el teléfono langosta ataca de nuevo

jueves, 31 enero 08. Estoy en una cafetería con mis padres, mi tía Rosa y mis primos. Mi madre lleva una mascarilla y tiene la cara congestionada. Rosi, mi prima, separa las mesas sin fijarse en las tazas y platos que hay encima. Aunque procuro que nada se rompa, una empanada y unos dulces caen al suelo. Mis primos dicen que hay que tirarlo todo a la basura. No entiendo nada de lo que hacen, ni ellos ni mi madre, pero no hago comentarios y me entretengo mirando el paisaje. Frente a la cafetería hay una tienda, en el escaparate un teléfono con forma de langosta sobre la que toma el sol una muñeca rubia vestida de hawaiana. Quiero ese teléfono para mi cuarto, digo a mi madre. Ella sigue absorta en su congestión. Desde el cielo veo caer dos Madelman en paracaídas. Le pregunto a mi primo Francesco si aún conserva los suyos. No. Mi preferido era el esquimal, le digo para entablar conversación. Nada. Miro debajo de la mesa y veo a las dos hijas de mi prima. Me abrazan y me dan besos. Una de ellas me dice al oído: Sabemos qué mote te han puesto.
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Me despierto en una casa que no es la mía. Dos niños juegan a echarse carreras por un pasillo larguísimo. Todo está desordenado, con ropa y juguetes tirados por el suelo. Si mi madre me hubiese comprado el teléfono-langosta, ahora podría llamar a alguien y me sacarían de aquí, pienso.

conchas rotas y leonard cohen

martes, 29 enero 08. He quedado con Héctor en el centro, pero decido darle una sorpresa yendo a la playa. Tengo que darme prisa para evitar cruzarnos por el camino, así que visualizo un pasillo y todas las calles hasta la playa son una y recta. Me deslizo a una velocidad de vértigo sobre el suelo, sin necesidad de andar ni volar. Al llegar veo a Héctor sobre un montón de arena, mirando el horizonte. Más abajo, entre unas sillas de chiringuito, Garriga me hace señas. Silbo para que Héctor vea que he llegado, pero no consigo que me oiga. Mientras camino hacia la orilla, donde él pueda verme, paso por entre un montón de sillas y mesas desordenadas. El suelo está cubierto de conchas que se van rompiendo a mi paso.
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Alberto y yo acabamos de salir de un edifico enorme donde era imposible dar con la oficina que buscabas. Después de recorrerlo entero, incluso el sótano donde Robert-Louis estaba comprando cortinas, salimos a la calle algo desorientados. Hay una obra que arma gran estruendo. Nos paramos justo delante de una hormigonera. En ese momento de confusión, aparece Leonard Cohen. Nos saluda como saludaría a alguien que no ve hace mucho tiempo. Me fijo en que tiene los ojos azules y pienso si siempre ha sido así o llevará lentillas. Nos presenta a su mujer, una chica morena con las manos llenas de anillos. Uno de los anillos se le cae, cuando voy a agacharme a cogérselo, lo aplasta con la punta del zapato como si fuese una colilla.

manos azules y la guitarra eléctrica

lunes, 28 enero 08. Voy en tren. No conozco a ninguno de los pasajeros de mi vagón. Por la puerta que separa un vagón de otro, veo que están pintando. Me extraña que lo hagan con el tren en marcha lleno de pasajeros. Alguien abre la puerta y una nube de pintura pulverizada me cae encima. Me miro la ropa, pero sólo me ha manchado las manos. Uno de los pasajeros me dice que debo denunciarlo. Pienso que si me lavo las manos la pintura se irá con agua y no vale la pena denunciar nada. Una chica me pasa un trozo de periódico en el que ha escrito una pregunta en clave. Le respondo: No. Me miro las manos y cada vez están más azules.
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Papá está en el hospital. Bajo en ascensor con mi abuela y mi tía para visitarlo. La habitación está muy oscura, pero aun así me acerco a él y lo felicito por su santo. Junto a la cama tiene un montón de regalos, entre ellos una guitarra eléctrica. Salta de la cama y se pone a tocar. La guitarra parece enorme entre sus brazos. No sabía que supieras tocar, le digo. Mientras tanto, la habitación se va llenando de bebés que también abren sus regalos. A uno de los bebés le saco de la boca pequeñas piezas de plástico. Otro me pide que le haga una foto con la guitarra. La habitación se ha convertido en la Plaza de la Merced y la cama en un coche que debemos aparcar para que no entorpezca el tráfico. Mi padre lleva un gorro de lana, se parece de The Egde, y toca la guitarra en pijama. Mi hermana señala una revista de música en el suelo, en la portada pone Bonny. Mira, hablan de ti, dice. Donald Trump sale de su coche con varios mafiosos y dice que nos envidia porque damos la imagen de familia perfecta. Yo acerco a los bebés a mí y los agarro fuerte, pensando que quiere secuestrarlos.

