conchas rotas y leonard cohen

martes, 29 enero 08. He quedado con Héctor en el centro, pero decido darle una sorpresa yendo a la playa. Tengo que darme prisa para evitar cruzarnos por el camino, así que visualizo un pasillo y todas las calles hasta la playa son una y recta. Me deslizo a una velocidad de vértigo sobre el suelo, sin necesidad de andar ni volar. Al llegar veo a Héctor sobre un montón de arena, mirando el horizonte. Más abajo, entre unas sillas de chiringuito, Garriga me hace señas. Silbo para que Héctor vea que he llegado, pero no consigo que me oiga. Mientras camino hacia la orilla, donde él pueda verme, paso por entre un montón de sillas y mesas desordenadas. El suelo está cubierto de conchas que se van rompiendo a mi paso.
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Alberto y yo acabamos de salir de un edifico enorme donde era imposible dar con la oficina que buscabas. Después de recorrerlo entero, incluso el sótano donde Robert-Louis estaba comprando cortinas, salimos a la calle algo desorientados. Hay una obra que arma gran estruendo. Nos paramos justo delante de una hormigonera. En ese momento de confusión, aparece Leonard Cohen. Nos saluda como saludaría a alguien que no ve hace mucho tiempo. Me fijo en que tiene los ojos azules y pienso si siempre ha sido así o llevará lentillas. Nos presenta a su mujer, una chica morena con las manos llenas de anillos. Uno de los anillos se le cae, cuando voy a agacharme a cogérselo, lo aplasta con la punta del zapato como si fuese una colilla.