ibuprofeno

viernes, 29 abril 2011. Voy por la calle y veo a lo lejos a Alberto. Lleva una camiseta del Málaga y un cubo en la mano. Pienso que va al campo a ver el partido, lo llamo, corro tras él. Cuando lo alcanzo, veo que está sentado a la puerta de casa con los amigos. En el cubo hay cubitos de hielo. Han bajado mesas plegables y sillas de playa (que no sé de dónde han sacado) y ocupan toda la acera. Les doy dos besos a todos uno a uno, menos a Francis porque está muy lejos, protesta. Paso por encima de unos puzzles fluorescentes que están haciendo sus hijos con mi sobrino Darío, para poder darle dos besos. Me explican que irán al fútbol los últimos diez minutos de partido, pero sólo si el Málaga gana. ¿Y si los goles los meten al principio?, pregunto. Nos da igual, sólo nos interesa el ambiente. Todos están de acuerdo, desde Salvador (el más futbolero de todos), hasta Andrés (que detesta el fútbol). Desde Tony (que es del Barça), hasta Francis (que es del Real Madrid). Los miro y pienso en el cuadro de "La última cena". Cada uno con una camiseta de su equipo. Siento una especie de emoción triste y noto un repentino dolor de cabeza que crece por segundos. Como no quiero interrumpir ese momento feliz que parecen estar viviendo, me acerco a Darío y le pregunto si tiene ibuprofeno. Me pone las palmas de las manos vacías muy cerca de la cara. Sólo tengo tres años, dice.