carla bruni y el anorak antibalas

domingo, 27 enero 08. Alberto ha recortado una foto de una revista donde aparece Carla Bruni desnuda sobre una moto. Entro en la habitación cuando la esta enmarcando. No digo nada. De hecho, no vuelvo a hablarle. El edificio de mi padres tiene una grieta enorme. Parece una brecha en la frente, pienso. Recorro las paredes de ladrillo visto deslizándome a varios metros del suelo. Entro en uno de los pisos del primero. Alguien me adjudica un armario. Guardo ropa interior en los cajones. La ropa la dejo en la maleta que hay sobre la cama. Cuando bajo al portal, me están esperando unos vecinos, entre ellos Almodóvar, para ir al cine. Me insisten en que hable de una vez. Ya llevas una semana callada, dice Almodóvar. Me dirijo a uno de ellos, está de espaldas con un abrigo gris, y le digo: Eres igual que todos.
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Isa y Javier acaban de tener una niña. Se la acerco para que le dé de mamar. Al día siguiente quedamos para comer y celebrarlo. La niña, que era completamente calva, ahora tiene muchísimo pelo. Paula me explica que como le da muchos besos, el pelo le crece más rápido de lo normal, y hace la prueba. Efectivamente, al darle besos al bebé, el pelo le crece rápidamente.
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Unos chicos tienen una editorial. Reciben a los clientes en una bañera llena de agua, aunque los dos están vestidos. La habitación es enorme y el suelo está lleno de libros y cedés desordenados. Justo a la entrada hay una mesa de billar que impide entrar con normalidad. Le pregunto cómo alguien como Conchita, la cantante, puede vender tanto con lo mala que es. Uno de ellos le hace una ahogadilla al otro como respuesta. En la pared hay una novela de Antonio. Al ir a cogerla se me caen varios libros en la cabeza. Uno de los chicos sale de la bañera para ayudarme a colocarlos en su sitio, pero la pared ha cambiado, ahora hay un agujero por donde se ve una zapatería que ha sufrido un incendio. El otro chico sale también de la bañera se pone un anorak y me tiende otro igual. Es antibalas, dice. El chico me abraza por detrás y miramos los libros de la pared. Pienso que tiene las manos sobre mis pechos, pero no le digo nada porque pienso que no debe saber qué es qué con esos anoraks tan gruesos.

coser pelucas

sábado, 26 enero 08. He quedado con Pateta y Blanco para coser pelucas. Blanco llega solo y dice que no sabe nada de Pateta. Llamo por teléfono a su casa, lo coge Laura. Pateta no puede ir a coser pelucas, lo he castigado porque olvidó dar el biberón al niño, dice.

playa rumores

viernes, 25 enero 08. Voy en el asiento del copiloto de un taxi. Conduce un hombre negro que parece un dibujo animado. Vamos por una avenida muy ancha y luminosa sin edificios. A la derecha el paseo marítimo. En la playa hay hombres jugando al fútbol. A veces cruzan corriendo tras la pelota delante del taxi como si fueran niños. Está lloviendo a cántaros y a su vez hace un día de sol espléndido. Le pregunto al taxista si se trata de una película proyectada en las ventanillas o si eso está ocurriendo de verdad. Me dice que baje el cristal. La imagen que veía de la playa, baja ante mis ojos y deja ver la misma imagen real, afuera. Saco la cabeza y los brazos. Me mojo y me seco inmediatamente por el sol. No hay nada mejor que esto, le digo. Él responde que antes de ser actor fue aparcacoches. Llegamos a una playa donde hace muchísimo viento. Tengo que ponerme la toalla sobre la cabeza para que no se me llenen los oídos de arena. La playa está llena de señoras gordas en bañador. Les pregunto si es viento de Levante. Me señalan con el dedo hacia el horizonte como única respuesta. Nosotras sólo nos dedicamos a sembrar rumores, me aclara una de ellas, sin ir más lejos, conseguí que ella no viniera más y él se casó con otra. No sé a quién se refiere, pero no digo nada. Todas las demás le aplauden y se ríen.
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Al querer entrar en una mercería dos cochecitos de niño que me impiden el paso. Detrás del mostrador no veo a nadie. En uno de los coches hay una niña dormida, en el otro un niño muy pequeño que llora y me echa los brazos. ¿Qué quieres tú?, le digo mientras le hago cosquillas en la tripa. Quiero doparme, responde con voz de adulto.

