pájaros y plátanos maduros

miércoles, 2 enero 08. Blanco, Luján y yo caminamos en fila por una calle oscura. Les digo que ya no queda ningún bar abierto. Llegamos a un mirador. Cuando voy a acercarme Luján me dice que tenga cuidado con la baranda porque está rota, y acto seguido es ella quien se acerca y cae. Queda colgando del bordillo. Blanco le agarra una mano mientras yo pido ayuda. Un grupo se acerca, pero Luján consigue subir sola con la ayuda de Blanco. Una de las chicas del grupo nos reparte pastillas de chocolate para celebrarlo.
+
Tengo que arreglarme para ir a clase, abro el armario para vestirme y me lo encuentro lleno de plátanos troceados. Algunos están tan maduros que se han convertido en almíbar. Al verlos, pienso que tengo que darle las gracias a Héctor por haberlos puesto allí, con su mejor intención, para que después la ropa huela bien. Menos mal que no han manchado nada, pienso.
+
Francis me lleva a su nueva casa. Cuando salimos del coche, veo unas ruinas en mitad de un páramo. Dice que le ha costado muy barata. Me lo creo. Dice que quedará preciosa después de las obras. Por dentro la casa está completamente construida, aunque dice que aún tiene que hacer obras porque está decorada al gusto de su antiguo propietario. Hay cuadros en el suelo apoyados cara a la pared y muebles cincuentones. Las habitaciones son enormes. Pienso que la chimenea está apagada y sin embargo no hace nada de frío. En total me enseña dieciséis habitaciones, tres cuartos de baño y dos cocinas. La cocina es un pasillo larguísimo poco práctico, y en uno de los cuartos de baño no se puede entrar porque la puerta choca con el lavabo. En uno de los salones hay una alfombra usada muy fea que no cubre del todo el terrazo. Francis dice que todo eso es provisional. Sé que me ha llevado para que lo ayude a decorar la casa, pero lo único que se me ocurre es recoger del suelo un broche diminutos con una piedra azul, y ponerlo en un cenicero.
+
Desde una azotea veo como un pelícano lleva en la bolsa una gaviota. Pienso que va a comérsela, pero lo que hace es depositarla con mucho cuidado en la cornisa del edificio que tengo frente a mí. La gaviota pare, como lo haría un mamífero, dos paínos cubiertos de sangre e inmediatamente los cubre con una tela de lunares. Paul está sentado en un rincón de la azotea sobre un petate. El petate es del color de su ropa. Parece triste. Le digo que se acerque a ver a las gaviotas. Parecen flamencos, le digo para animarlo.