domingo, 3 abril 2011. Entro en un ascensor muy pequeño con Sonia, Susi, Ale y Jesús. Vamos muy apretados. Se supone que vamos al bajo, pero el ascensor comienza a subir. Sospecho que Jesús le ha dado al último piso, por jugar. Yo no he sido, dice como si me leyera el pensamiento. Susi le explica a Sonia que se compró ese abrigo por el color, pero que a partir de ahora se hará ella la ropa, y toda a juego con el bolso, añade. Sonia dice que mucho mejor porque así no volverán a coincidir vestidas igual. Se ríen. El ascensor ha cambiado de forma y tamaño, pero nadie parece darse cuenta. Paramos en el piso 99. Salimos directamente a una tienda llena de maletas. Sólo quería verlas, dice Jesús llorando, escondiendo la cara entre las manos. Susi y Sonia lo consuelan. Ale se me acerca y me dice al oído: A partir de hoy voy a llamarle Lorca.
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Voy por la calle con Enrique y José Luis. José Luis insiste en que hablemos en latín. Por otro lado Enrique va explicándome cada estatua que vemos de un pescador. Elisa aparece muy arreglada, con unos pendientes de cristales verdes muy exagerados y un teléfono góndola rojo en la mano. Dice que no sabe si ir a la fiesta o bajar a la playa con su antiguo novio. No hay ninguna fiesta, dice Enrique. Claro que sí, hoy es la fiesta de despedida, le digo. Lo habrás soñado, dice zanjando el asunto. Es imposible que hayamos soñado lo mismo, decimos Elisa y yo.