sobre hijos y tumbas

jueves, 24 enero 08. Joaquín Reyes y yo estamos sentados es el sofá del salón de casa de mis padres. Me enseña las fotos que lleva en la cartera. ¿Por qué llevas una foto de mi suegro?, le pregunto. Imposible, es mi padre, responde. Saco de mi cartera una foto de mi suegro y se la enseño. En ese momento entra un hombre acompañado de una pareja. Ahora que conocéis el secreto, tengo que casaros, dice. Nos ponemos de pie, frente a la tele y entre la pareja. Cuando el hombre nos pregunta eso de Aceptas como esposo..., no sabemos qué decir. La pareja responde por nosotros: Sí queremos.
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María Victoria Pérez, a la que no veo hace 35 años, viene a buscarme para salir a pasear. Hay que adelgazar, dice, aunque yo la veo tan delgada como siempre. Pasamos por solares donde los edificios están marcados en el suelo con pintura blanca, como en la película Dogville. Ella va diciendo: Aquí había un cine, allí una farmacia, etc. Pero que viejunas estamos, le digo y nos echamos a reír exageradamente. Tanto me río, que caigo en un agujero que han cavado en uno de los solares. La tierra a mi alrededor es blanda y negra. Estoy tumbada boca arriba y veo asomar su cabeza. Sigo riéndome mientras le digo: Mira, por fin he encontrado mi tumba.
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Estoy de visita en casa de Cova. Me cuenta que después de los dos partos el cuerpo le ha cambiado. Me desnudo y le muestro que yo también estoy bastante gorda, sólo que la ropa me hace parecer delgada. Pero al quitarme la ropa, veo que sólo tengo huesos y piel, así que me vuelto a vestir antes de que pueda mirarme. Entro en el cuarto de los niños. Están dormidos. Los sacamos de sus cunas y los ponemos sobre la moqueta para que jueguen. Mientras Cova persigue a Paula para darle de comer, yo le hago cosquillas a Gorka. Algo falla porque, según mis cálculos, Paula tiene unos siete años y Gorka cuatro. He viajado en el tiempo, pienso. No sé cómo voy a volver. En ese momento, como si Gorka leyera mis pensamientos, me agarra muy fuerte la mano y niega con la cabeza.
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Iker está asomado a una ventana que da a un pasillo encalado. Veo que una araña baja por su hilo. La cojo antes de que le caiga en la cabeza. Se la pongo en la palma de la mano, pero ahora es un caracol sin concha del tamaño de un gato.
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Estoy esperando a Alberto en la habitación de un hotel. Ha ido a por limonada. Mientras, Andrés me dice que suba al tejado porque los dueños del hotel nos van dejar caminar por las cornisas. Los dueños son tres ancianos que se mueven como auténticos profesionales del circo. Yo me agarro bien a las tejas y a los adornos de hierro para no caer. Andrés, Elisa y yo, conseguimos sentarnos a caballo en uno de los muros. Elisa dice que ha decidido tener otro hijo para pasar las dos bajas maternales juntas. Nos ponemos a buscar nombres. Elisa dice que el primero todavía no tiene. Pues entonces al primero deberías ponerle un nombre que hiciera juego con el del segundo, le digo. Mientras decimos nombres hago equilibrios para no caer. Me agarro a una lámpara, la rompo y los pedazos caen en la cabeza de los ancianos, que están unos metros por debajo de nosotros. Los tres ancianos miran al cielo como si fuera a llover. Yo disimulo abriendo un paraguas rosa de niña. Héctor aparece trepando el muro. No os mováis, dice y saca su cámara. Desde su perspectiva debo parecer la protagonista de "Los días felices" de Beckett, pienso. Después se sienta en el muro con nosotros y, mientras nos enseña su agenda, llena de anotaciones y dibujos, Andrés se lanza cabeza abajo desde la cornisa del edificio. Miramos cómo cae. Son unos veinte pisos. No te preocupes, le digo a Elisa, abajo hay un foso con agua. Lo tenía planeado, dice ella. Sí, he visto que hacía fotos con mi cámara según iba cayendo, añade Héctor. Elisa y yo bajamos a la puerta del hotel con toallas, para recibir a Andrés, pero quien llega es Francisco Ribera, el torero. Nos saluda y entra. Elisa no se ha dado cuenta porque sigue recitando nombres para sus hijos. Dime un nombre de niña, me dice. Celia. No, Celia no puede ser porque yo no soy tan guapa, dice. Le digo que es muy guapa, que no diga tonterías. Eso se te quita comiendo, le digo y la empujo dentro de un taxi. Desde el taxi vemos una exposición de fotos enormes al aire libre. En una de ellas aparece Hero, mi cuñado, ahogando a un mendigo con sus propias manos. Tenemos que hacer fotos de la exposición, se pondrá muy contento de ver que ya es famoso, digo. Llegamos al paseo marítimo, el taxista dice en portugués que son 2.80 euros. Obrigada, digo al cerrar la puerta.

moscas y orejas anónimas

miércoles, 23 enero 08. Juano ha publicado un cuento ilustrado con acuarelas. Los personajes no tienen nombre, sólo iniciales. Todas las acuarelas son azules y eso me causa una tristeza enorme.
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Llego a casa a la hora de almorzar. Alberto está sirviendo la comida. Joan ya está sentado a la mesa. Por un hueco que hay en la pared, veo que la ropa está tendida, pero aún está mojada. Es la ropa que tengo que meter en la maleta, porque nos vamos de viaje después de comer. La habitación se convierte en el patio de la casa de mi abuela y un montón de moscas salen de una maceta y terminan con los restos de comida del plato de Joan. Se ha dejado la ensalada. Debe notar que estoy incómoda con la situación, porque hace un gesto con la mano que le sirve tanto para espantar a las moscas como para quitarle importancia al asunto. Es la tercera vez que vienes a verme, le digo. Él duda, saca la Moleskine donde apunto los viajes y lee concienzudamente, tratando de comprobarlo. Mientras lee, yo termino de comer. El patio vuelve a ser el comedor. Alberto trae a Darío del cuarto de baño envuelto en una toalla roja y lo coloca sobre la mesa. Me lo siento en las rodillas. Darío, que sólo tiene dos meses, me dice que me cubra el escote porque le entra hambre. Aparecen Hugo, Ann y Paul. Dejan sus mochilas del colegio en el suelo y se tiran en el sofá agotados. Joan les pregunta si han trabajado mucho. Llevamos veinticuatro horas viendo carreras de Tunning, dicen. Joan, para animarlos, les ofrece un porro.
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Un padre le sirve a su hijo de tan sólo cuatro años una copa de licor, pero se la sirve vaciándola dentro del oído. Después juntan las cabezas, las giran, y el líquido pasa al oído del padre. Yo miro a mi padre y le digo: Va a ser verdad que los guiris no saben beber.

masa de pan y la falsa cascabel

martes, 22 enero 08. Intento envolver un regalo. Cada vez que doblo el papel el regalo aumenta de tamaño y el papel no me llega. Para cerrarlo en vez de fixo uso fotos de carnet.
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Joan ha venido a verme. Está en la terraza de un bar, apoyado en la barandilla. Me acerco y lo abrazo. Me besa el cuello varias veces. Su espalda está muy caliente y blanda, las manos se me hunden como si fuera masa de pan.
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Alberto anda unos pasos delante de mí. Entra en El corte inglés, que por dentro es un colegio mayor. Pasa directamente a la cancha de baloncesto, que en realidad es un patio de cemento lleno de escombros. Alrededor de la pista hay estudiantes tirados en el suelo, como lo estarían los sin techo, con sus libros y demás pertenencias. Algunos incluso con hornillo para calentar latas de comida. Alberto camina muy rápido rodeando la pista. Por una de las bandas, hay que andar por un bordillo muy estrecho y agarrarse a las rejas de las ventanas para no caer. Al llegar al final, me hace una seña para que me dé la vuelta. Al pasar otra vez casi pisando las pertenencias de los estudiantes, uno me pregunta el nombre de la persona que ha dibujado un cómic en la contraportada de un periódico. Le digo el nombre de una chica. Subo a las habitaciones y entro en una totalmente a oscuras. Huele mal, abro la ventana, hay dos chicas en la cama bajo un montón de edredones. Les digo que tienen que estudiar. Alguien abre la puerta y dice: Ahí os dejo una serpiente cascabel. La serpiente tiene la cabeza triangular y muy pequeña, el cuerpo muy gordo, cubierto de pelo, como si se hubiese tragado un zapato. Veo que el cascabel lo lleva atado al cuello con una lazo. La serpiente corre a esconderse bajo la cama, las chicas gritan. Les digo que no se preocupen porque las serpientes no pueden trepar ni saltar. En ese momento sale, se pone frente a mí y da dos saltos mortales hacia atrás en el aire. Salgo de la habitación y cuento el episodio en el comedor, muerta de la risa. Nadie me cree.

