lunes, 14 enero 08. Vivo en un garaje sin luz con un patio interior. El patio está cubierto de plástico azul oscuro. Oigo la lluvia sobre el plástico. Hay sábanas tendidas y temo que se mojen a pesar de todo. Me siento en un sofá con varias chicas. Alberto se despide de ellas una a una. Todas saben dónde va: al aeropuerto, porque ha quedado en Valencia para ir a un concierto. Le pregunto por qué no se ha despedido de mí y, sobre todo, porque no me ha dicho que se iba. Se encoge de hombros y sonríe. Un chico disfrazado de zangarrón se me acerca, dice que deberíamos irnos también de allí, para siempre, a un lugar con luz. Vamos a despertar a una chica para que se venga con nosotros. La chica está en la cama durmiendo bajo varias mantas. La despertamos poco a poco para no asustarla, pero cuando ve al chico disfrazado da un grito. Le decimos que no haga ruido, que nos vamos para siempre a un lugar con sol, que coja sólo lo imprescindible. La chica salta feliz de la cama y empieza a buscar ropa por toda la casa. Tiene un hijo de unos cinco años. Le digo al niño que coja a su muñeco favorito y un par de cuentos para leer en el viaje. Yo miro con tristeza las estanterías llenas de juguetes y de libros. Pienso que si tuviera cinco años sería incapaz de elegir, todo eso se quedará ahí para nadie. El chico disfrazado ha cogido un diccionario y un atlas. Yo no llevo nada, sólo la ropa que visto. Me siento en la cama mientras el niño rebusca un muñeco de trapo entre varios que se amontonan en el suelo. El chico se quita el disfraz de monstruo, se sienta a mi lado y me dice: Si prefieres nos vamos solos.