ganas de hacer fotos. No puedes entretenerme, me digo en voz alta. Mi prima Cristina aparece con una mopa, sonríe satisfecha. Lo has dejado todo precioso, le digo. En la cocina, mientras ella friega unos platos, le hablo de cuánto sufrí cuando murió su madre aunque nunca lo demostrara. Ya lo sé, dice. Mi madre aparece de repente con Abel, el hijo de mi prima, en los brazos. La cocina empieza a llenarse de familiares a los que hacía mucho que no veía. Miro con disimulo el reloj de la cocina. Ya no llego al examen, pero me da igual, pienso. Mi madre me pasa al niño, me llama la atención lo poco que pesa.
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Gallero me envía por mail una historieta que ha escaneado para mí en la que se ve a cientos de personas desnudas sobre unos tubos voladores. Todas las páginas son iguales. Se ha confundido, pienso, estos dibujos son de Max, no de Federico del Barrio.