amor y manos saladas

lunes, 21 enero 08. Acaba de amanecer. A los pies de la cama hay un cristal enorme sin cortinas que da a la calle. Pasa gente con prisa. Llevan ropa de abrigo. Nosotros estamos desnudos y nos besamos.
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No sé qué hago en una casa atestada de guiris de la tercera edad. Salgo al balcón. Mariángeles Marfil, a la que no veo hace 20 años, me cuenta con toda naturalidad que está pintando las paredes de su casa. Justo de ese color, dice y señala un punto indefinido del paisaje. El paisaje no es más que tejados. Se le acercan dos chicos. Me presenta a uno de ellos y como tengo la mano llena de sal, le doy la izquierda. Tengo la cabeza del revés, le digo a modo de presentación. Él se ríe.

modelos caprichosas y el mago tramposo

domingo, 20 enero 08. Cuido de un bebé que sólo deja de llorar si lo sostengo boca bajo. Tiene el pelo azul muy brillante. ¿Es teñido? le pregunto. Dice que no. Cuando anochece se lo entrego a un camarero que lleva un pendiente enorme. Me abrazo a él, lo beso y me despido hasta mañana.
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Recorto a dos chicas de una revista de moda de los años 60. La foto es en blanco y negro y las chicas van en ropa interior. Al dejarlas sobre la mesa, cobran vida, hablan con voz aguda, me dicen que les ponga un mantón de Manila, las lleve a los toros, y después a un concierto de los Beatles.
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Javier y su hijo Javi están en una tasca de aspecto medieval. A su mesa se sienta un hombre con los dedos muy largos. Les advierto que es un mago tramposo. Para demostrarlo, le doy una servilleta de papel con un agujero en el centro y le digo que haga algo con ella. Construye un tablero de tres en raya y propone a Javier un duelo. Javier saca un Pin y Pon, y lo coloca en su casilla. El mago tramposo saca un muñeco algo más esbelto con uniforme de las Cruzadas. Es tan bonito que le digo que me lo regale. Pienso que el mago tramposo ha conseguido hechizarme con ese muñeco y ahora estoy de su parte. Mientras Javier y Javi cuchichean estrategias para la batalla, el mago tramposo me dice al oído: Si tú me lo pides, me dejo ganar.

sujetador barato y el culo de vonnegut

sábado, 19 enero 08. Una chica me insiste en que me pruebe un sujetador. Pienso que es una dependienta, pero no lleva uniforme. Si no te lo compras tú, lo haré yo, me dice. El sujetador es de encaje, bastante feo para mi gusto, y sólo cuesta 5€. Entro en los probadores. Un guardia jurado me dice que pase a la sala número 2. Los probadores son salas cuadradas con camilla y pantallas de rayos-X donde pasan consulta unos psicólogos en bata blanca. Mientras camino hacia la número 2, oigo las conversaciones. Los psicólogos insisten a las chicas que van a probarse ropa, que se compren tallas más grandes y coman más. La sala número 2 está ocupada, y el psicólogo me hace una seña para que espere. En la sala de al lado no hay nadie y la luz está apagada. Hay una camilla y un váter de plástico para ancianos, de los que venden en las ortopedias. Entro, no enciendo la luz para no llamar la atención, para probarme el sujetador y largarme de allí cuanto antes. Hay una ventana y en ella una cara emboscada entre un seto. Salgo de la sala y le grito al psicólogo que hay un hombre miradno cómo las chicas se prueban ropa. Le grito pero no me sale ni un sonido. Él me agarra de los hombros y me zarandea, pero tampoco puedo oír lo que me dice.
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Dejo a unas niñas jugando en el parque mientras voy a comprarles algo de comida. Cuando voy a recogerlas, una me dice que la otra se ha caído. Las niñas son idénticas, sólo que una lleva en la frente una cicatriz en forma de estrella. Qué suerte tienes, de digo, ahora llevarás dibujado el culo de Vonnegut para siempre.
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Entro con Joaquín Reyes en una iglesia. En el pasillo que lleva al altar han colocado una alfombra de galletas. Nos agachamos a olerla y según la vamos recorriendo con las narices pegadas al suelo, él dice: Huele a canela. Yo le respondo: Pero es veneno.
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Alberto y Antonio están comiendo pollo con las manos. Les digo, mientras me visto, que se den prisa porque ya son las ocho menos diez y la película empieza a las ocho. Cuando me miro al espejo, no reconozco la ropa que llevo, un modelito ochentero en negro y amarillo. Vuelvo a cambiarme de ropa y a decirles que se den prisa, pero están chupando los huesos del pollo parsimoniosamente. Vete a mirar pájaros, me dicen. Abro la ventana del cuarto de baño y oigo el sonido de una bandada inmensa de pájaros. Intento sacar la cabeza por la ventana para verlos, pero según la saco, la ventana se hace más pequeña y no puedo ver nada.
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Estoy en la cama tecleando un poema sobre la almohada. A este teclado le faltan letras, pienso. En ese momento entra Andrés. Quiere que le ayude a corregir sus últimos textos. ¿Qué es eso?, pregunta. Una revista de Valencia, te dije que les enviaras algo. No me gusta Valencia, responde. Andrés se convierte en Gallero. Te has cortado el pelo, le digo. Me lo he cortado yo, responde. Se nota, te los has dejado corto por un lado y largo por otro. No me lo he cortado yo, dice.

polanski y mi abuela


viernes, 18 enero 08. Es una especie de concurso donde el escenario es circular. A una chica le dan el primer premio y le preguntan cómo se llama. Polanski, responde. Polanski, el director de cine, al oír su nombre sale de entre el público y se va. El público lo persigue acusándolo de tramposo.
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Subo por la calle Fernando el Católico con Pepe. Vamos del brazo, muy pegados, como si tuviéramos frío. Vemos a dos mujeres de espaldas, subir la calle delante de nosotros. Son mi madre y mi tía, le digo. Ellas se vuelven y se paran a la puerta de la casa de mi abuela. Se dan la mano afectuosamente. De repente aparece mi abuela, que lleva muerta unos años, y dice: ¿Y a mí no me lo presentas? Mi madre y mi tía no se extrañan, pero yo no entiendo cómo mi abuela está ahí, viva, hablando con toda naturalidad. ¿Pero qué haces aquí?, le digo. No te preocupes, sólo he venido a conocer a tu amigo y ya me voy.

ama de casa y amo pilaf

jueves, 17 enero 08. Estoy en clase de cocina. Me aburro. Salgo a la calle sin que el profesor se dé cuenta. En la acera me encuentro a un compañero de clase que ha salido a fumar. Charlamos y nos vamos alejando de allí. Al llegar al final de la calle, que se ha estrechado considerablemente, vemos a unos yonkis robando a los coches aparcados. El chico tira el cigarrillo al suelo, me dice que le dé la mano y no los mire. Pasamos de largo. Al dar la vuelta a la esquina echamos a correr. Nos sentamos a descansar bajo unos andamios y el chico me enseña varias pistolas que lleva encima. Me dice que elija una. Cojo la más grande y me apunto a la sien. En ese momento pasan los yonkis conduciendo uno de los coches, y al verme con la pistola, aceleran y desaparecen.
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Mamá dice que viene varios días de fiesta seguidos y que no tiene ganas de pensar qué hará de comer. Le digo que no se preocupe, que yo me encargo de todo. Hago la lista de la compra escribiéndola con el dedo en el aire. Mi madre lee en alto: Estofado. Yo le digo sonriente: Es mi especialidad. Mamá entra en el cuarto de baño y mete en el váter una alfombrilla sin ningún esfuerzo. Mientras, dibujo un mapa de Europa en una pizarra que hay en el suelo. Señalo Mónaco con un punto. Mi madre me mira extrañada. Los señalo porque no tienen Euro, respondo. Entro al baño, levanto la tapa del váter. La alfombrilla sigue allí.
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Me levanto de la cama y entro en el cuarto del ordenador, pero no hay nada, sólo unos cojines en el suelo. Voy al salón. En la tele están poniendo Bola de Dragón. En el sofá, varios personajes de la serie están muy animados viéndose a sí mismos en pantalla. El ordenador está junto al sofá y sobre él hay apilados varios DVD de la serie. El Amo Pilaf me entrega un sobre. Alberto nos ha dejado aquí para ti, y también este sobre, dice. Me siento con ellos y leo la carta.

suegra amarilla

miércoles, 16 enero 08. Mi suegra ha guardado sus cartas de amor de juventud entre las páginas de un diccionario. Bart Simpson se lleva el diccionario al colegio. Al encontrar las cartas, les hace fotocopias y las reparte entre sus compañeros de clase. Mi suegra dice que, yo que conozco a Bart, tengo que recuperarlas y darle un escarmiento.

insectos bailarines

martes, 15 enero 08. Bajamos al portal porque hay una boda en la calle. Los invitados van llegando y se sientan directamente en el asfalto. Nosotras estamos sentadas en los escalones del portal. A la derecha se colocan unos invitados disfrazados de insectos que, después de interpretar unos bailes, se sientan sobre un montón de tierra. Andrés me hace señas, lleva un collar de semillas. Me lo alarga. Al despegarle el precio que aún llevaba puesto, me llevo una capa de barniz. La novia llega y pasa de largo por delante del portal. Tiene los ojos enormes, dicen todos. Los invitados aplauden y empiezan a marcharse. Papá baja en ese momento. Lleva en una mano una copa de cognac llena y el la otra una guitarra. Dice que no lo esperemos a dormir. Miro asombrada a mi madre. Sin inmutarse, me dice que mi padre ha decidido irse de casa, que ahora vuelve a pintar. Pasa las noches cantando y dibujando flamencas en un garito. Mi madre lo cuenta casi orgullosa. A mi padre lo veo alejarse con aire juvenil. Por un lado pienso que debería alegrarme porque ahora los dos estarán mejor, pero por otro lado siento una tristeza enorme. No te preocupes, yo le ayudaré a encontrar casa, le digo finalmente a mi madre.

zangarrón dulce zangarrón

lunes, 14 enero 08. Vivo en un garaje sin luz con un patio interior. El patio está cubierto de plástico azul oscuro. Oigo la lluvia sobre el plástico. Hay sábanas tendidas y temo que se mojen a pesar de todo. Me siento en un sofá con varias chicas. Alberto se despide de ellas una a una. Todas saben dónde va: al aeropuerto, porque ha quedado en Valencia para ir a un concierto. Le pregunto por qué no se ha despedido de mí y, sobre todo, porque no me ha dicho que se iba. Se encoge de hombros y sonríe. Un chico disfrazado de zangarrón se me acerca, dice que deberíamos irnos también de allí, para siempre, a un lugar con luz. Vamos a despertar a una chica para que se venga con nosotros. La chica está en la cama durmiendo bajo varias mantas. La despertamos poco a poco para no asustarla, pero cuando ve al chico disfrazado da un grito. Le decimos que no haga ruido, que nos vamos para siempre a un lugar con sol, que coja sólo lo imprescindible. La chica salta feliz de la cama y empieza a buscar ropa por toda la casa. Tiene un hijo de unos cinco años. Le digo al niño que coja a su muñeco favorito y un par de cuentos para leer en el viaje. Yo miro con tristeza las estanterías llenas de juguetes y de libros. Pienso que si tuviera cinco años sería incapaz de elegir, todo eso se quedará ahí para nadie. El chico disfrazado ha cogido un diccionario y un atlas. Yo no llevo nada, sólo la ropa que visto. Me siento en la cama mientras el niño rebusca un muñeco de trapo entre varios que se amontonan en el suelo. El chico se quita el disfraz de monstruo, se sienta a mi lado y me dice: Si prefieres nos vamos solos.

lluvia de estrellas y cerveza caliente

domingo 13 enero 08. José Leandro me dice que tiene una sorpresa. Nos lleva a un jardín. Alberto y yo nos sentamos en el césped. Él escarba en la tierra y saca una manguera que enchufa a una bombona de butano. Dice que ha descubierto que mezclando agua con butano consigue lluvia de fuego. Abre el grifo y el gas a la vez y de la manguera sale, efectivamente, un chorro precioso de estrellas de colores.
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Entro en la cocina de casa de mis padres y veo a mi madre calentando en la hornilla una jarra de cinco litros de cerveza.

el primer futbolista poeta

sábado, 12 enero 08. Iker ha venido a casa para que lo ayude a colorear un cómic que ha dibujado en varias libretas. Lo ha titulado "Autobiografía en pantalón corto". Busca tus mejores rotuladores, dice. Abro un armario empotrado lleno de cajas y elijo un estuche azul de cuando iba al colegio. Me dice que pinte la camiseta del personaje a rayas amarillas y azules. ¿Cómo la camiseta del Cádiz? Sí, responde, seré el primer futbolista poeta.

okupas y premios goya

viernes, 11 enero 08. Mi padre ha colocado en mitad de mi dormitorio una mesa rectangular cubierta con un cristal y una manta, donde quiere que haya siempre una plancha enchufada lista para usar. Para meterme en la cama tendré que saltar por encima, pienso. Pero cuando me fijo en la cama, veo que está cubierta de fotos y cachivaches de mi hermana así que será ella quien tenga que saltar. Salvado el problema, le digo a mi padre con admiración: ¿Cómo has conseguido que el cristal sea del mismo tamaño y forma que la mesa? Él me mira y se ríe.
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Mi hermana y yo queremos hacer un documental sobre Valencia, pero sólo contamos con una guía de teléfonos, dos postales y unas fotos de mi madre posando ante El tribunal de las aguas. Mi hermana dice que es imposible. Yo le digo que si metemos todo lo que tenemos en el ascensor y conseguimos que suba y baje varias veces muy rápido, el documental quedará digno de un Goya.

duchas sin pudor y un kimono

jueves, 10 enero 08. Paso la noche en un hotel rural porque al día siguiente voy a hacer escalada. Me enseñan la habitación. ¿Y el baño?, pregunto. El encargado me lleva al comedor. En el centro hay una mesa con mantel de hule. Ahí lo tiene, me dice. Por la mañana unos clientes desayunan mientras otros hacen cola, desnudos, para ducharse sobre la mesa del mantel de hule. Cuando llega mi turno me desnudo sin ningún pudor, me subo a la mesa, me enjabono y me ducho con una manguera retráctil que sale de una de las patas. Pido disculpas por salpicar a algunos clientes pero, estos, ni se inmutan.
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Andrés entra en una tienda japonesa para probarse un kimono son mangas. El kimono es cuadros y le llega hasta los pies. ¿Cómo me queda?, me pregunta. Pareces de los Payasos de la tele, le respondo. Andrés sale de la tienda con el kimono puesto y me hace señas para que nos vayamos sin pagar. Te has dejado dentro la mochila con el ordenador, le digo. Mañana vienes tú a recogerlo, dice.

pistolas y piedras tendidas

miércoles, 9 enero 08. Es una casa enorme que no conozco. No tiene apenas muebles y resulta fría y desangelada. Oigo que entra alguien y me escondo detrás de un sofá. Desde la rendija que queda entre los cojines veo que varios Albertos salen de distintos rincones con pistolas en la mano para defenderme.
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Oigo ruido en el patio, me asomo a la ventana y veo volar todos los tendederos. Hace muchísimo viento. Alberto dice que aun así saldremos. Llevo un vestido camisero celeste por la rodilla. Me pongo una blusa blanca encima y unos vaqueros debajo. Alberto me mira como diciendo: Qué mamarracho. Es por el viento, le digo. Antes de salir recojo la ropa tendida. En realidad lo que hay en los cordeles son piedras de varios tamaños. Las recojo una a una y las amontono junto al cesto de las pinzas. Mientras tanto, José Leandro me cuenta que después de la cena de nochevieja fue a casa de su amiga y se la pasó bebiendo agua, litros de agua, directamente de la botella. Ahora no sé si su familia me aceptará, dice.

comida basura y terror

lunes, 7 enero 08. En un patio con las paredes de ladrillo visto hay una familia de lagartos muy feos. Mi madre dice que ha hecho puré con una de las crías y lo ha mezclado con excrementos de los lagartos padres. Mi madre me ofrece el resultado en un bol, una masa gris que parece cemento, para que lo pruebe. Lo pruebo y acto seguido vomito.
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Alberto, Héctor y yo estamos sentados sobre la arena del desierto. Miramos como varios periodistas hacen fotos a una chica rubia con gafas de sol que está sentada sobre un muro de adobe. Le digo a Alberto que me pase la cámara para fotografiarla. Al mirar por el visor, me veo a mí misma de espaldas a contraluz.
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Héctor y yo entramos sigilosamente en una catedral enorme y subimos al coro. Desde aquí podemos espiar al Papa sin que nos vea, dice Héctor.
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Una mujer acaba de dar a luz. Un hombre la llama por teléfono y le dice que su hija ha nacido muerta. Como en una película, se abre plano y se ve a la niña viva en los brazos del hombre. En ese mismo momento, otro hijo de esa misma mujer está sentado en una piragua en mitad de una piscina. Un hombre muy anciano dice: Aquí está el muerto. Un grupo de niños aparecen en piraguas y lo rodean. Entre todos vuelcan la piragua del niño y lo empujan hacia el fondo de la piscina hasta ahogarlo.

tacones y cables que abrigan

domingo, 6 enero 08. Acompaño a tres chicas a casa de Jota. Su casa está frente a la casa de mis padres. Para entrar en el portal hay que subir una escalera muy empinada. Sin llegar siquiera a la mitad, me siento en los escalones porque me duelen mucho las piernas, y les digo a las tres chicas que suban. Mientras las espero, anochece y la calle se llena de estudiantes que beben en la acera. El viento me levanta le vestido y me doy cuenta de que voy vestida con ropa que no es mía: un minivestido acampanado con estampado óptico, medias marrones tupidas y zapatos de charol con la punta cuadrada. Las chicas bajan entusiasmadas. Me cuentan que Jota se acordaba de ellas y que comparte piso con su madre y dos chicas. Es muy guapo, dice una de ellas. Cruzamos la calle y entramos en el portal de la casa de mis padres. Subimos de dos en dos en el ascensor por miedo a que se descuelgue. Antes de entrar en casa, digo en alto: Mamá, vengo acompañada. Mi madre abre la puerta y nos muestra una mesa enorme engalanada. Mientras las tres chicas se sientan a comer, mi madre dice que Salvador está al teléfono. ¿Te acuerdas de "el extranjero"?, pues vive enfrente de la casa de tus padres,
dice. Lo sé, le respondo.
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Bajo desde la Plaza de los monos hacía Alcazabilla en silla de ruedas. Al principio me da un poco de vergüenza, pero según bajo y voy viendo que la gente no me presta demasiada atención, empiezo a alegrarme de haberme quedado sin piernas. Al llegar a la Plaza de la Merced subo por Mundo nuevo con mucho esfuerzo. Al final de la calle hay un edificio muy antiguo donde hacen ropa para desfiles. Saco mi cuaderno de un lateral de la silla y pregunto dónde puedo entrevistar a la dueña. Una señora me enseña disfraces. Del montón, saca un vestido rosa bastante cursi. ¿Lo reconoces?, era tuyo, me dice.
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Abro una radio. Está llena de cables. En la parte de arriba tiene un dispensador de espuma de afeitar. Está casi vacío, dice mi hermana. Esto sólo puede arreglarlo papá, le digo. Mi padre está en la cama y lo despierto para que me diga cómo conectar los auriculares a la radio y, sobre todo, cómo llenar el dispensador de espuma. Mi padre se saca del pijama un montón de cables de colores. Hay que ordenarlos por parejas, dice. Abre un armario que tiene al lado, saca un montón de cables y se los coloca ordenados sobre el pecho. Me dice que haga lo mismo, pero en el armario sólo quedan abrigos. Me pongo uno. Me queda enorme. Mi padre se ríe. Ahora podrás oír la radio sin necesidad de auriculares, me dice satisfecho.

beckett y la mujer del oso

viernes, 4 enero 08. Estoy con Óscar en una librería. Las paredes son de cristal y dan a una biblioteca de varios pisos. Le digo que me recuerda a una biblioteca que visité en Buenos Aires, y que lo que más me gustaría en ese momento sería estar allí, tomando un café, en la cafetería de la biblioteca. Me mira sorprendido y me señala con la mirada que es ahí donde estamos. Me fijo en los estudiantes que nos rodean y, efectivamente, tienen acento argentino. Debajo del mostrador descubro algunos ejemplares de un libro descatalogado de Beckett. Aunque yo ya lo tengo, compro dos: uno para Óscar y otro para Juan. Cuando voy a enseñárselos, Óscar ha desaparecido. (Todo este sueño transcurre en blanco y negro).
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Una chica hace performances en su casa, con aceitunas, cables y platos rotos. Por la ropa que lleva parecen los años veinte, y yo, desde donde miro, pienso que es una adelantada a su tiempo. Aunque sólo soy observadora, intervengo en algunas cosas, por ejemplo, si se ha dejado las aceitunas sobre la tapa del váter, las devuelvo a su sitio y apago la luz del cuarto de baño. También intervengo cuando descubro a la chica enterrada en nieve bajo un árbol. Aparto la nieve y descubro que tiene todo el cuerpo ensartado en flechas. No hay sangre, no se queja. Llamo a gritos a otra chica que pasa por allí. La chica se acerca y le arranca una a una todas las flechas. Después cubre las heridas con hojas secas y, muy dulcemente, le dice que no debería dormir a la intemperie sino buscarse, como hizo ella, un buen oso que la cuidara.

sectas y relojes de hilo

jueves, 3 enero 08. La casa consta de jardín y cuarto de baño. Mi hermana y yo oímos una conversación que viene del jardín: dos hombres y una mujer dicen a nuestros padres que hagan una reunión con los vecinos para hablarles de unos asuntos muy importantes que cambiarán sus vidas. Mi hermana y yo nos miramos y pensamos que se trata de una secta. Por una ventana que hay cerca del techo, veo cómo bajan pilas de libros al jardín y los dejan sobre la mesa. Le digo a mi hermana que vaya apuntando todo lo que hacen por si ocurriera algo, que encuentren una memoria de los hechos. Mi hermana saca un cuaderno enorme y escribe a lápiz lo que yo le voy dictando. Uno de los hombres y la mujer entran en casa. Nosotras corremos a la cama, que está entre la ducha y la bañera, y nos tumbamos sobre el cuaderno. Nos hablan como si fuéramos bebés. Meten las mano bajo las sábanas buscando el cuaderno, pero yo he arrancado disimuladamente las hojas escritas y me las he comido.
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Iker trabaja de relojero en una fábrica. Es especialista en relojes de hilo. Está sentado en una mesa redonda de la que sale un carrete enorme de hilo azul. Iker, con una habilidad extraordinaria, hace girar el carrete, saca doce cabos y construye un reloj en menos de cinco segundos. La nave está llena de mesas y trabajadores. Ninguno es tan rápido como él, sin embargo el jefe se acerca a su mesa y le dice que está despedido.

pájaros y plátanos maduros

miércoles, 2 enero 08. Blanco, Luján y yo caminamos en fila por una calle oscura. Les digo que ya no queda ningún bar abierto. Llegamos a un mirador. Cuando voy a acercarme Luján me dice que tenga cuidado con la baranda porque está rota, y acto seguido es ella quien se acerca y cae. Queda colgando del bordillo. Blanco le agarra una mano mientras yo pido ayuda. Un grupo se acerca, pero Luján consigue subir sola con la ayuda de Blanco. Una de las chicas del grupo nos reparte pastillas de chocolate para celebrarlo.
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Tengo que arreglarme para ir a clase, abro el armario para vestirme y me lo encuentro lleno de plátanos troceados. Algunos están tan maduros que se han convertido en almíbar. Al verlos, pienso que tengo que darle las gracias a Héctor por haberlos puesto allí, con su mejor intención, para que después la ropa huela bien. Menos mal que no han manchado nada, pienso.
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Francis me lleva a su nueva casa. Cuando salimos del coche, veo unas ruinas en mitad de un páramo. Dice que le ha costado muy barata. Me lo creo. Dice que quedará preciosa después de las obras. Por dentro la casa está completamente construida, aunque dice que aún tiene que hacer obras porque está decorada al gusto de su antiguo propietario. Hay cuadros en el suelo apoyados cara a la pared y muebles cincuentones. Las habitaciones son enormes. Pienso que la chimenea está apagada y sin embargo no hace nada de frío. En total me enseña dieciséis habitaciones, tres cuartos de baño y dos cocinas. La cocina es un pasillo larguísimo poco práctico, y en uno de los cuartos de baño no se puede entrar porque la puerta choca con el lavabo. En uno de los salones hay una alfombra usada muy fea que no cubre del todo el terrazo. Francis dice que todo eso es provisional. Sé que me ha llevado para que lo ayude a decorar la casa, pero lo único que se me ocurre es recoger del suelo un broche diminutos con una piedra azul, y ponerlo en un cenicero.
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Desde una azotea veo como un pelícano lleva en la bolsa una gaviota. Pienso que va a comérsela, pero lo que hace es depositarla con mucho cuidado en la cornisa del edificio que tengo frente a mí. La gaviota pare, como lo haría un mamífero, dos paínos cubiertos de sangre e inmediatamente los cubre con una tela de lunares. Paul está sentado en un rincón de la azotea sobre un petate. El petate es del color de su ropa. Parece triste. Le digo que se acerque a ver a las gaviotas. Parecen flamencos, le digo para animarlo.

kleenex y apagones

martes, 1 enero 2008. Estoy con Purranki, Maribel, Iker y Joan alrededor de una mesa plegable de playa que hemos colocado en un aparcamiento vacío entre dos coches. Hay mucha comida sobre la mesa, sin embargo saco del bolsillo un paquete de kleenex, lo mojo en mermelada y me lo meto en la boca. Purranki me agarra por detrás, como haríamos con alguien que se atraganta, y hace que escupa los kleenex. No debes hacer eso nunca más, me dice. Es que Alberto no me deja comer kleenex en casa, le respondo. Iker nos enseña unos poemas que ha escrito. Todos sacan poemas y los cantan a coro. Al ver tantos folios vuelven a entrarme ganas de comer papel.
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Estoy en un centro comercial donde hace demasiado calor. Encuentro una manguera a mi paso, la abro y me riego. Llego hasta las escaleras mecánicas y veo como el agua que chorrea de mi ropa se mete por las rendijas de los escalones. Pienso que va a producirse un cortocircuito de un momento a otro. Efectivamente, la iluminación del centro comercial empieza a fallar. Todo queda a oscuras. Una familia me dice que no tenga miedo y me una a ellos para poder salir de allí. Les hago caso para que no sospechen que soy la causante del apagón.

vamos allá

No creo en la interpretación de los sueños. No creo en ninguna interpretación de nada. Las cosas son, los sueños son. La vida no es sueño.Comencé a escribir mis sueños durante las vacaciones de verano de 3ºEGB. Me habían regalado un diario, y mi vida (despierta) no merecía ser contada. Lástima que al cumplir los 15 años destruyera todo lo escrito. Sólo se salvaron las pastas y el candado.
El primer sueño que conservo es el del 14 de junio de 1988. En ese sueño estaba en un bar con mis amigos (Alberto, Jaime y Daniel, jugando a las cartas). Sonaba una canción de Tom Waits. Al leerlo ahora veo las imágenes soñadas (qué jóvenes estamos) con total nitidez, como en una película.
Recordar lo soñado es vivir el doble. Para insomnes como yo, doblemente milagroso.
Felices sueños.